García Cancela: "Cuando entramos en la iglesia, aquello parecía un volcán"

En el vigésimo aniversario del incendio en San Francisco, el fraile que dio la voz de alarma y el único bombero lesionado en la extinción repasan los recuerdos de una fatídica noche que cambió la historia del emblemático convento. Un exceso de velas colocadas en un lugar equivocado del claustro originó un fuego que utilizó el antecoro para expandirse hasta la nave central del templo, calcinando el tejado, la biblioteca, varias imágenes y el órgano centenario
Fray José Pérez (izquierda) señala el lugar donde se originó el incendio
photo_camera Fray José Pérez (izquierda) señala el lugar donde se originó el incendio

Aquella madrugada del 18 de junio de 1995 será difícil de olvidar. Solo unas horas antes, Juan Luis Pedrosa acababa de ser investido como alcalde y cientos de personas disfrutaban de la movida nocturna, aprovechando la cálida temperatura.

Pasaban varios minutos de las dos de la mañana cuando los más próximos a la plaza de A Ferrería empezaron a percibir un olor a quemado. "A ver si va a estar ardiendo San Francisco", llegó a bromear alguno. Una cuchufleta que, a la postre, se convertiría en triste presagio. Dos horas después, el humo negro y las llamas dibujaban una dantesca imagen en la techumbre del convento.

"Estaba en mi celda y sobre las cuatro de la mañana noté un fuerte olor a humo. Intenté encender la luz y comprobé que no había suministro. Ahí ya me asusté. Al salir al pasillo vi que había más humo y, tras comprobar que la cosa era muy seria, fui corriendo a avisar a los demás frailes y llamar a los bomberos", recuerda fray José Pérez, el único de los ocho franciscanos que estaban aquella noche en el templo que continúa en Pontevedra. "Los demás han fallecido, salvo el padre Amado, que está en Lugo".

"Llegamos muy rápido, pero entre que localizamos las bocas de riego para alimentar al camión y tiramos las mangueras se perdió un tiempo precioso. También influyó que los vehículos no llegaban hasta allí arriba. Con los medios que hay hoy en día, el incendio no habría sido tan destructivo", asegura José Manuel García Cancela, uno de los bomberos que participaron en la extinción.

En torno a las seis de la madrugada, dos horas después de la voz de alarma, el operativo estaba al completo. "Se movilizó a todo el parque, tanto a los que estábamos de guardia como a los que estaban en sus casas. Debido a la gravedad de la situación, incluso hubo que pedir refuerzos al parque de Vigo", puntualiza. "Si no llegan a venir los de Vigo, hubiera ardido la Delegación de Hacienda también", apostilla fray José.

José Pérez: "Si no llegan a venir de refuerzo los bomberos de Vigo, el fuego se habría extendido a la Delegación de Hacienda"

Una de las primeras medidas fue proteger de las llamas el imponente rosetón de la fachada principal. No tanto por una cuestión de estética sino por una cuestión de seguridad. "Estábamos entrando y saliendo continuamente, llevando material, y si esos cristales tan gordos nos caían encima podían haber causado una desgracia. Por eso se decidió que una manguera estuviese regando constantemente el rosetón", explica Cancela.

EL ORIGEN. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo comenzó todo, pero sí dónde. Fue en el claustro, donde se habían acumulado numerosas velas de parafina. "Se acababa de celebrar la novena de San Antonio y un poco antes la de San Judas. Son dos eventos en los que se suele acumular mucha vela y decidimos retirar unas cuantas de la nave central del templo y llevarlas para el claustro. Paradójicamente, se hizo por seguridad y al final...", se lamenta el franciscano.

Pero nadie reparó en la pésima ubicación de los cirios, muy próximos a unas cortinas que colgaban de la pared. De madrugada (unos dicen que a la medianoche, otros que en torno a las 2), con los religiosos ya descansando en sus celdas, se originó la primera llama. De la tela pasó a la puerta de madera de un almacén anexo, en la que custodiaba material altamente inflamable: serrín para limpiar el suelo, la recreación en corcho de la gruta de la Virgen de Lourdes, el portal de Belén...

Ahí cogió fuerza y subió por una escalera interior -que hizo de chimenea- hasta el antecoro, donde prendió en el fuelle del órgano centenario que presidía la nave central. "El fuego busca oxígeno y aquí lo encontró de sobra", aclara García Cancela señalando el lugar que hace 20 años ocupaba el majestuoso instrumento. Que pasase a la techumbre fue una cuestión de minutos, "porque las vigas de la estructura eran de madera de tea y ardieron como la pólvora".

Nada más acceder al interior del templo, los equipos de extinción fueron plenamente conscientes del gigante al que se enfrentaban. "Aquello parecía un volcán, hacía un calor insoportable". Una vez sofocado el foco del incendio, los bomberos se repartieron para seguir la ruta de las llamas.

UN VETERANO. José Manuel García Cancela tiene 72 años y lleva siete jubilado. Fue uno de los cinco bomberos que en 1973 profesionalizaron el Parque pontevedrés "porque antes éramos todos voluntarios". Además del de San Francisco, también le tocó lidiar con el otro gran incendio registrado en Pontevedra: el del Teatro Principal y el Liceo Casino.

Echando mano de veteranía, "se me ocurrió salir al jardín del claustro para romper la uralita del tejado y atacarlo desde arriba. Le dije a un compañero que me acercase una escalera, pero era de aluminio y no tenía mucha robustez. Al estar tan estirada hizo barriga y partió". El operario cayó desde una altura de ocho metros. "Si en vez de impactar contra el césped lo hago contra la piedra, hoy no estaría aquí contándolo".

Aún así, sufrió el aplastamiento de cuatro vértebras. "Me metieron en una ambulancia y me llevaron al Santa Rita, pero a pesar de la sirena y de llamar varias veces, nadie nos abrió la puerta. Tuvimos que ir al Hospital y allí me quedé internado. Estuve cuatro meses inválido total, en los que tenía que comer con una pajita, y después estuve otros nueve meses de baja", recuerda el antiguo cabo. Fue el único bombero que resultó lesionado en el suceso.

La convalecencia fue dura: "Me tuve que ir a la aldea porque aquí no tenía ascensor y no podía subir por las escaleras. Mi nieto era el que me ayudaba a levantarme de la cama y a ponerme el corsé".

José Manuel García Cancela: "Cuando caí desde una altura de ocho metros estuve cuatro meses inválido, en los que tenía que comer por una pajita"

AYUDA CIUDADANA. Pero mientras Cancela era hospitalizado, la extinción continuaba sin descanso. Numerosos ciudadanos se ofrecieron a colaborar en aquellos primeros instantes, llenos de incertidumbre y tensión. "Salía de La Madrila a las cuatro de la mañana y y vi un bombero ya mayor que estaba subiendo la manguera por las escaleras y me ofrecí a echarle una mano", relata Ramón Pedras Lorda ‘Petete’.

Su aportación consistió, durante unos instantes, en hacer de enlace entre los que estaban dentro y los que aguardaban en el camión. "También me pidieron una pata de cabra para abrir unas puertas». ‘Petete’ recuerda que la visibilidad era prácticamente nula: «Había mucho humo, pero en pocos minutos ya fue la leche y empezó a arder todo a lo bestia".

UNOS MEDIOS DE RISA. La abnegada labor que realizaron la treintena de bomberos aquella noche del 18 de junio de 1995 cobra aún más importancia si se tienen en cuenta los medios con los que contaban, ridículos en comparación a los de hoy en día. "En aquel entonces no teníamos ni máscara ni oxígeno para entrar, había que ir con un pañuelo en la boca para poder respirar. Y de traje innífugo nada de nada, un pantalón de mahón tipo jardinero, una chaquetilla a juego un casco sencillito (sin pantalla) y gracias. Pasamos cada una...", recalca José Manuel.

Pasaban las doce del mediodía cuando el último retén de bomberos abandonaba San Francisco. Fueron necesarias más de seis intensas horas y cerca de 100.000 litros de agua para vencer a un pavoroso incendio que marcó un antes y un después en la historia religiosa de la ciudad: "Ahora ya no se utilizan velas de cera, sino eléctricas", detalla fray José.

Al no haber forma de salvar una parte de la techumbre de la nave central, se optó por dejar que se consumiese lentamente hasta extinguirse por sí misma y evitar el riesgo de sufrir un accidente en caso de un hipotético desplome. "Lo importante era que el fuego no llegase a la bóveda. Dentro de la fatalidad del suceso, fue una bendición de Dios que se salvase así la situación".

LA RESTAURACIÓN. El actual vicesuperior de San Francisco, de 69 años (lleva un cuarto de siglo en Pontevedra), destaca la decisiva implicación del entonces presidente de la Xunta, Manuel Fraga, en la restauración del convento. "Se volcó para que todo fuese lo más rápido posible y tenemos mucho que agradecerle".

Aprovechando la intervención, y teniendo en cuenta que el templo apenas tenía cimientos, los técnicos decidieron darle mayor consistencia. "Hubo que levantar varias paredes para meter hormigón y pilotes cruzados, a nueve metros de profundidad y separados a cierta distancia, para reforzar los muros. De hecho, Brañas no quiso sacar de golpe las cerchas de la antigua techumbre por miedo a que se resintiesen las paredes".


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