Así es cuidar a un dependiente en la tercera edad: los casos de Víctor, Josefina, Amparo y Siro

Víctor con su esposa enferma de alzhéimer paseando por las calles de Pontevedra, algo que hacen cada día. GONZALO GARCÍA
photo_camera Víctor con su esposa enferma de alzhéimer paseando por las calles de Pontevedra, algo que hacen cada día. GONZALO GARCÍA

Víctor González: "No podía atenderla como se merecía"

La edad y las dificultades que conlleva cuidar de una persona con una enfermedad degenerativa llevan a Víctor a gastar 30.000 euros anuales para darle a su esposa la calidad de vida que él no le podía ofrecer

Víctor con su esposa enferma de alzhéimer paseando por las calles de Pontevedra, algo que hacen cada día. GONZALO GARCÍA
Víctor con su esposa enferma de alzhéimer paseando por las calles de Pontevedra, algo que hacen cada día. GONZALO GARCÍA

Cada día Víctor González cumple minuciosamente con su rutina. Leer el periódico en una cafetería o ver la televisión puede ser un gran placer, pero para este hombre de 82 años lo más importante es visitar a su mujer, enferma de alzhéimer. "Ella habla mucho, pero no se le entiende nada. Es lo poco que queda de ella", explica.

Víctor aún se pregunta cómo a su esposa le pudo venir la enfermedad que les cambió la vida de forma tan repentina. "Estábamos en Madrid y la llevaba dos veces a la semana a un centro donde realizaba ejercicios para su problema", comienza a relatar.

Víctor ha luchado incansablemente para conseguir que su mujer estuviera siempre bien. "De Madrid nos vinimos a Galicia y, aunque yo tuviera ayuda para ducharla, no podía yo solo".

Un tiempo después, Víctor conoció la residencia privada Saraiva de Pontevedra. "Estoy encantado con la residencia y el trato que tiene mi mujer allí, pero es caro", afirma.

Víctor gasta anualmente 30.000 euros en la residencia. "No podía atenderla como se merecía. Yo solo quiero que mi mujer esté bien", expresa. Para este octogenario, es posible mantenerse gracias al piso que aún conserva en Madrid y la pensión.

"NO QUERÍA ESTAR SIN ELLA".  Se conocieron en Inglaterra en el año 1962, comenzaron como amigos de trabajo y, tres años después, juraron ser compañeros de vida para siempre casándose y formando una familia. Dicho juramento, para González sigue siendo sagrado, pero adaptándose a las nuevas circunstancias. Para Víctor el dejar a su esposa en la residencia fue una decisión complicada. Un debate interno al que se enfrentan muchas personas a diario y que él pospuso hasta el último momento, pero sabe que ahora "está mucho mejor".

"YO ME CUIDABA SOLO". Víctor asegura que mientras él pueda seguirá haciendo su rutina por sí mismo. "Seguiré cogiendo el autobús para ver a mi mujer, comeré y me acostaré solo". No obstante, comienza a necesitar ayuda para hacer sus comidas y ejercicios para trabajar la memoria. "Voy todos los días a la residencia excepto los domingos, ya que no hay mucho bus ese día. El lunes, después de pilates, retomo mi rutina y vuelvo a ver a mi esposa".

Josefina Ruibal: "¿Qué pasa si yo me pongo mal?"

A pesar de tener una invalidez del 49% cuida de su marido con párkinson y demencia todos los días. Cuenta con una ayuda tres horas al día, pero no llega a ser suficiente para poder resolver una vida con calidad mínima

Josefina Ruibal Torres mientras da un paseo por el punte de la Barca de Pontevedra. D.FREIRE
Josefina Ruibal Torres mientras da un paseo por el punte de la Barca de Pontevedra. D.FREIRE

Josefina Ruibal Torres y su marido tenían una vida normal. Viajaban, tenían planes de futuro donde disfrutaban de una jubilación cómoda. "Hasta que un día se empezó a quejar de que le temblaban las manos y entonces le detectaron párkinson", explica.

Desde hace cinco años, la vida de esta mujer de 75 años le ha cambiado radicalmente. "El párkinson es una enfermedad degenerativa, pero ahora también él tiene algo de demencia". Con estas palabras, Josefina acerca una realidad cruda de los cuidados domésticos.

Bajo el lema "es lo que ha tocado" se conciencia para cuidar de su marido y de ella misma, pero "es muy difícil. Cada día ocupa más tiempo. No tengo tiempo para mí", afirma.

Josefina no puede concebir dejar solo a su marido. Cada día ella tiene que ducharlo, afeitarlo, prepararle el desayuno e incluso darle de comer. "Aún puede salir solo a la calle, pero pasar mucho tiempo a solas, no puede. Le da la sensación de que se pierde y tiene miedo. Tengo que estar con él siempre".

Ella es clara: "Esto quema muchísimo". A ella, quien la cuida es ella misma. En su caso, ha podido conseguir una trabajadora social (durante tres horas) que solicitó a través del Ayuntamiento de Pontevedra. "Estoy agradecidísima. Me ha sacado un trabajo grande y puedo hacer algo más de vida".

Para Josefina haber podido adquirir algo de apoyo le ha valido no solo para recuperar algo su tiempo de vida, también algo de calidad. "Yo ya tengo una edad y una invalidez del 49%". Ahora ella puede ir a hacer algo de gimnasia e ir "algo" a la Cruz Roja. Pero la gran pregunta de esta mujer sigue siendo: "¿Qué pasa si yo me pongo mal?".

"ES MUY INGRATO ESTO". Los cuidados domésticos tienen un hándicap añadido y no solo es la falta de conocimiento en ciertos ámbitos, también es la falta de agradecimiento. Josefina y muchas mujeres que ejercen cuidados como ella sacrifican su vida por los cuidados, pero como respuesta no reciben gratitud ni reconocimiento. "Lo haces todo lo bien que puedes y no te lo agradecen. Al contrario, parece que les estás haciendo daño o, incluso, te la rechazan", expresa cansada.

Amparo y Siro: "Nosotros nos cuidamos mutuamente"

A pesar de contar con la solidaridad de las asociaciones no llega a ser suficiente. Amparo, con los efectos del cáncer de tráquea y Siro, con su incapacidad para caminar, lidian con su día a día con mucha dificultad

Amparo y Siro juntos en su hogar mientras ella intenta pintar un cuadro al óleo. D.FREIRE
Amparo y Siro juntos en su hogar mientras ella intenta pintar un cuadro al óleo. D.FREIRE

Amparo de Socorro Gómez, de 77 años, y su marido Siro, de 87, se cuidan mutuamente.

Desde hace cinco años, sus vidas cambiaron radicalmente cuando a Amparo le diagnosticaron un cáncer de tráquea. "Estoy apamal, tengo una gripe fuerte, no tengo ganas de comer nada y los tratamientos de quimioterapia son muy fuertes", dice Amparo.

Su marido, Siro, depende de ella para hacer su vida diaria: "Si yo no estoy, mi marido no puede hacer nada", afirma.

Amparo, cuando le preguntan que quién cuida de ella, responde: "Yo me cuido sola". Ella y su marido no tienen ayuda de nadie más. Con los hijos lejos de su entorno, Amparo y Siro tienen que "apañarse" como pueden para hacer su vida diaria.

AYUDAS QUE TARDAN. "Nos dicen que pidamos apoyo, pero luego nos responden que tardan mucho y nosotros no podemos pagar una ayuda privada", expresa.

El día a día para Amparo es "muy duro". Ella tiene sobre sus hombros la responsabilidad de hacer la compra y regresar con su marido "corriendo". "En cualquier momento se querrá levantar para ir al baño o del sofá y yo tengo que ayudarlo. No sería la primera vez que lo encuentro en el suelo sentado", comenta.

A pesar de contar con la ayuda de la Cruz Roja y de la Asociación Contra el Cáncer, no llega a ser suficiente. "He perdido 14 kilos y ya no tengo fuerza para levantarlo", relata. Recibir quimioterapia y las secuelas que luego produce un tratamiento tan agresivo como este la dejan sin fuerzas y, en su caso, sin ganas de comer. "Yo me pongo a llorar porque no quiero comer. Tengo que comer despacito, cosas mojadas, ya que me atraganto y me ahogo".

CUIDADOS SUBESTIMADOS. Debido a lo que ha podido experimentar, Amparo declara que "los cuidados es algo que siguen estando muy desprotegidos". Para ella sería ideal contar con una persona que la pudiera ayudar a hacer la comida. Antes era su hija la que los ayudaba, pero tuvo que marcharse a Tenerife por cuestiones de trabajo. "Solo contamos con el dinero de mi marido y no nos podemos permitir pagar muchas cosas". Gracias a la buena fe de médicos y asociaciones, Amparo y Siro pueden ir haciendo su día a día, pero con dificultades.

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