José Freire: "Hay manifestantes que buscan ser un mártir o el trofeo de un policía muerto"

Lleva el sindicalismo en la sangre «desde el seminario» y por eso no tolera las injusticias. Lejos de caer en el corporativismo fácil, José Freire rompe una lanza en favor de los policías que deben hacer frente a ciertos grupos de manifestantes cada vez más violentos. «Son unos pocos, pero enturbian cualquier reivindicación», critica

josé freire (Curtis, 1952) lleva casi 30 años dirigiendo el Sindicato Unificado de Policía. De hecho, fue uno de sus ‘padres’ en la provincia, a la que llegó destinado en enero de 1978, porque era la vacante más cercana a Santiago, la ciudad en la que creció y donde tiene a la mayor parte de su familia.

«Al principio no me gustaba. Lo primero que me echó para atrás de Pontevedra fue el olor y, de hecho, en cuanto podía escapaba a Santiago». De aquellos primeros servicios recuerda que eran agotadores, «no porque fuese conflictiva, que no lo era, sino porque tenías que asistir a todo. En las Fiestas de La Peregrina te ponías el uniforme cuando empezaban y no te lo sacabas hasta que terminaban».

Los primeros escarceos de Freire con el sindicalismo policial comenzaron en 1980, cuando llegan noticias de que en Sevilla hay un grupo de cinco compañeros que han creado una célula sindical (ilegal, obviamente) para denunciar injusticias cotidianas.

En 1982 puso en marcha, junto a otros agentes, lo que con el tiempo se convertiría en el SUP provincial. «Yo me encargaba de cobrar la cuota sindical a los compañeros. Imprimía los recibos en una vieja máquina Olivetti en un piso clandestino que teníamos en Estribela». Curioso: agentes persiguiendo a agentes.

El mensaje del SUP era «Por una Policía civil al servicio del pueblo». Un lema que, para el secretario autonómico, aún tiene vigencia hoy en día. Para llamar la atención, los sindicalistas realizaban pintadas en las zonas más variopintas, pero en una ocasión se les fue la mano: «Pintaron la frase en la basílica de Santa María. Recuerdo que salió Rivas Fontán (que era el alcalde) bufando contra nosotros. Otra pintada que aguantó muchísimos años estaba en el colegio de Las Calasancias».

Freire reconoce que estuvo en una ‘lista negra’ con los nombres de todos los subversivos. «Éramos 40 o 50 y ya estábamos destinados para Mahón, que entonces era una plantilla de castigo. Era un destierro».

Autorizadas las barbas

Estas ‘guerrillas’ y tiranteces internas concluyeron en noviembre de 1984, con la legalización del SUP. «La primera conquista ‘de la leche’ fue poder tener barba. Fui el primero en llevarla y desde entonces yo no me la quité».

Antes de llegar a Pontevedra, recién salido de la Academia de Policía, en 1976, su primer destino fue Bilbao, con el terrorismo de ETA en pleno apogeo. «Lo pasé bastante mal porque todas las semanas había un funeral».

De hecho, la suerte se alió con él para evitar que fuese víctima indirecta de un atentado. «Me dijeron que tenía que escoltar al capellán del cuartel hasta el monte donde hacíamos prácticas de tiro. Pero como yo ya había hecho las de esa semana, un compañero cordobés me pidió que le cediese el turno. Una bomba estalló al paso del convoy y este agente se quedó con la cara quemada».

Su etapa en el País Vasco está salpicada de anécdotas con las que ahora esboza una sonrisa, pero que en el momento le provocaron serios sobresaltos y un constante estado de alerta, tanto a él como a su familia.

Una curiosidad: José Freire vistió tres uniformes policiales distintos. «Cuando llegué a Pontevedra era gris, luego llegó el marrón y después el azul. Conste que, de no ser por la connotación de represión y del fascismo que tenía (sobre todo la gorra), el gris era de lo más bonito que he visto, así como el marrón era horroroso».

Antidisturbios

El paseo por el centro de la ciudad resulta tranquilo y sosegado. Nada que ver con los violentos desenlaces ocurridos durante las últimas manifestaciones en Madrid, especialmente la del pasado día 22. Unos lamentables sucesos que indignan especialmente a José Freire, quien matiza que «en Madrid hay, al año, más de 8.000 manifestaciones y solo hay incidentes en un 5%».

Con respecto al 22M, destaca que hubo una gran movilización y después se registró un grave altercado, «pero fue al final provocado por gente que, premeditadamente, quería montar follón». Freire recuerda que España es un Estado democrático que, entre otras libertades, concede el derecho a la manifestación. «Pero hay unas normas que hay que cumplir; cada uno no puede hacer lo que le viene en gana. Y el instrumento que tiene el Estado para lograr ese cumplimiento son las fuerzas y cuerpos de seguridad. Por tanto, cuando el ciudadano ve cómo violentan de esa manera al medio que tiene para velar por su seguridad, le queda la sensación de que somos un país bananero».

La indignación del sindicalista no solo va dirigida hacia los alborotadores, sino también hacia los políticos. «Cuando ves a alguno jaleando y justificando esos comportamientos, entonces te preguntas ‘¿esto qué coño es?’. Pasó el otro día en Santiago».

Y frente a las críticas exacerbadas contra los agentes antidisturbios, Freire replica que «está claro que no se puede cargar contra un ciudadano que tiene las manos en los bolsillos, pero cuando ves a otros que vienen hacia ti con un adoquín o un pincho para clavártelo, lo lógico es reaccionar».

Añade que «en todos mis años de profesión, no recuerdo una imagen igual a las que se vieron el 22M» e incide en la proliferación de agitadores profesionales: «O están buscando el trofeo de un policía muerto o un mártir que justifique futuras movilizaciones».

«Tuve más vocación de cura que de policía»

Aunque nació en Curtis, su infancia estuvo íntimamente ligada a Santiago. Apasionado del fútbol, compartió vivencias con el compostelano Veloso, que acabó en el Real Madrid. «Yo le hacía de cartero cuando aún cortejaba a su novia».

A los 10 años, acabó en el seminario. «Era la forma más económica de estudiar el Bachiller, porque los ingresos familiares eran muy justos». Allí estuvo cinco años, pero comenzó a nacer en él la vena reivindicativa que lo acompañaría el resto de su vida. «Solo había estudio y oración. Estábamos internos y solo salíamos en Navidad. Yo no comulgaba con aquella disciplina y acabé marchándome cinco minutos antes de que me echasen». La muerte de su padre precipitó la incorporación de José Freire al mercado laboral con solo 13 años.

Sindicalista y creyente

«No se puede decir que hubiese sentido la llamada del señor, pero sí que soy creyente y practicante, pese a que alguno piense que eso es incompatible con ser sindicalista», subraya.

Tras concluir los estudios, Freire hizo de escaparatista, trabajó en una farmacia, vendió enciclopedias, elaboró donuts... hasta que a los 20 años, recién casado, la ‘mili’ le llevó a Cartagena. «La hice por Infantería de Marina y fue lo más duro que he pasado en mi vida». Terminado el servicio militar, con casi 22 años, se presentó a la Academia de Policía Nacional, entró y se graduó en septiembre de 1976. «Tenía un tío en la Policía Armada de entonces y me atrajo aquella profesión. Y como tenía que buscarme algo, no me lo pensé más. ¿Vocación? Por aquel entonces para nada. Seguramente tenía más de cura que de policía».

Comentarios