Terranova, panteón del Villa de Pitanxo: se cumple una semana del hundimiento

La casa armadora, con sede en Marín, ha emitido un comunicado, una vez han escuchado las explicaciones del capitán, en el que atribuyen a una repentina parada en el motor principal el epitafio del pesquero
El Villa de Pitanxo era un toro del mar, pues sus 50 metros de eslora estaban diseñados para soportar las más duras condiciones. DP
photo_camera El Villa de Pitanxo era un toro del mar, pues sus 50 metros de eslora estaban diseñados para soportar las más duras condiciones. DP

Los corazones se pararon hace una semana en España, África y Perú. Son los países de origen de los 24 marineros a bordo del Villa de Pitanxo, barco que el mar se tragó. Salvo los supervivientes, Juan Padín, Eduardo Rial y Samuel Kwesi, el resto encontraron el pasado martes su tumba en el gran banco de Terranova. 

En esta franja de la plataforma continental americana está ahora el panteón de un arrastrero congelador del Grupo Nores construido en el año 2004 y que había superado con éxito todas las revisiones para poder hacer frente a una nueva campaña en un caladero Nafo (Organización de Pesquerías del Atlántico Norte).

El último 26 de enero partió de Galicia este enorme bicho, por sus dimensiones, de 50 metros de eslora, 10 de manga y 1.400 caballos de potencia. 

Enrolados iban desde el veterano Francisco de Pazo, jefe de máquinas que amaba su oficio; hasta el onubense Juan Antonio Cordero, otro senior a un mes de jubilarse, o el querido alumno en prácticas Raúl González, el benjamín, que cumplió los 24 en esta marea que tuvo un desenlace fatal.

Los marineros no son suicidas con un irracional coqueteo con la muerte. No se enfrentan, o al menos generalmente no lo hacen, con los límites de la naturaleza.

Todavía son muchas las incertidumbres que rodean a este caso. Falta camino por andar para que las dudas cedan ante las certezas. Pero, por de pronto, la casa armadora, con sede en Marín, ha emitido un comunicado, una vez han escuchado las explicaciones del capitán, en el que atribuyen a una repentina parada en el motor principal el epitafio de su enorme pesquero azul oscuro y blanco.

El fallo se produjo mientras estaban faenando, en plena recuperación de la red. 

Primero se larga, así es el inicio de la pesca y, una vez lanzada, cuando llega al fondo, es el momento de empezar a arrastrar. Esta última maniobra es la que se llama virada del aparejo, y en eso andaban, con Juan Padín dirigiendo. La de inicio recibe el nombre de largada.

El resto de la historia, por todos es sabida: la embarcación quedó sin propulsión ni gobierno, expuesta a un viento infernal y a olas de gran altura, sufriendo constantes embates que la escoraron hasta que se produjo el sumergimiento, muy rápido, sin tiempo casi de ponerse los trajes de supervivencia.

Hubo rescates (tres vivos, nueve cuerpos) y desapariciones: doce, la mitad de la dotación. 

Treinta y seis horas después de una de las mayores tragedias de la navegación española, las labores de rastreo se cancelaron. Canadá dio por cumplidos sus protocolos.

Los familiares de esa docena de trabajadores naufragados han demostrado a lo largo de estos días tener el suficiente resuello para pelear la vuelta de esas tareas de localización.

Cristopher, hijo del engrasador Fernando González y uno de los activistas que suele pararse con la prensa, se pregunta directamente: "Treinta y seis horas, ¿a quién le parecen suficientes? Que lo intenten un poco más. Un poquito de por favor. Hay que ponerse en situación".

Cada vez que tiene ante sí un micrófono, habla de los muchos niños huérfanos que han quedado, de las viudas, de la imposibilidad de abrir un duelo sin saber si podrían aparecer más cadáveres, porque "nunca lo sabremos si no vamos".

Si emplean el término difuntos, es porque saben que vivos no están, como se encargan de decir unos y otros. Pero a los suyos los quieren de vuelta. O, al menos, demostrarles, y en ello coinciden, que no hay una rendición tan temprana.

Eugenio, hermano de Ricardo Arias, otro de los hombres en paradero desconocido, está deseoso de saber además por qué estaban trabajando, si el tiempo era muy malo.

"El dinero es muy bonito, sí. Pero si yo voy a currar y no vuelvo, el dinero no me vale de nada", deja caer, mientras aprieta el paso y se contiene para no soltar a los medios de comunicación todo lo que se le viene a la mente.

Carolina, esposa de Jonathan Calderón, defiende que "simplemente queremos la verdad".

Hay falta de respuestas. También se avecina un calvario burocrático por las pensiones de viudedad y orfandad. Y, en el ambiente, tristeza, demasiada, imposible de contener, complicada de digerir. Hay lamentos y muchas lágrimas derramadas.

A los veinticuatro del Pitanxo les inocularon el veneno del mar. Y veintiuno no tuvieron opción de morir de otra forma. Los otros tres burlaron a la parca contra todo pronóstico.