"No es un adiós, es un hasta luego"

El emblemático Café Ébano de la Plaza de España cierra tras 22 años ofreciendo cafés y churros a los marinenses. Su futuro es incierto, pero sus propietarios están seguros de que no es un adiós para siempre
El Café Ébano ha ocupado su lugar en la Plaza de España desde el 1998 y ha echado el cierre la semana pasada por jubilación. BN
photo_camera El Café Ébano ha ocupado su lugar en la Plaza de España desde el 1998 y ha echado el cierre la semana pasada por jubilación.

El Ébano cierra sus puertas en el centro de Marín para darle paso a una nueva vida. El negocio familiar, regentado por un matrimonio que se dedicó en cuerpo y alma a la cafetería desde el año 1998, echa el cierre tras 22 años de trabajo sin descanso. Aunque su futuro es incierto, el hijo de los propietarios, Jaime Dopazo, señala que "no es un adiós, es un hasta luego". Aunque asegura que el lugar no volverá a ser el mismo.

Su nombre, acuñado por el amor de su dueño, Jaime Dopazo, a la madera le labró una gran reputación entre los locales de la villa, pero fue otra característica la que se llevó todo el protagonismo: los churros recién hechos.

Los vecinos de Marín conocen bien los diferentes locales de la zona y cuál escoger dependiendo el momento del día. El Ébano era la cafetería que cada mañana desprendía aromas de aceite, sal y harina, los tres ingredientes necesarios para crear el producto emblemático. "La receta es sencilla", comenta Dopazo, pero el por qué de su éxito solo lo sabe su dueña, Remedios Piñeiro, que cocinaba allí mismo cada día cientos de unidades. Ella era la que se escondía tras los fogones y se hacía cargo de todas las comidas calientes. "La cocina era territorio prohibido, solo la tocaba mi madre", comenta su hijo.

Jaime Dopazo padre y Eugenio Dopazo en la apertura del Ébano. DP

Aún así, los churros no son el único motivo para que el Ébano fuese el lugar de referencia para muchos vecinos. "El éxito principal fue mi padre, él creo una raíz muy grande", asegura Dopazo. Con un gran don de gentes, Jaime Dopazo le dedicó su vida al bar y, cuando falleció, su esposa se hizo cargo junto a sus dos hijos del negocio. Ahora, tras 22 años abierto, la familia que ha regentado la cafetería, decidió cerrarla por jubilación cuando la dueña, tras años al frente, sufrió un problema de salud.

El secreto de los churros del Ébano sólo lo conoce Remedios, "la cocina era territorio prohibido, solo la tocaba mi madre"

Jaime y Remedios abrieron el Ébano en junio del 1998 y no ha cambiado desde entonces. Tampoco nunca cerró, "trabajábamos 365 días al año, abríamos todos los días, desde las 7 de la mañana hasta la noche. Te pierdes muchísimas cosas", señala Dopazo, que entre sus recuerdos destaca la gran carga de trabajo como un factor agridulce.

"Comenzó a cerrar los miércoles el pasado verano", pero hasta entonces, el Ébano solo cubría sus ventanas "15 días cada tres o cuatro años para pintar o reformar y, al fin y al cabo, seguías ahí", añade el hijo de la familia.

El futuro del bar no está escrito, sus llaves siguen en manos de la familia y serán ellos los que tomen la decisión del nuevo camino que seguirá el establecimiento. "Se abrirá, pero ahora mismo no. Es un periodo de descanso para que mi madre se recupere", señala Dopazo, que insiste en la importancia de mantener la salud de su madre. "Es lo único que nos importa", comenta, "la única manera de que mi madre se jubile es esta". "Era su vida", señala su hijo.

Los marinenses ya echan en falta el café con churros del Ébano. "Nos han llamado por teléfono", destaca el hostelero ante la incertidumbre que ha causado su cierre de un día para otro.

"En cuanto recibimos los papeles de la jubilación, cerramos", comenta. Ahora, ante la duda, lo único que pueden hacer sus más asiduos clientes es esperar a que la freidora del Café Ébano vuelva a funcionar.

Sin embargo, este espacio céntrico no siempre se dedicó a la hostelería. Antes de convertirse en cafetería, su función era servir telas y ropa a los marines que estudiaban y trabajaban en la Escuela Naval. Durante los años 90, este tipo de servicios se redujeron y el espacio pasó a manos de una hostelera que abrió en el lugar un mesón, el Ultramar. Tan solo unos años después Jaime y Remedios tomaron las riendas del local hasta el día de hoy.

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