Alejandro de la Sota o la belleza de lo esencial

"Sus formas eran resultado, nunca búsqueda", dice Celestino García Braña refiriéndose al arquitecto Alejandro de la Sota, protagonista del Día das Artes Galegas 2018. El vicepresidente de la Academia Galega de Belas Artes rinde homenaje al que fue su profesor con este artículo.

Detalle de la casa en la antigua calle Gondomar. RAFA FARIÑA (ADP)
photo_camera Detalle de la casa en la antigua calle Gondomar. RAFA FARIÑA (ADP)

Saber que don Alejandro de la Sota sería nuestro profesor de la asignatura de Proyectos fue motivo de una singular expectación en aquel grupo de estudiantes que en el año 1966 iniciábamos los estudios de arquitectura en la Escuela de Madrid, superado el temible ingreso. Su autoridad como arquitecto estaba fuera de toda duda y era uno de los protagonistas singulares de la renovación de la arquitectura española del momento, tan necesitada de profesionales que se adentraran en los territorios de la modernidad.

Aunque con el tiempo he entendido que, realmente, no comprendíamos demasiado de aquello que él quería transmitirnos su magisterio seducía. Había algo de místico, de esperanza ilusionante por alcanzar a penetrar en el fondo de aquellas lecciones que sus palabras trataban de desvelar para nosotros. Curiosamente no se amparaba en largos discursos ni en elaborados argumentos. En algunas ocasiones me he referido a su método, que más se basaba en la estrategia del catecismo que en las demostraciones de la cátedra. Sus frases eran cortas, dichas con tanta convicción, que subyugaban y atraían. Como atraía su carácter solitario, de héroe romántico que nunca se apuntaba a nada, porque nunca firmaba escrito colectivo alguno. Don Alejandro era ¡Don Alejandro!

La visita a su obra más conocida y reconocida en aquellos años, el gimnasio del Colegio Maravillas, apenas si recién terminada, confirmaba lo ya experimentado en sus clases. Pocas cosas añadió De la Sota a lo dicho en el aula. Allí estaba la obra construida, allí su funcionamiento que justificaba las formas adoptadas, todas como consecuencia de sólidos argumentos utilitarios o constructivos y ninguna como capricho o intencionalidad artística. Nos sorprendían aquellas cerchas colocadas al revés de cómo las habíamos visto en los libros de construcción, pero pensadas así porque, además de cubrir, alojaban grandes aulas en su interior, porque encima se colocaba una cubierta para jugar al aire libre y porque también dejan pasar la luz que todo lo inunda. Sus formas eran resultado, nunca búsqueda. Simplemente ansiaba construir el instrumento necesario para hacer deportes colectivos. Y allí, sus alumnos, solo podíamos sentir, porque la profunda comprensión nos quedaba aún demasiado lejos. Pero se abría la esperanza y era lo verdaderamente importante, de lograr descubrir, en su día, dónde estaba el truco del mago que de la nada era capaz de producir tanta perdurable belleza.

Creía que de la utilidad exacta derivaría, automáticamente, la belleza que a él le interesaba: callada en formas y elocuente en contenidos


Y el secreto era olvidarse de la arquitectura y reducir toda aspiración a crear el instrumento perfecto en cada obra.  Creía que de la utilidad exacta derivaría, automáticamente, la belleza que a él le interesaba. Una belleza callada en las formas, pero elocuente en los contenidos. Una belleza que deslumbrara en su casi nada, dirigida a los ojos de la mente y siempre alejada de cualquier espectáculo fatuo. La belleza del violín o de unas castañuelas de concierto. 

La belleza de un polideportivo, cubierto por una estructura espacial que se apoya, levemente, en escasos puntos, construido con humildes paneles prefabricados de hormigón, que encierran un espacio mágico donde la madera y los austeros paneles de Viroterm exhiben su color, sus expresivas texturas y facilitan una adecuación acústica… y que espera, tenazmente, las obras que restituyan su valor original.

La belleza de los muros de piedra de la Misión Biológica, en Salcedo, que contrastan con la ligereza de los balcones volados, en la que hay que entrar para ver la esencial escalera que da paso a la planta alta. La belleza del edificio de hormigón, en la calle Gondomar, que no olvida incorporar en sus fachadas el fundamento de las galerías, con el portal más elemental que se ha construido en Pontevedra, en el que nadie se fija y paso obligado para subir al paraíso que es la vivienda construida en el ático ajardinado. La belleza de la casa de La Caeyra, con los dormitorios semienterrados y el más sutil y aéreo de los cuartos de estar, mirando hacia la ciudad e intuyendo, en la lejanía, la vieja casa veraniega de Salcedo, envuelto en vidrio y en ligerísimos paneles blancos de fabricación industrial. Bellezas no buscadas, instrumentos precisos, que solo aspiran a un bien funcionar mientras la vida justifique sus utilidades.

Homenajeado el 14 de abril en el Teatro Principal
Las Real Academia Galega de Belas Artes (Ragba) homenajeará, en el Día das Artes Galegas 2018, al arquitecto pontevedrés Alejandro de la Sota. Aunque la fecha oficial de la efeméride es el día 1 de abril, al coincidir este año con la Semana Santa, la organización del acto institucional acordó trasladarlo al sábado 14 de abril. El homenaje se celebrará en el Teatro Principal de Pontevedra, a las 19:00 horas, y contará con la asistencia, entre otros, del presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo.

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