''El paseo no lo perdono ni con lluvia''

Aniceto Núñez, paseando por Figueroa.
photo_camera Aniceto Núñez, paseando por Figueroa.

Catedrático de Filosofía, expolítico y ensayista prolífico, Aniceto Núñez (Cacabelos, 1940) es también paseante, probablemente el más incondicional de Pontevedra. Cada mañana recorre el casco viejo siguiendo una ruta que arranca de A Ferrería, baja por Figueroa y acaba subiendo hasta Santa María para regresar sobre sus pasos.

pide un descafeinado en la Praza da Leña en un alto de su paseo, y conversa de todo. «Yo los nombres de las calles no los tengo muy controlados, la verdad», se excusa. «Pero no perdono el paseo ni cuando llueve. Es una rutina agradable. Y me gusta la zona vieja, es la que más me gusta. He estado en muchas ciudades con casco antiguo: Salamanca, por ejemplo. Pero me quedo con esto». Es pontevedrés de adopción, ciudad a la que llegó después de una llamada a Ponferrada a mediados de los 70. «Cogió mi mujer. Era el subsecretario del Ministerio de Educación».

Aniceto Núñez estaba con fiebre. Se comunicó después con él, que le dijo que lo esperaba en su despacho de Madrid dentro de dos días. «Creí que había problemas», recuerda. El motivo para que pensase eso era que él, junto a otro compañero, organizaba unas sesiones de cine en el instituto muy exitosas que después abrían debate, y donde naturalmente se tocaba la política. Sin embargo, no hubo tal cosa. La oferta del subsecretario le sorprendió: «¿Qué le parece hacerse cargo de la Delegación de Educación en Pontevedra?». «Yo había estado en Pontevedra, me gustaba la ciudad. Y conocía Sanxenxo, a donde habíamos ido con mis hijos». Luego supo que la oferta era por recomendación de un colega suyo delegado de Educación en Asturias.

Y Aniceto Núñez se vino a Pontevedra. Exceptuando algunas etapas profesionales, lo hizo para no irse nunca. «El paseo», se interrumpe, «a veces me lleva por la zona de la Illa das Esculturas. Y me trae recuerdos. Cuando yo era delegado, el alcalde era Pepe Rivas. Necesitábamos terrenos para un instituto, un centro de formación profesional y para otro colegio, que hacía falta. Rivas me daba el terreno al otro lado del río y yo me quejaba: ‘Hombre, Pepe, esto no es Pontevedra, dámelo en el centro’. Y él me replicaba: ‘No te preocupes, que ya verás cómo esto crece’. Y mira cómo está, lleno de cosas: la Universidad, la Escuela de Idiomas... Pues sí, tuvo visión Rivas, y yo la verdad es que no la tuve. Estaba equivocado».

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