De paseo con... Pilar Señoráns: «Convirtieron el Campillo en un gueto»

Monitores de Noites Abertas hicieron ayer una exhibición de billarda durante la presentación del programa de 2016 en el Concello.
photo_camera Monitores de Noites Abertas hicieron ayer una exhibición de billarda durante la presentación del programa de 2016 en el Concello.
Es una de las ‘madres coraje’ de Santa María. Luchó contra el trapicheo en el Campillo, propició el traslado del botellón a Rosalía de Castro y reclamó hasta la saciedad una mejora urbana del entorno, además de participar activamente en la organización de todas las actividades vinculadas con la parroquia.

Llegó a Pontevedra a los 15 años para completar sus estudios y aquí se quedó. Después de casarse se instaló en la plaza de A Verdura y en 1982 se mudó al Campillo de Santa María. «Cuando veníamos a Pontevedra de vacaciones solíamos parar allí para tomar algo. Era curioso ver la balaustrada de hierro, la ropa tendida, los niños correteando... Era muy hogareño y muy íntimo».

En 1980 el entorno fue objeto de una reforma que, con el tiempo, resultaría crucial para su intrahistoria. Pilar Señoráns (Portas, 1960) la recuerda perfectamente: «Le daba un aire más urbano y menos ‘de aldea’ pero también se introdujeron algunas barreras arquitectónicas tremendas».

Pocos años después, el único bar que había en el lugar «empezó a llenarse de gente que montaba mucho alboroto. Juan Videl , Pedro Telesforo , Ismael Alonso y yo fuimos a hablar con el gobernador, Jorge Parada, para que tomase medidas, aunque el tema quedó aparcado. Pero lo que en principio empezó como algo tímido acabó convirtiéndose en un centro de distribución de droga. Es cierto que nunca tuvimos problemas de convivencia con esos jóvenes, porque a partir de una cierta hora se iban, pero los vecinos estaban indignados».

El trapicheo se convirtió en una gigantesca bola de nieve que parecía no tener fin y los residentes, hartos del pasotismo oficial, se constituyeron en asociación. Fue en 1991. «Había inseguridad, la gente tenía miedo...»

Por aquel entonces, el centro histórico presentaba una compleja dualidad: por el día, el chiquiteo le daba una chispa especial pero por la noche se envolvía con el oscuro manto de la drogadicción. Pilar Señoráns está convencida de que la prolongación hasta el Campillo se debió a su urbanismo: «La reforma no fue la adecuada. Al pasar la Basílica aquello parecía un gueto: no tenía buena iluminación, estaba muy cerrado y había muchos árboles que daban una sombra perfecta para poder llevar a cabo esos trapicheos. Pasar por allí daba realmente miedo».

Los vecinos contaron con el apoyo del Concello (entonces presidido por Javier Cobián Salgado ) en la organización de numerosas actividades sociales que, poco a poco, fueron erradicando esta lacra. «Se llegaron a organizar paseos de vecinos por delante de ellos para que se sintiesen incómodos».

Llega el botellón

El barrio disfrutó, a partir de ese momento, de unos años sin sobresaltos. Pero a finales de los 90 llegó otro fenómeno social que volvería a martillear su tranquilidad: el botellón. «Creo que bajamos un poco la guardia», explica Señoráns. «Los jóvenes vieron en el Campillo un oasis ideal para hacer botellón».

La actual presidenta de la asociación de vecinos percibió el problema desde el primer momento. «Yo sabía que iba a ir a más pero al no haber una normativa al respecto, la Policía tampoco podía hacer nada».

Ante una de las ventanas que daba directamente con la zona 0 del botellón, Señoráns describe cómo eran esas noches de sábado: «Tremendas. Teníamos que pedir permiso para entrar en nuestras propias casas y pasar con el coche era imposible, porque se ponían a bailar delante o te rajaban las ruedas. Teníamos que dormir con tapones en los oídos y cuando oíamos ruidos de cristales, no sabíamos si eran vasos rotos (porque se puso de moda romperlos) o tus ventanas. Muchas personas optaron por marcharse o malvender sus viviendas».

Añade que «había comas etílicos, vomitonas y meadas ante las puertas, toneladas de basura al día siguiente... Pero lo peor que he visto fueron dos jóvenes peleándose con unos vasos rotos, totalmente ensangrentados y muy violentos. Fue terrible».

La movilización vecinal, con Pilar Señoráns al frente, fue realmente incansable. Llamaron a las puertas de todas las administraciones hasta que en verano de 2008 consiguieron que se aprobase una ordenanza municipal que prohibía el consumo de alcohol en la calle y habilitaba un botellódromo en el Parque Rosalía de Castro, al otro lado del río. «Fue una lucha muy intensa y complicada, con multitud de reuniones...»

Desde entonces, Santa María ha recuperado el sosiego por el que siempre luchó... salvo un par de veces en verano. «Cuando hay peñas volvemos a tener el problema. Y es malo para la imagen de la ciudad que se tolere. Desde el Concello dicen que es un tema difícil de abordar, porque hay mucha gente, no se cuenta con la Policía suficiente y la prohibición podría tener un efecto rebote. Pero querer es poder».

Pilar Señoráns está convencida de que el botellón «no es un problema político, sino social. Las familias están muy desestructuradas y muchas veces los hijos no tienen un referente y actúan por su cuenta. Ser padre es la mayor responsabilidad que hay y no podemos pedirle a los políticos y a la Policía que cuiden a nuestros hijos. Debemos hacerlo nosotros».

«Don Jaime fue todo un referente»

Pilar Señoráns también está muy implicada en todas las actividades que se organizan desde la parroquia y no duda en ensalzar la figura de Jaime Vaamonde: «Hizo una dinámica parroquial de grupos que es para sacarse el sombrero». Reconoce que el párroco tenía un carácter difícil que no siempre era bien entendido: «Había que conocerle, era un perfeccionista de la moral, de la estética, de lo religioso... quería que todo estuviese impoluto». Por eso no duda en considerarle «todo un referente para la parroquia de Santa María».

Sobre el relevo, asegura que «tenemos un arzobispo ‘archilisto’ que puso a una persona joven, Javier Porro, que en combinación con el vicario hacen una simbiosis perfecta».

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