"He dormido muchas veces en el suelo sin cartón ni nada"

Manuel, más conocido como Manolo, duerme en la calle desde hace 27 años, cuando dejó su casa y su familia por culpa de las drogas. Estos días pasa la noche en una pensión gracias a la mediación de una entidad solidaria de la ciudad
Manolo, en su banco de la Praza de Galicia.
photo_camera Manolo, en su banco de la Praza de Galicia.

LA VIDA de Manuel Barreiro cambió un día de 1990, cuando salió por la puerta de su casa en A Coruña para hacer de la calle su hogar. En realidad, todo comenzó a torcerse antes, con el primer chino de caballo cuando era un joven con toda su vida por delante. Luego vinieron los paseos cada vez más frecuentes a las chabolas de Penamoa (A Coruña) para ‘pillar’. "Cuando vi que la cosa ya no se sostenía me saqué de en medio, sin pelearme ni nada, hablé con mi mujer y me fui", cuenta desde su banco en la Praza de Galicia mientras recuerda a los cuatro hijos (dos niños y dos niñas) que dejó atrás. Antes intentó dejarlo. Se sometió a un tratamiento con metadona en cuatro ocasiones, pero no funcionó.

Engancharse es demasiado fácil. Caer en la marginalidad también. Acabar durmiendo en la calle es el siguiente paso para muchas personas con problemas de adicción a las drogas o al alcohol. Esta es la historia de muchas de las personas que estos días duermen en las calles -en plena ola de frío- y eso fue lo que le pasó a Manolo, un hombre que hace 27 años vivía con su familia en A Coruña. A pesar de todo, consiguió desengancharse sin ayuda de nadie. "Con esto", explica mientras toca su propia sien con el dedo índice de la mano.

Él es un nombre propio en medio de los números de la pobreza y la marginación. En Pontevedra hay 16 personas que pernoctan en la calle cada día, según cálculos del Concello. Son personas que, a pesar de tener camas disponibles en los albergues de la ciudad, prefieren pasar la noche en la calle a pesar del frío. En lo que va de invierno, en Pontevedra han fallecido dos personas sin hogar. La mayoría de sus historias tienen como personajes principales a las drogas, el alcohol o las enfermedades mentales.

Estos días Manolo se ha librado del frío gracias a una de las entidades sociales de la Rede Axuda, que le ha alquilado una habitación en una pensión para que pase los meses más fríos del año. "La tengo pagada hasta abril, porque hubo dos casos de personas que se murieron y va a hacer mucho frío", explica. Pero Manolo no deja su rincón de la Praza de Galicia. Se levanta temprano para ocupar su banco. Allí comparte espacio con quienes esperan el autobús, recoge la comida y los cafés que le dan otros y ve cómo va pasando el día. "Aquí estoy a gusto, todo el mundo me conoce, no me molestan y ni siquiera me pidió la identificación la Policía Local nunca", explica.

Manolo Barreiro asegura que dejó las drogas en la calle, después de haber probado con la metadona en cuatro ocasiones

Manolo confiesa que no le gustan los albergues. "No me gusta el ambiente que suele haber, estoy bien yo solo, supongo que también tengo mis manías", dice. Por eso prefiere quedarse en la calle a pernoctar en una de las camas que ofrecen Calor y Café y Cáritas en la ciudad, incluso en los días más fríos del año. "Va gente con adicciones, que tiene algún ingreso de pagas y se lo gastan en droga o en alcohol y la verdad es que ya no estoy para esos ambientes, no me apetece porque voy a cumplir 61 años en marzo, tengo una edad para estar tranquilo", comenta.

El coruñés ya está acostumbrado a la calle y al frío. "He dormido muchas veces en el suelo sin cartón ni nada, aunque eso también me hizo engancharme al vino, cuando ya había dejado la droga. Antes bebía mucho, eran las seis de la mañana y ya estaba temblando porque me faltaba el alcohol en la sangre", relata. "Ahora nada", asegura mientras señala una botella de agua que tiene a sus pies. "Me lo quitó el médico", explica.

El periplo de este hombre comenzó en A Coruña, pero en todo este tiempo lleva recorridas otras ciudades. Estuvo en un piso social religioso en Vigo hasta que se cansó y vino caminando hasta Pontevedra. "Pasé por el bosque y hasta me encontré con los militares (de la Brilat) que estaban entrenando por allí", recuerda sin reprimir la risa. Luego estuvo acogido con otros miembros de la asociación Reto a la Esperanza. "De vez en cuando pasan por aquí y me pitan con el claxon. ‘¿Cómo vas, Manolo?’, me gritan".

A donde no quiere volver el coruñés es a su ciudad. Allí le conocen todos y, aunque no tuviera ningún problema con nadie, no le gustaría verse de nuevo allí. Lo peor sería tropezarse con sus hijos. "Eso lo tengo muy metido en la cabeza, me daría mucha vergüenza que ellos me viesen así, como un vagabundo. Claro que me gustaría verlos, abrazarlos, darles besos... Pero han pasado tantos años que no me atrevo. Eso sí que lo tengo claro", explica cabizbajo, con el gesto serio tras su barba desarreglada.

Ahora, Manolo Barreiro espera que las administraciones resuelvan una Risga que tramitó hace tres meses gracias a una entidad social de la ciudad y que espera poder cobrar. Si se la conceden, tiene previsto alquilar una habitación y dejar la calle para dormir en una cama "al menos durante una temporada". Sería una jubilación justa para un hombre que lleva 27 años arrastrando las consecuencias de aquella primera dosis de heroína.

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