El Moderno de Lorca

Un grupo de jóvenes poetas, apenas unos niños de dieciocho años que habían fundado la revista Cristal, se plantan el 19 de agosto de 1932 en la estación ferroviaria de Pontevedra. Del tren se baja Federico García Lorca. Tiene 34 años y contempla el mundo con una sonrisa. Es su cuarta visita a Galicia. Había estado ya en la ciudad con el ministro Fernando de los Ríos semanas antes, en una visita que hizo como director de La Barraca: arribó a Coruña enfundado en el mono azul de la compañía. Ahora, rodeado y celebrado por los poetas locales, que lo siguen embelesados, llega invitado por el Comité de Cooperación Intelectual para dar dos conferencias-recitales.

El Café Moderno ya era entonces el epicentro de una actividad febril que se extendía por la ciudad del Lérez. De su regreso de América, el joven Valle aterrizó en Pontevedra provisto de un aire terrible y dandy, inspirado su fervor decadente en D’Annunzio, y casi lo primero que hizo fue meterse en el antiguo Moderno a explotar las tertulias y mantener polémicas vivas con unos y otros; aquí le publicaría Andrés Landín Femeninas, su primer libro, y empezó a dibujar su estética: capa, sombrero y barbas afiladas. Eran los tiempos de los Muruais, Said Armesto y Torcuato Ulloa; y ahora, con Lorca en la ciudad, el Moderno era el lugar en el que paraban Castelao, Bóveda, Cabanillas o Manuel Quiroga.

Lorca era el autor de Romancero Gitano. Un poeta de fama que había estado en Nueva York y había escrito para contarlo. «Non o deixamos respirar nos dous días que permaneceu en Pontevedra», escribió el poeta Xosé María Álvarez Blázquez. «A súa face expresiva, atraínte, simpática; o seu parolear ceceante, vivo, cordial e inxenuo; o seu xesto apaixonado; os seus ollos negros,penetrantes; as mans prestas, o ladear confidente da cabeza».

En una casa, rodeado de los poetas, Lorca agarra el piano y canta: «Romerico florido / coge la niña, coge la niña / y el amor de sus ojos perlas cogía». También cantaría Asubía que fai vento, que incorporaría a sus repertorios de Granada el autor de Seis poemas galegos. En su visita a Pontevedra, al genio de la literatura universal le reclamaron los anfitriones un poema para la revista Cristal, que en su corto período de vida había contado con obras de Manuel Antonio, Otero Pedrayo, Castelao o Juan Ramón Jiménez. Ya en el Moderno, según cuenta Luciano del Río, «Lorca solicitó un lugar para escribirlo y una cuartilla. Cruzamos la plaza de San José y entramos en el salón pequeño del Café Moderno. Sobre una de aquellas pesadas mesas de mármol donde Luis Amado tantas cuartillas escribiera para Proel, Federico, sin tardanza, compuso un bellísimo soneto, de gran sonoridad, y con duro acento romano: Yo sé que mi perfil será tranquilo / en el musgo de un norte sin reflejo».

El soneto era, en realidad, uno escrito años antes en Nueva York y que sería incluido en Poemas póstumos. Ese mismo año, 1932, fue dedicado públicamente a la violinista catalana Nieves Gas. La historia la reveló hace un año el diario El País: «A casi 1.000 euros la línea. Ese es el precio que salen de media las 14 líneas del soneto manuscrito que Federico García Lorca dedicó en 1932 a la violinista catalana Nieves Gas y que, con un montante de 12.000 euros de salida, se subasta el jueves en Barcelona (…) En 1932, ya de regreso en España y director de la compañía de teatro universitario La Barraca, realizó el 16 de diciembre una lectura en el hotel Ritz de Barcelona (…) También está entre los asistentes la joven violinista Nieves Gas quien, junto a su hermana pianista Herminia, era un destacado valor musical catalán de la época. Presentada al poeta al final del acto, a ella irá dirigida un soneto en el que si ya los dos primeros versos se nota la tristeza fruto de la incomprensión de la que se siente rodeado – ‘Yo sé que mi perfil será tranquilo / en el norte de un cielo sin reflejo».

Un manuscrito de ese poema labrado en el mármol del Moderno podrá leerse ahora en el Café, que cumple diez años de su reapertura. Allí se podrá escuchar también el sonido del violín de Quiroga.

Comentarios