Portonovo, corazón de La Habana

CUBANEY REABRE TRAS EL CONFINAMIENTO ▶ El emblemático local de copas regentado por Ramón Barreiro Castro, guarda en su interior una historia de emigración que comenzó en la primera mitad del siglo XX. Hoy Cubaney goza de una fama que trasciende fronteras, y que se alimenta de los recuerdos que los visitantes pintan en sus paredes
Moncho, propietario de Cubaney, en la mítica barra del local, ilustrada con fotografías de varias cubanas. JAVIER CERVERA
photo_camera Moncho, propietario de Cubaney, en la mítica barra del local, ilustrada con fotografías de varias cubanas. JAVIER CERVERA

CUBANEY está hecho de recuerdos, de viajes, de familia, y de una historia de emigración que comenzó en 1928. El emblemático establecimiento de la Rúa dos Viños de Portonovo, que hoy es en esencia Ramón Barreiro Castro, también es todas aquellas personas que han estado delante de la barra en sus noches y en sus días, y que han ido dejando pedacitos de sí mismas en las paredes. No hay suficiente pared para albergar todas las firmas, frases y dedicatorias, escritas directamente sobre la madera y la pintura. Cubaney ha sido también, a lo largo de las décadas, lugar de paso obligatorio para deportistas, escritores, artistas o músicos, cuyas fotografías tienen un marco propio en el local, siempre adornado por una dedicatoria cariñosa, y que ocupan, todos ellos, un lugar de honor: entre las fotografías y recuerdos familiares de Ramón Barreiro, también conocido como Moncho Cubaney.

"Esto empezó porque en 1928 mi padre emigró a Cuba con 20 años, y allí vivió ocho años en Cienfuegos, reclamado por un tío", relata Moncho, mientras de fondo suenan ritmos que recuerdan a una época de esplendor en la que el puerto de La Habana atraía a una emigración llevada por el alto valor del peso cubano, equiparable al del dólar. El padre, que posteriormente embarcaría en una compañía en calidad de contramaestre, regresaría a Portonovo y, tras casarse, pondría la primera piedra de lo que hoy es Cubaney al fundar Casa Ramón en 1950, un bar de tapas del que el local todavía conserva la cristalera original. Del matrimonio nació Moncho, actual propietario. Al morir joven su padre, Casa Ramón pasó a ser un ultramarinos regentado por su madre. "Antes, cuando las mujeres se quedaban viudas era muy diferente. Montó la tienda para no tener contacto con los hombres". Moncho estudió maestría en Madrid, pero no llegó a ejercer. Con el nacimiento de su primer hijo tuvo que trabajar, cogió el local de su madre y lo volvió a convertir en bar de comidas: Bar Portonovo. En 1992, alentado por las historias cubanas de su padre, transmitidas por su madre, decidió conocer Cuba. "Fuimos allá un amigo y yo y nos quedamos prendados de los lugares que conocimos, de como eran los bares, de esa música. De ahí surgió este pequeño lugar". De ese primer viaje de tres meses y medio por Cuba, recorriendo La Habana, Cienfuegos y Santa Clara, entre otras ciudades, trajo algunos recuerdos, que fueron los primeros adornos de lo que hoy es el Cubaney. "La gente que venía por aquí y que también iba de viaje a Cuba traía cosas y las íbamos colocando por ahí, fuimos montando esto y cambiamos algunas cosas como la puerta y la barra. Hicimos el bar poco a poco, desde abajo", cuenta.

CUATRO DÉCADAS. Moncho ha cumplido ya 36 años al frente del Cubaney, casi cuatro décadas que comenzaron incluso antes de transformar Bar Portonovo en un pequeño paraíso cubano, en 1984. Entre sus paredes hubo muchas alegrías y también épocas duras. Los años 80 fueron «una mala época por todas las muertes que hubo a causa de las drogas, los bares en general cogieron mala fama entonces, aunque no tuvieran nada que ver". Una nueva crisis, esta vez sanitaria, ha sido lo único que ha logrado mantener el Cubaney cerrado hasta hace unos días, cuando tuvo lugar una reapertura que gozó de una gran acogida, y de un momento de lo más emotivo con la apertura de puertas. "Nos está yendo muy bien, sigue viniendo mucha gente", dice Moncho visiblemente contento.

Cubaney seguirá sumando palabras en sus paredes, una tradición que empezó Moncho con su sobrina. "Sé que puse mi firma pero ya no sé donde está", confiesa, mientras recorre el establecimiento mostrando algunas de sus frases favoritas, como «la experiencia es un peine que te regala la vida". Hay de todo, pero lo que no faltan son fotos de sus padres, que enseña con orgullo: "ellos fueron los fundadores".

Sobre el nombre del local, tampoco se guarda el misterio. "No quería ponerle el nombre de una única ciudad de Cuba. Ney es una fortificación de los nativos cubanos", explica. "Cuando ya había fundado Cubaney aquí, un día tomándome algo en La Habana Vieja descubrí un bar que se llama igual que el mío", cuenta como curiosidad. Y mientras, la música sigue sonando.

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