Alina Kovalchuk: "Estar en Pontevedra es un sueño, pero mi alma sigue en Ucrania"

Una refugiada ucraniana reorienta su futuro tras encontrar un trabajo en el Gastroespazo del Mercado ► Reconoce que las muestras de solidaridad le abruman, pero el deseo de regresar con su familia le asalta cada día
Alfonso Díaz y Alina Kovalchuk, rodeados de fogones y sartenes, en la Merluzateca del Gastroespazo pontevedrés.
photo_camera Alfonso Díaz y Alina Kovalchuk, rodeados de fogones y sartenes, en la Merluzateca del Gastroespazo pontevedrés. M.B

Recorrió los 3.918 kilómetros que separan Kiev, su ciudad natal, de Marín, su lugar de acogida, en compañía únicamente de su perro salchicha y de una pareja amiga, que huía del horror de la guerra junto a sus dos hijos. Llegó a Marín a finales de marzo, exhausta, derrotada, abatida, nostálgica, preocupada... cualquier adjetivo lacrimógeno reflejaría su estado de ánimo, pero el más apropiado es triste. Muy triste, por dejar atrás su país, su familia... su vida.

"Tuvimos explosiones allí, así que tuvimos que ir al extranjero a muchos países, hasta que vinimos a España, a Marín", aclara Alina Kovalchuk, de 57 años.

Un grupo de 30 refugiados llegó a finales de marzo en autobús al colegio San Narciso, donde se encuentran alojados mientras dure la barbarie que desató Putin. A los dos días, seis de ellos fueron invitados por el marinense Alfonso Díaz, gerente de la Merluzateca del Gastroespazo del Mercado, a un desayuno distinto.

"Inmediatamente sentí de él la cálida energía amistosa del cuidado y la atención", revela Alina mientras se enfada con el traductor de Google por no recoger fielmente lo que pretende transmitir. "Nada de "españolo", pero poco a poco", chapurrea lentamente.

Ese 'feeling' entre empresario y refugiada cristalizó en un contrato de trabajo. "Para mí es un gran éxito. Hace una semana que trabajo de cocinera y estoy muy agradecida de que Alfonso se preocupe de ayudarme. Él entiende la situación en la que estoy yo, como otros ucranianos", agrega, sin esquivar elogios hacia su anfitrión: "Es un experto en su campo, pero al mismo tiempo es una persona muy enérgica y cariñosa y aprendo de él constantemente".

Para Alina es una experiencia absolutamente novedosa. Su único contacto con los fogones había sido puertas adentro de su casa. "Trabajé en un banco durante mucho tiempo, luego quebró y tuve que buscar un trabajo nuevo. He estado trabajando con niños en el jardín de infantes durante mucho tiempo antes de que estallara todo", explica.

Las bombas. Y es que aquel fatídico 24 de febrero está grabado a fuego en su memoria. "Cuando escuché las explosiones no podía creer lo que escuchaba, pero así comenzó la guerra. Todavía no entiendo cómo esto pudo suceder en el siglo 21", se lamenta.

La mujer no se olvida de quienes le tendieron la mano: "Gracias a la mujer que nos invitó por Facebook; gracias a Álex y Ángeles, que nos invitaron a su casa; gracias a Alfonso, que me ofreció trabajo".

La gratitud le desborda y hace que se le iluminen los ojos, pero al rato afloran los sentimientos de nostalgia. "No puedo experimentar la felicidad completa porque mi corazón no está en el lugar correcto. Tengo mi alma en Ucrania, siento toda la injusticia y la crueldad que ocurre en este momento en mi país. No soy un enemigo del llamado gran vecino Rusia".

Alina es la ternura hecha persona: ni una mala palabra, ni un reproche, todo gratitud... Pero cuando salta el tema de la invasión, no puede ocultar un punto de rabia. "¿Cómo puede Rusia tratar tan vilmente a Ucrania? Mi país nunca ha obedecido a nadie, era un estado pacífico con gente pacífica, estaban felices y satisfechos con sus vidas. No entiendo por qué un país extranjero decide que vivamos para ellos. Además estas crueldades y relaciones entre Rusia y Ucrania se manifiestan a los civiles. Es solo un crimen. Es decir estoy indignada. No hay límite. Como muchos otros ucranianos, estamos indignados por todo esto", subraya.

Su rostro retoma la dulzura cuando evoca las sensaciones vividas al pisar suelo gallego. "Me invadieron las emociones al ver la belleza de la naturaleza y de las personas. Las emociones que me invaden aquí son indescriptibles, porque desde la mañana hasta la noche siento que estoy rodeada de cuidados y atenciones".

"Constantemente tomo fotos aquí, porque en cada esquina la belleza del cielo, del mar, de las casas, de las montañas, de la gente, de las plantas, de todo es una maravilla".

La famosa hospitalidad gallega también le caló hondo: "Al saber que soy de Ucrania algunos españoles se vuelcan conmigo. Les agradezco su simpatía y comprensión por la situación que estoy viviendo".

El futuro. Sin embargo, Alina tiene claro que esta, por muy confortable que sea, es una situación provisional. "Espero que después de un tiempo pueda regresar a Ucrania muy agradecida. Recordaré a todas las personas que me brindaron atención y cuidado. Tal vez venga de visita pero esta tierra siempre permanecerá en mi corazón", sostiene.

Y es que en su país le espera su familia. Allí dejó a su hija, sus dos nietos y un marido, que se trasladaron al oeste de Ucrania "porque es más seguro allí que en el este del sur del país".

Habla el empresario:"Es servicial, atenta, dispuesta y 'lista como un allo'"
A Alfonso Díaz se le ocurrió invitar a desayunar a los refugiados de Marín porque la responsable de seguridad del Mercado le habló de ellos. A los dos días de apearse del autobús, seis de ellos ya estaban probando las delicias gastronómicas de este ingeniero reconvertido en chef creativo.

Ese mismo día, les ofreció trabajo y Alina fue la que levantó la mano.

La gestoría del negocio agilizó los trámites y empezó a trabajar hace una semana. Se trataba de una primera toma de contacto para que se fuese familiarizando con el negocio, que ella también se probase en el sector "y si todo va bien, como así parece, el contrato comenzará el 1 de mayo y se prolongará hasta diciembre, salvo que haya novedades en Ucrania que obliguen a cancelarlo antes".

El empresario opina sobre su nueva trabajadora que es "servicial, dispuesta, atenta, puntual, responsable y lista ‘como un allo’". 

Díaz agrega que "le ofrezco la posibilidad de ganarse un sueldo dignamente. Cuando le propuse el contrato ni siquiera me preguntó cuánto iba a cobrar, todo lo contrario que cuando lo intente con gente de cáritas o de otras ONG".

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