Una deuda con los que se fueron

Una vecina de Santomé luchó para que los difuntos del cementerio viejo, que está abandonado, dispongan de nicho en el nuevo

El antiguo cementerio recién clausurado. DP - Santomé
photo_camera El antiguo cementerio recién clausurado. DP

Si hay algo que une a todas las culturas, religiones y credos que se expanden a lo largo de la Tierra es el respeto por aquellos que se van. De una manera u otra, los seres humanos necesitamos honrar a los difuntos, cumplir sus últimos deseos, en el mejor de los casos, o despedirles de la mejor forma que nos sea posible.

Ese rasgo que nos define y que ha marcado mitologías y creencias a lo largo de los siglos tiene un especial arraigo en Galicia, donde los cementerios ocupan un lugar central en nuestra cultura y en nuestra historia.

El aumento de la población en las parroquias rurales de la autonomía y, por extensión, de Marín, forzó la creación de nuevos cementerios. Lo antiguos se quedaban sin espacio y era necesario remodelar algunas de sus infraestruturas. Así fue como muchos de los camposantos en los que los vecinos más veteranos de los pueblos tienen enterrados a sus antepasados fueron cayendo en el olvido, degradándose por el paso del tiempo y con la maleza desbordando sus muros.

En esa situación se encuentra desde hace ya muchos años el primer cementerio parroquial de Santomé de Piñeiro, que cerrará sus puertas para siempre próximamente, después de que el Pleno de la Corporación le diese el visto bueno a su clausura.

Sin embargo, este es el final de la historia, ya que al cierre del antiguo camposanto le precedió toda una lucha de una vecina de la parroquia que decidió saldar la deuda que tiene con sus antepasados y con su tierra.

Carmen López Sobral. DP
Carmen López Sobral. DP
 

"Eu empecei con isto para poder quitar aos que estaban no osario común", narra Carmen López Sobral, que tuvo que peregrinar de administración en administración para saber qué organismo le tenía que autorizar el traslado de los restos enterrados en la fosa común del antiguo camposanto al nuevo.

Así fue como acabó en la Consellería de Sanidade. "Foi aí onde me dixeron que para poder quitar as cinzas dos que non tiñan familiares que os reclamasen, tiña que pedirlles permiso e presentar máis documentación. Tamén me informaron de que os que están no osario, como non era exhumancións, xa se podían trasladar. En total, sacamos 27 sacos oficial e legalmente", explica Carmen.

Con ayuda de una asociación vecinal que se dedica a velar por el nuevo cementerio, Carmen construyó un osario "ben feito, no sentido de que non é como unha fosa, está dividido por estantes e os ósos están perfectamente identificados".

UN DERECHO DE TODOS. Preguntada por la motivación que le llevó a iniciar todo este proceso, Carmen responde con contundencia. "Penso que os defuntos que morreron hai 50 anos teñen o mesmo dereito que os que morreron este martes e debemos ter os cemiterios ben, porque é o lugar onde os hornamos. Así o penso eu. Non son para mausoleos. Somos seres humanos. Por que ter a unhas persoas que nos deixaron unha herencia nun sitio que estaba tan mal conservado?".

Vertiente personal
"Eu nacín na parroquia, crieime, caseime, tiven fillos e espero morrer aquí e creo que era necesario facer isto e que llo debíamos aos nosos antepasados, porque eu tamén os teño aí. Sentíame ca obriga de facer algo e xa que tiña tempo, fíxenno".

Carmen explica que era un sentir de toda la parroquia, pero que "ninguén se organizaba" para ponerle remedio. De hecho, reconoce que, aunque la gran mayoría de las familias aceptaron de buen grado y no hubo problema, en algún caso se encontró con persoas "que saben que teñen dereitos pero non obrigas". "O importante agora é que seguimos tendo este servizo na parroquia e cos defuntos unidos nun mesmo lugar". Ahora quedan menos de quince restos por trasladar, según los cáculos aproximados de Carmen, que ha pagado, y con creces, la deuda que contrajo con los que se fueron.

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