Entre Andorra y Castellón, Santiago

Alejandro y su abuelo viven a cuatro horas de distancia; el Camino de Santiago se ha convertido en su punto de encuentro

Alejandro y Salvador, a su llegada al albergue. OLGA FERNÁNDEZ
photo_camera Alejandro y Salvador, a su llegada al albergue. OLGA FERNÁNDEZ

A falta de tres semanas para la fiesta de Santiago Apóstol, Alejandro Beovide (11 años) y su abuelo, Salvador Lleo (64 años) llegan al albergue de peregrinos de Pontevedra. Se encuentran en la octava etapa de su viaje: un camino que empezó en Oporto el 25 de junio y que planean finalizar el próximo viernes en la Praza do Obradoiro.

Como muchos otros antes que él, Salvador ha cambiado las botas por un par de sandalias azules. Alejandro, fan acérrimo de los trenes, trota alrededor del edificio, que limita con las vías de entrada a la ciudad. Su abuelo le llama y le invita a sentarse junto a él. Aunque disfruta pasando tiempo a su lado, explica: "llevamos más de una semana juntos, pero no es lo habitual". Así, cuenta que, hace más de una década, a su hija le ofrecieron trabajo en Andorra, tuvo que cambiar las playas del Mediterráneo por los Pirineos, y allí nació Alejandro. Un día cualquiera, nieto y abuelo están separados por más de 370 kilómetros. Por eso aprovechan este viaje juntos, cuyo cénit ya se encuentra más cerca que su salida desde Portugal. Este sábado despega su avión del Aeropuerto de Santiago: entre madrugones, duchas frías y pimientos de Padrón, los días pasan.

El benjamín relata su llegada a Oporto como una odisea: coche hasta Valencia antes de embarcar con su abuelo, mochilas al hombro, en el vuelo en que cruzaron la península. Medio día de colgar mochilas, escurrir el champú de las bolsas estancas de plástico y esperar en salas de sillas metálicas frías no es suficiente para hacerles cambiar de idea: esta es su segunda experiencia como peregrinos y no parece que vaya a ser la última. El verano pasado, acompañados por la tía de Alejandro, marcharon desde Sarria. Fue una semana de viaje que,según cuenta Salvador, a su nieto le supo a poco: "Cuando acabamos me pidió que, el verano siguiente, repitiésemos la experiencia no durante una, ¡si no dos semanas!".

Aunque fue su abuelo quien le contagió la fiebre del Camino, los brotes de Alejandro son mucho más fuertes. "No se cansa nunca, le encanta. A veces tengo que recordarle que soy su abuelo, que no puedo seguirle el ritmo", ríe, con los ojos empañados. Tose, se disculpa por la emoción y continúa: "Cuando Alejandro me propuso repetir el viaje, se me ocurrió comenzar desde Oporto". Salvador, que conoce el centro de Portugal, pensó que avanzar por la costa facilitaría el trayecto a ambos. Un camino cada vez más conocido, pero menos masificado que el francés. No se arrepiente de su decisión: el terreno es menos brusco que en el camino francés, aunque no percibe diferencia entre los peregrinos y voluntarios de una y otra zona: "todo el mundo en el Camino es muy amable".

Abuelo y nieto funcionan como un equipo de relevos: cuando uno pierde el hilo de su anécdota el otro, sin demora, continúa la historia. De su viaje reseñan la llegada al albergue solidario de Mougas, un camping que cuenta en sus instalaciones con una piscina natural de agua salada. "Nos vino de fábula, ese día nos relajamos de verdad", cuenta Salvador. Su nieto resopla: "Estaba helada, ¡mucho más fría que en Castellón!". Lo cuenta con la correa de su cámara azul enrollada en la muñeca. Lleva fotografiando los senderos todo el viaje: cincuenta por ciento por el recuerdo, cincuenta por ciento para mostrárselo en septiembre a sus compañeros de clase, que no creen a Alejandro capaz de cubrir 240 kilómetros a pie.

En cualquier caso, Santiago no es el final del Camino para este veterano y su abuelo. Han convencido a la madre de Alejandro para completar las flechas del norte a lo largo del mes de octubre y, el verano que viene, quieren probar con la ruta inglesa: un par de semanas que culminarían en las playas de Fisterra, donde todavía no han podido bañarse. Se consideran privilegiados: "es una experiencia que recomiendo a todo el mundo", resuelve Salvador.

Ellos son solo dos de los sesenta peregrinos que, estos días, completan el aforo del albergue de la ciudad. Tienen, como todos, una motivación para conseguir las compostelanas, en su caso, desgastar juntos los zapatos. "Creo que es una experiencia fantástica para los niños", cuenta Salvador, teoría que Celestino Lores, presidente de la Asociación de Amigos do Camiño Portugués y director del albergue de peregrinos de Pontevedra, secunda: "durante los meses de verano , es habitual ver en el Camino familias de todo tipo. Tiene sentido: se trata de un turismo barato, de valores y espiritual". Lores estima que el año pasado cruzaron la ciudad alrededor de 70.000 peregrinos de más de 180 nacionalidades distintas; este año se esperan más de 80.000 y, para el próximo Año Santo, 2021, superar los 100.000.

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