Segunda condena en una semana por trapichear en la narcofinca de O Vao

PONTEVEDRA.El fiscal jefe de Pontevedra, Juan Carlos Aladro Fernández, dejaba entrever hoy cierta impotencia tras llegar a un nuevo acuerdo por la vía de la conformidad procedente de un caso de narcotráfico a pequeña escala. El motivo nada tenía que ver con los términos del pacto que acababa de rubricar, similares a los que se suelen acordar ante hechos como el que se enjuiciaba ayer.

El máximo responsable del Ministerio Público se hallaba ciertamente indeciso ante el futuro que le espera al condenado, R.C.V. Ello fue así tras conocer que el acusado reconoció ante la Sección Cuarta de la Audiencia Provincial un nuevo episodio de trapicheo en la ya famosa narcofinca que linda con el poblado e O Vao solo una semana después de aceptar una condena muy similar dictada a 20 metros del lugar en el que se hallaba hoy, en la sala segunda del Pazo e Xustiza capitalino.

La circunstancia atenuante de drogadicción, muy clara en el caso de este acusado (cuya toxicomanía se apreciaba a simple vista) le sirvió para esquivar la cárcel en virtud de la resolución que dictó José Juan Barreiro hace siete días: el Código Penal, en aras de favorecer la reinserción y de evitar que los problemas con el consumo de drogas se agraven durante una posible estancia en un centro penitenciario, contempla suspensiones de condenas en casos como el de R.C.V..

El juez Berengua Mosquera, que hoy volvió a mostrar una escasa colaboración con los medios dificultándonos la tarea informativa, condenó al acusado a otros dos años de prisión (además de a una multa de 700 euros) siguiendo los consejos de Aladro que, sin embargo, no se pudo pronunciar sobre la posibilidad de una nueva suspensión de la condena. El acusado, entre tanto, y después de retrasar una vez más el inicio de la vista (la semana anterior también hizo esperar a las autoridades judiciales), salió de la Audiencia como Pedro por su casa.

En la narcofinca y sus inmediaciones no han debido echarle en falta en los últimos meses pese a sus arrestos y sus juicios. Su culpa, sin embargo, no debe ir más allá de ‘mover’ pequeñas cantidades de sustancias estupefacientes obviando la presencia policial con el objetivo de obtener las dosis que, desafortunadamente, le exige su organismo. Un vendedor, sí, un trapichero al uso.

La de R.C.V. es la historia que se repite con más frecuencia en el entorno del supermercado de la droga, donde nunca se verá al suministrador, ni siquiera a la persona que actúa de intermediario entre aquel y los trapicheros.

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