Adrián Esperón: "A un niño o niña que se inicie en este mundo le diría que lo disfrute"

Apasionado del baile desde los ocho años, Adrián Esperón se retira del mundo de la competición para dedicarse íntegramente a la enseñanza ► Dará tres clases de baile gratuitas los días 7, 14 y 11 de septiembre en colaboración con la escuela PonteBaile

Adrián Esperón. ADP
photo_camera Adrián Esperón. ADP

TRAS veintiún años en el mundo de la competición, el bailarín pontevedrés Adrián Esperón, se retira para dedicarse a la enseñanza.

¿Qué le llevó a interesarse por el mundo del baile?
Mis padres se apuntaron a unos cursos de baile en el Casino Mercantil y yo iba a acompañarlos. Poco a poco me fui interesando hasta el punto de que me busqué una pareja y me apunté a las clases. Después de un año, empecé en el mundo de la competición.

¿Podría explicarme en qué consiste el baile deportivo?
El baile deportivo son básicamente los bailes de salón incluidos en el mundo de la competición. Son diez en total: vals, tango, vals vienés, slow fox y quickstep y ritmos latinos: samba, chachachá, rumba bolero, pasodoble y jive.

¿Es duro el mundo de la competición?
Creo que es como cualquier otro deporte. Cuando empiezas a competir a bajo nivel, las competiciones son más básicas y sencillas. De todos modos claro que hay competitividad, hay parejas que se forman y entrenan mucho porque desean la victoria, pero como en todo. A nivel de España, europeos o mundiales, sí que te exigen más y los contrincantes se lo toman más en serio.

¿Cuántas horas entrenaba al día?
Unas tres o cuatro horas. Primero hacíamos la parte técnica, que es a nivel de coreografías, y ejecución de pasos para hacerlos tal y como está reglado en los libros. Después la parte física, que la complementábamos con gimnasio, piscina e ir a correr. Los entrenamientos solían ser por las mañanas y por las tardes nos dedicábamos a estudiar o a trabajar para poder seguir adelante.

¿Tuvo que renunciar a muchas cosas por el mundo del baile?
Si querías ir un poquito más allá y avanzar en el mundillo, sí. A nivel de estudios, cuando todavía no tenía las cosas claras sobre qué hacer con mi vida mis padres no me dejaron abandonar los estudios. Gané el primer Campeonato de España a los dieciséis años, pero yo todavía no estaba seguro de qué hacer. A los dieciocho gané el segundo y a partir de ahí sí que fui dejando los estudios de lado porque todo conllevaba una mayor exigencia y trabajo más duro. Además, entrenábamos en Italia, y eso quieras que no era muy difícil compaginarlo con una carrera, un ciclo o lo que fuese. Hasta que estuve cien por cien seguro de que me quería dedicar a esto, no dejé de estudiar. También tuve que dejar un poco de lado la vida social en general, quedar con mis amigos era casi imposible.

¿Qué cualidades debe tener un buen bailarín?
Mucha gente me dice que no todo el mundo sirve para bailar, pero yo siempre digo que sí, que todo el mundo puede. Obviamente sí que influye cómo sea la persona. A mucha gente le da vergüenza, otros están en mejor forma física… Pero también hay personas que tienen ese talento innato que les puede llevar a ser campeones de España, de Europa o del mundo si se lo proponen. Ese don es lo que buscan los jueces en las competiciones.

Lo que más me gusta de mi trabajo es ver a una madre o un padre bailando con su hijo y pasándoselo bien

Este año se retira del mundo de la competición para dedicarse a la enseñanza. Durante varios años ha dado clases de baile en la calle. ¿Cómo se comporta la gente cuando le ve bailar? ¿Se cohíben o por el contrario se lanzan a aprender?
Sí, acabé de competir en noviembre del año pasado porque ya estaba un poco quemado. Viajar tanto me estaba consumiendo. Quería pasar más tiempo en casa cerca de los míos, estar tranquilo y dedicarme a enseñar. Desde hace tres años estoy trabajando con un grupo de profesores en la Escuela PonteBaile. Es un proyecto de colaboración con la Zona Monumental y el Concello de Pontevedra, y son esas clases de baile en la calle, completamente gratuitas. El primer año empezamos con dos clases para saber si la gente se animaba a realizarlas, y como fue tal éxito, al año siguiente dimos tres clases y este año serán otras tres. El día 7 en la plaza de Curros Enríquez, el 14 en La Verdura y el 11 en Méndez Núñez, todas a las 20.30 horas. Cuando doy las clases, tengo la visión de que la gente cree que voy a enseñar a un nivel muy avanzado, pero para nada. Al contrario, son clases para gente que no sabe nada de baile, que se anima a probar y a pasar una hora divertida. Además pueden participar niños y mayores. Hay mucha gente mayor, pero los niños y niñas de entre seis y catorce años colaboran mucho. Después, a partir de los quince ya es un poco más complicado porque les da vergüenza, pero siempre hay alguno que se apunta. Ya sabes, la adolescencia es complicada. Lo que más me gusta de este trabajo es ver a una madre o un padre bailando con su hijo y pasándoselo bien.

¿Ha pensado en volver a competir algún día o va a dedicarse íntegramente a la enseñanza?
De momento no. Bailaría y competiría sin tener que pasar por todo lo que conlleva el mundo de la competición. Viajar tanto acaba machacándote física y mentalmente. Eso sí, las exhibiciones o alguna competición a nivel amateur no las descarto.

¿Alguna vez se ha planteado ser jurado?
Sí, las licencias de profesor y juez ya las tengo. He tenido que hacer algunos trámites pero a partir de enero empezaré a juzgar a nivel nacional y tras unos años, a nivel internacional.

¿Qué consejo le daría a un niño o niña que se inicie en este mundo?
Sobre todo que no tenga miedo a probar en el mundo del baile y que lo disfrute. Este deporte esconde muchas cosas positivas. A mí una de las cosas que más me enganchó fue el viajar, conocer muchos lugares mientras hacía lo que me gustaba, que era bailar. El baile es como una droga positiva, tiene algo que hace que nos enganchemos.

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