Pontevedrando... El cambio climático está en la cocina

Hay que hacer a escala global lo que hace Pontevedra: compartir ideas con quienes tienen voluntad de cambiar
Fernández Lores, el pasado jueves escuchando a Francesco Tonucci en el  Foro sobre Movilidad y Seguridad Vial de Culiacán, Sinaloa (México).
photo_camera Fernández Lores, el pasado jueves escuchando a Francesco Tonucci en el Foro sobre Movilidad y Seguridad Vial de Culiacán, Sinaloa (México). DP

Hace ya 30 años que siendo usted y yo unos muchachos hermosos, cosa que usted sigue siendo y yo, pues míreme, se celebró la primera cumbre mundial para luchar contra el cambio climático. Eso era en 1992 si mi calculadora funciona correctamente y yo introduje bien las cifras. Todos los pronósticos de entonces se vieron desbordados. Se anunciaban catástrofes globales y duraderas para 2050, para 2080 o para 2100. Están ahora en Egipto para constatar que a pesar de los negacionistas, que son unos obtusos, el cambio climático dejó de llamar a la puerta y se nos coló hasta la cocina mucho antes de lo esperado.

Las peores sequías desde que hay registros seguidas de riadas e inundaciones, el deshielo de los árticos, el aumento de la temperatura con olas de calor nunca vistas y la subida del nivel del mar ya los estamos viviendo. La humanidad es parva perdida. En una de esas cumbres se decidió poner cuotas máximas de emisiones de gases contaminantes y las naciones se dedicaron a comerciar con ellas, lo que le va de perlas a este mundo globalizado e hipercapitalista. Imagínese que usted es los Estados Unidos de América. Es mucho pedir, pero hagamos el esfuerzo. Y yo soy Gambia. Entonces usted me hace una propuesta: "Te compro la contaminación que no puedes producir" y yo, que ando corto de pasta, acepto encantado. Pues así se han hecho las cosas.

No se espera gran cosa de esta cumbre porque usted, que es EE. UU., China y Rusia llegan en un momento en el que los desacuerdos son para ustedes armas de guerra. La idea era poner un dinero para que los países pobres puedan afrontar la transición ecológica, pues de otra manera, quienes la están practicando no lograrán nada. Esto es cosa de todas y cada una de las naciones. Si las que tienen menos recursos no pueden afrontar el coste, todo se va al carajo. Si no entendemos que en lo que hay que invertir en las próximas décadas es en eso y en políticas sociales, mal vamos.

Hay que hacer a escala global lo que hace Pontevedra: compartir ideas y conocimientos con quienes tienen voluntad de cambiar. Estaba el otro día el alcalde Lores en conferencia con la ciudad mexicana de Culiacán, que llamaron para saber cómo se pueden aplicar modelos urbanos sostenibles. Es una responsabilidad que asumimos en Pontevedra porque somos ejemplares, también en eso. No basta con hacer una ciudad modélica, también hay que enseñar cómo se hace. Si esa misma filosofía se hubiese aplicado en esas cumbres mundiales a partir de 1992, mucho mejor nos iría a todos. Y a todas. Lenguaje inclusivo.

Si se hubieran dejado de mercadear con el cambio climático y hubieran pedido a las naciones más sostenibles y menos contaminantes que enseñaran a las demás, quizá hubiéramos revertido el proceso y no estaríamos echando ahora las manos a la cabeza, rasgándonos las vestiduras y mesándonos los cabellos, que estas dos últimas cosas no sé lo que significan.

El comercio de las cuotas de contaminación vino acompañado de una permanente campaña negacionista. Si viene el Abascal o la Ayuso de turno y nos dicen que no hay emergencia climática y nos lo creemos, los esfuerzos de quienes verdaderamente luchan por el planeta pierden fuerza y su mensaje se debilita enormemente. Sobre cómo tratar a los negacionistas también podemos enseñar mucho desde Pontevedra. Yo fui uno de ellos, qué quiere que le diga, pero eso fue muchos años antes, cuando no era Gambia.

A los negacionistas se les combate de dos maneras. Una, demostrándoles que se equivocan. Eso aquí redujo mucho su número. Y a los que quedan, ni caso. No puede permitir un gobernante que un puñado de negacionistas nostálgicos de la Pontevedra de los coches amontonados y la mona en una jaula se conviertan en un estorbo.

Esa es la manera correcta de actuar: se propone un proyecto y si la ciudadanía lo aprueba en las urnas se ejecuta sin miedo a los que no lo apoyan. Y si se refrenda una y otra vez, a los negacionistas no hace falta ni escucharlos, que eso distrae. Si se preguntara a los pueblos del mundo si quieren que sus gobernantes se centren en esa lucha por la supervivencia la respuesta sería un sí masivo. Y el siguiente paso sería llamar a los que saben para estudiar su modelo y aplicarlo con las especificidades de cada nación. No sé qué significa eso de las especifidades pero tengo un premio Puro Cora, qué quiere, tengo que meter una palabra rara de vez en cuando, no vaya a ser que me lo quiten.

Y a los negacionistas ni caso. El negacionismo en Pontevedra tuvo su mayor fuerza diría yo que en los primeros años del primer mandato de Lores, que se la jugó y siguió la hoja de ruta diseñada por Mosquera sin preocuparse de los obtusos. Y a los que fueron quedando, que siempre alguno habrá, se les combate en las urnas. Entre elección y elección el gobernante debe gobernar pensando en todos, que remodelar una ciudad, una nación o un planeta para hacerlos viables y duraderos es bueno hasta para quienes lo niegan.

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