Álvaro Ventura Piñeiro podría sobrevivir sin secuelas

Federico y Rocío
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PONTEVEDRA. «No te lo crees. Cuando te toca de cerca algo así piensas que no puede ser. Es un mazazo. Estamos todos hechos polvo». Los familiares de Rocío Piñeiro Oitavén, la joven pontevedresa asesinada en la noche del jueves en la iglesia de Santa María del Pinar, al Norte de Madrid, pasan las horas siguientes al drama más unidos que nunca. La UCI del Hospital La Paz, reconocido como el mejor centro de España en lo que a pediatría se refiere, se ha convertido en el punto de referencia para todos ellos. Allí está el pequeño Álvaro (así pensaban llamar al bebé antes del trágico suceso), estable dentro de la gravedad, según los últimos partes médicos ofrecidos por la institución hospitalaria.

Fuentes médicas bien informadas del caso señalan como aspecto esencial para el devenir del niño el tiempo que pasó en parada cardiorespiratoria, es decir, los minutos que tardaron los servicios de emergencia en llegar al lugar de los hechos y practicar la cesárea para reanimar al bebé. Estos instantes se antojan fundamentales para conocer el alcance de los daños que pueda sufrir en el futuro el neonato, pues los órganos sufren disfunciones de diversa gravedad de manera proporcional al tiempo que pasan sin oxígeno en la sangre. Si el Samur llegó en sus tiempos habituales, que rondan unos quince minutos, y la intervención no se prolongó más de cinco, las posibilidades de que Álvaro salga adelante sin secuelas, o con alguna de escasa incidencia son mayores. Sin embargo, si el tiempo de respuesta superó la media hora, el pronóstico sería más negativo.

En cuanto a su supervivencia, según los doctores, no parece en entredicho. El hecho de mantener las constantes vitales estables parece garantizarlo, esperando que el paro no le haya producido ningún problema severo en algún órgano. A partir de ese momento permanece bajo la tutela de los mejores especialistas del país y con todos los avances tecnológicos a su alcance, incluido el casco de enfriamiento, una técnica de protección neurológica de vanguardia que se suele emplear en estos casos. Otro aspecto que juega a su favor es que, a pesar de las circunstancias del alumbramiento, no se trata de un bebé prematuro, sino que nació en sus tiempos y con todos los órganos perfectamente constituidos.

Respecto a los hechos, 24 horas después ya se pudo efectuar una reconstrucción más próxima a lo que realmente ocurrió en la iglesia de Santa María del Pinar. Rocío estaba con su madre «rezando por todos vosotros», como dijo a sus allegados en una llamada telefónica minutos antes del suceso. Unas sesenta personas se encontraban en el interior del templo cuando entró el asesino, ataviado con unas bermudas y un sombrero de paja. Escondía su arma de fogueo que había manipulado para hacer fuego real en una funda de una raqueta de pádel. Tras merodear por la zona durante horas y preguntar con insistencia por el momento en que comenzaría la misa se adentró en el templo con ansiedad pero sin dudas, según los testigos presenciales. Disparó con cobardía, a bocajarro y en la sien, sin posibilidad de reacción. Escogió a Rocío al azar, como le podía haber tocado a cualquier otra. Destrozó a su madre, que se encontraba a su lado. «Me han matado a mi hija». Conmocionó a su familia. «No comemos, no dormimos, esto no puede ser». Sobresaltó a Fornelos de Montes, pueblo de donde son originarios sus progenitores, y despertó con una exclamación de rabia a Pontevedra, la ciudad de la fallecida.

(Más información en nuestra edición impresa del sábado, 1 de octubre)

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