Carmen, 'Emperatriz' de un mundo de color

Se convirtió en uno de los personajes más populares de Pontevedra hasta su retiro en un geriátrico en el que falleció a los 91 años
Carmen Romero fotografiada en la Alameda en 2008
photo_camera Carmen Romero fotografiada en la Alameda en 2008

El interminable listado de títulos nobiliarios que repartía por la ciudad, así como su estrafalaria indumentaria, configuraron en esta mujer uno de esos personajes que toda ciudad debe tener como reflejo de su singularidad. Personajes que identifican a un territorio en el que la proximidad física y sentimental logra que hagamos cotidiano lo que en cualquier otro sitio sería una especie de desvarío colectivo.

Pontevedra siempre ha sido muy dada a este tipo de personas y situaciones, fíjense la que hemos liado con un loro parlanchín, pero para los que tenemos recuerdo de esta ciudad desde los años ochenta si había un personaje que llamaba la atención era el de esta mujer ensortijada, de amplias y coloridas pamelas, que caminaba por la ciudad arrastrando sus marquesados, ducados y virreinados. Esa era la imagen de las décadas finales de su vida, en las que la mente se echó al monte quizás para aliviar las heridas que la muerte de sus padres, los desengaños amorosos o la pérdida de sus últimos familiares, en definitiva, el peso que la soledad deja en el ser humano, habían abierto.

Pero la conocida como Emperatriz tenía un nombre, Mª del Carmen Romero Veiga y era doctora y licenciada en Filosofía y Letras e Historia. Dos carreras, una vasta cultura y el conocimiento de numerosos países. Es posible que muchos no lo sepan pero fue docente en el Instituto, una de las primeras mujeres conductoras de la ciudad al volante de su 600 y redactora de Diario de Pontevedra en la década de los sesenta, cuando la cabecera de la capital volvió a imprimirse. En ella firmaba como Maricarmen y sus artículos no eran nada despreciables, es más, vistos y leídos hoy en día tienen un enorme valor como registro del pulso de la ciudad, no sólo desde una serie de artículos sobre calles de Pontevedra, sino, y estos eran los más interesantes, desde aquellos en los que se aproximaba al mundo laboral de la mujer. Reportajes sobre dependientas de comercio, operarias en fábricas o la mujer en el deporte, permitían y permiten conocer cómo las mujeres se adentraban en diferentes ámbitos laborales y sus condiciones de vida fusionaban el aspecto familiar con el laboral. Ese trabajo, en el que se destilan muchos componentes reivindicativos sobre la situación de la mujer, tanto desde las preguntas propias como desde ciertos comentarios que se insertaban, hacen de este trabajo una labor a reivindicar, como así se hizo dentro del proyecto local Do gris ao violeta en el que se recuperaba la memoria de muchas mujeres a través de sus resistencias y de sus obras.

Al Diario de Pontevedra volvía no pocas veces a relatar sus azares vitales, junto a Chiño y Conchita pasaba horas y horas, en las que desde Ceilán a Seixo, daba cuenta de sus dominios. Ya eran los tiempos del personaje más que de la persona, de las manías persecutorias y los delirios de grandeza encarnados en aquella mujer que deambulaba por Pontevedra, presa de sí misma, objeto, a buen seguro, de miserables chanzas que no tenían cabida en sus reinos. De él nos contaba a todos, especialmente a Rafa Pintos, con el que compartió muchos momentos inolvidables que la rescataban de la soledad, y de ese mundo pensaba cuando se sentaba en la Alameda, sola, como en un día de 2008 en la que el fotógrafo Antonio Costa la captó como tantas veces la habíamos visto, tal y como la recordaremos siempre, entre los colores de un mundo que le falló.

Comentarios