La delegación pontevedresa de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) abrió este miércoles las puertas de su tradicional rastrillo solidario, un comercio efímero donde vende todo tipo de productos donados por la población con un único fin: recaudar fondos para sufragar las distintas actividades que ofrece, a coste cero, a todos los pacientes oncológicos que lo necesiten.
El mercadillo lleva años consolidado en la agenda de acciones que desarrolla la entidad, pero habitualmente cambia de ubicación y este año se ha situado en el corazón de la zona monumental, en el número dos de la calle A Peregrina. El establecimiento es algo más pequeño que otros emplazamientos utilizados en ediciones anteriores, pero como contrapartida, la organización confía en sacar rédito a la localización y elevar la recaudación.
El año pasado la caja cerró con 12.698 euros, el mejor dato tras la irrupción de la pandemia, aunque el récord está fijado a día de hoy en los 18.000 euros.
El local abrirá de lunes a sábado (de 10.30 a 13.30 horas y de 17.30 a 20.30 horas) y la previsión es que se mantenga operativo hasta mediados de enero. La coordinadora de voluntariado, Nara García, informó en el momento de la inauguración de que el mercadillo cuenta con la colaboración de 60 voluntarios "sin los que, obviamente, no podríamos llevar a cabo el rastrillo".
Qué se puede comprar y donar
Salvo ropa, calzado y enciclopedias (que no se aceptan en esta edición), el rastrillo tiene a la venta productos de todo tipo: bolsos, libros, cuadros, juguetes, pequeños electrodomésticos, bisutería... Los precios parten de un euro y, al margen de la causa solidaria, la oferta reúne auténticas gangas.
En el momento de la apertura los objetos más valiosos eran dos juegos de café de plata y alpaca valorados en 200 euros cada uno, pero ni mucho menos es un catálogo estanco. La AECC acepta donaciones (en buen estado) hasta el último día, tanto en la sede la organización (Eduardo Pondal número 64) como en el establecimiento donde se celebra el rastrillo. "De momento hay muchos huecos, pero esperamos que se vayan rellenando a lo largo de los próximos días", indicó Virginia García, otras de las voluntarias que se ha volcado de lleno en la iniciativa.

La respuesta del público fue positiva desde que un inicio, logrando una recaudación de 150 euros en la primera media hora. Falta por ver a dónde llegará esta vez la recaudación, pero sea cual sea el importe, se sabe ya que el suyo será un buen destino. Solo en el primer semestre de este año, la delegación provincial de la AECC desarrolló 9.617 intervenciones (2.000 en la ciudad), entre las que se encuentran acciones de atención social, atención psicológica, sesiones de logopedia y fisioterapia, y un largo etcétera de actividades de voluntariado para acompañar a los pacientes de cáncer.
Las voluntarias
La plantilla está organizada en turnos y cuenta con participantes veteranos y otros de incorporación más reciente. Es el caso, por ejemplo, de Dolores Reguera, una pontevedresa de 57 años que lleva tres meses arrimando el hombro a favor de la asociación y que ahora se ha colocado el delantal verde para despachar con la mejor de las voluntades los objetos que descansan en las estanterías.
Según dijo, se ha hecho voluntaria porque le gusta "ayudar a la gente que lo necesita" y porque, como a la mayoría de compañeras, el cáncer le ha tocado de cerca. "Hace dos años se murió un sobrino de 19 años por un tumor cerebral y eso me hizo cambiar el chip", señaló a preguntas de este medio.
Mercedes Míguez, de 74 años, forma parte del plantel con más rodaje. Este miércoles le tocó ejercer de tesorera, pero lleva más de tres lustros participando en casi todas las iniciativas de la AECC, desde la cuestación callejera a las marchas contra el cáncer. En su caso, ingresó en el cuerpo de voluntarias "por mediación de unas amigas", tiempo después de que su hermano falleciera a causa de una enfermedad oncológica. "Desde entonces me volqué en esto y aquí sigo", indicó a pie de la caja.
Sole Vilariño, natural de Pontevedra, tiene 67 años y lleva casi media vida echando un cable a la asociación y a los enfermos. Comenzó de voluntaria a raíz de un curso de cocina de la AECC en el que participaba su hija y dice que, desde el minuto uno, se enganchó a esta labor altruista. La peluquería fue su primera profesión y aun hoy sigue acudiendo al hospital para "cortarles el pelo a los pacientes, hacerles o las uña o maquillarles. Me gusta mucho colaborar con la gente que lo necesita y, aún por encima, es un grupo de voluntarias en el que todos estamos muy unidas. Somos una familia", señaló en la inauguración.