Cuando no todos vuelven a casa por Navidad

La iniciativa 'Mil cartas en Navidad', impulsada por la Residencia de Campolongo, ha puesto el foco en la soledad de muchos mayores ► José, Salvador, María del Pilar, Carmen, María, Juan, Lola y Emilio cuentan cómo pasarán estas fechas: solo María lo hará en familia
Usuarios de la residencia de Campolongo. RAFA FARIÑA
photo_camera Usuarios de la residencia de Campolongo. RAFA FARIÑA

Pocas veces ha habido tanto ajetreo en la Residencia de Maiores de Campolongo como esta semana. Desde que su director, Juan José López, dio la voz de alarma sobre la soledad de los usuarios con la puesta en marcha de la iniciativa Mil cartas en Navidad, en la que pide un poco de cariño en forma de misiva para alegrarles estas fiestas, por las instalaciones del centro han pasado multitud de medios de comunicación, tanto locales como nacionales. Su director no da abasto para atender a periódicos, radios y televisiones, mientras que los mayores, a falta de otras visitas más esperadas, reaccionan con ilusión al interés de los periodistas.

La visita de Diario de Pontevedra se produce en la tarde del pasado miércoles. Sobre las cinco y media, después de la merienda, son muchos los mayores que responden a la convocatoria para realizar una fotografía ante el árbol de Navidad que está situado en el recibidor, tantos que no es fácil acomodarlos para que salgan todos, pero ellos y ellas cumplen con diligencia las indicaciones del fotógrafo y, finalmente, se consigue el objetivo. A la hora de hablar, hay quien se muestra más tímido o esquivo, argumentando con modestia no tener "nada interesante que contar" y quien, por el contrario, se ofrece para que le realicen su "primera entrevista" porque su vida "da para seis páginas". Lo cierto es que aunque a algunos se les empiecen a borrar los recuerdos (otros prefieren olvidar), todos podrían llenar seis páginas y hasta 600. Lo dicen sus ojos.

Los de José Bermúdez, de 78 años, son grandes y claros y siguen hablando cuando se cierran sus labios. Natural de Betanzos, después de toda una vida trabajando (en la construcción, de camionero...) hace ocho años que optó por ingresar en una residencia y, desde hace año y medio, vive en la de Campolongo. "Aquí estoy contento. No tienes problemas y me gusta la ciudad. Mucha gente no está contenta porque vienen de su casa y quieren hacer lo que les apetece. Aquí es como si estuvieras en la mili, tienes que adaptarte a unas normas, pero también en casa tienes que hacerlo —explica—. La gente quiere estar con su familia siempre y no puede ser porque los hijos están trabajando. No pueden perder el chollo. Tiene que ser así. Un pensionista no cobra para pagarle a una señora el seguro y un sueldo y aquí se adaptan a las pensiones que tenemos".

Mayores de la residencia. RAFA FARIÑA
Mayores de la residencia. RAFA FARIÑA

Padre de dos hijas que residen en A Coruña, José, al igual que la mayoría de los usuarios del centro, es de los que, desmintiendo al conocido anuncio, no vuelven a casa por Navidad. "Aquí se está bien. Están las empleadas, se come bien...", comenta. Lejos, muy lejos, quedan ya las Navidades de su infancia con sus padres y abuelos en las que los Reyes "no dejaban nada pero se pasaba bien" o las de cuando sus hijas eran pequeñas y Sus Majestades de Oriente siempre llevaban algún juguete a su hogar. No obstante, insiste en que para él la soledad no es un problema: "Aquí solo no estoy, somos ciento y pico -ríe-. No somos de la familia, pero somos compañeros, hablamos los unos con los otros, vemos la televisión, tenemos periódicos, gimnasia...". A 2023 le pide "que se acabe la guerra porque es un problema para todos y, si voy teniendo salud, ya está".

Salvador Brea, de 85 años, nació en Marín, pero en su juventud, como muchos en aquellos tiempos, se vio obligado a emigrar. Aunque Australia, "el nuevo mundo", era su objetivo, no pudo ser y se embarcó "de polizón" rumbo a Venezuela. Allí pasó parte de su vida, trabajando como "mecánico automotriz", hasta que, empujado por el chavismo, tuvo que regresar. Divorciado y padre de dos hijos, desde hace seis años vive en la Residencia de Campolongo, aunque su corazón se reparte entre Alicante, donde está afincada su hija; el país caribeño, donde permanece su hijo, al que hace cinco años que no ve, y Canarias y Estados Unidos, donde viven otros miembros de su familia. "Siento una soledad grande. Antes tenía a mi familia reunida y se acabó todo. Eso da mucho dolor", reconoce Salvador, que todavía conserva un marcado acento venezolano. Él tampoco regresará a casa por Navidad. "Esta es mi casa ahora", afirma con lágrimas en los ojos.

"Aquí me siento sola. Al no estar mis padres a los demás no les intereso y a mí ellos tampoco"

En su memoria permanecen, intactos, los recuerdos de las "maravillosas" Navidades de su infancia en Marín, rodeado de sus hermanos, sus padres, sus abuelos... o las de Venezuela, más cálidas y sin la añorada rosca, pero igualmente alegres y, sobre todo, familiares. "Aunque no es lo mismo, porque la sangre es sangre, ahora la familia de uno es la que tenemos aquí. Lo hacemos todo con compañerismo: jugamos a las cartas, hablamos, comentamos el fútbol... En Navidad haremos una buena cena todos juntos», cuenta Salvador al tiempo que admite entre risas que le gusta el dulce "y el vinito más". Echando mano del humor, a 2023 solo le pide que le "aumenten un poquito el sueldo porque apenas da para comprar un cigarrillo".

María del Pilar Pérez nació en Baiona, aunque la mayor parte de su vida transcurrió en Madrid, donde trabajó de empleada de hogar en una casa. Allí, con "las niñas" a las que crio, que ahora ya no son niñas, sigue su corazón. "Las echo de menos", afirma María del Pilar, soltera y con varios hermanos como única familia. Aunque el tiempo ya no lo percibe con claridad, son más de siete años los que lleva viviendo en la Residencia de Maiores de Campolongo y, un año más, allí pasará las fiestas. Si pudiera elegir, se iría a Madrid, donde permanecen los recuerdos de sus mejores Navidades. "De niña mi padre y mis hermanos estaban en la mar. A los marineros no les dan Navidad. En Madrid sí la celebrábamos, me llenaban de Reyes", cuenta con emoción. "Aquí me siento sola. Al no estar mis padres a los demás no les intereso y a mí ellos tampoco. Echo de menos a mis niñas de Madrid", insiste María del Pilar, que el pasado verano fue invitada a la boda de una de ellas. Al 2023 solo le pide salud: "Es lo más importante, así puedes trabajar y hacer lo que quieras, no le pido más".

El belén que tienen en la residencia. RAFA FARIÑA
El belén que tienen en la residencia. RAFA FARIÑA

Carmen Rey, natural de Noalla, ya no acierta a decir su edad ni el tiempo que lleva viviendo en la Residencia de Campolongo, pero sí es capaz de expresar cómo se siente: "Son unha desteitada. Xa non lle importo a ninguén". Las Navidades también las pasará en el centro. A la pregunta de si le gustan o no responde con un lacónico "bueno...".

"No se puede estar con los hijos siempre porque están trabajando"

María Moreira, de 87 años y natural de Domaio, llegó al centro hace dos años y es de las afortunadas. Y es que, además de recibir la visita de sus hijos (tiene cinco) todas las semanas, pasará las fiestas en su compañía, aunque a Carmen le sabe a poco: "Eu quero estar con eles e non podo".

Juan Casas, nacido en Garcirrey (Salamanca), tiene tan solo 63 años y llegó a Campolongo el pasado julio, después de residir durante 17 años en los Hermanos Misioneros de los Enfermos Pobres de Teis (Vigo). "Tengo familia por toda España y por toda Europa, pero no tengo contacto con nadie. Lo dejé todo y lo perdí todo. Tengo una historia muy larga", afirma.

Su infancia está marcada por los continuos cambios de residencia ("mis padres eran muy pobres y empezamos de cero cinco veces") y su juventud por la diversión ("me gustaba mucho la parranda") y también, cuenta, por haber ganado "un montón de dinero" con diferentes negocios. "Ahora una asociación, Funga (Fundación Galega para a Tutela de Adultos), me tiene tutelado y no dispongo de dinero -explica-. Cobro solo 75 euros al mes".

Su vida en la Residencia de Maiores de Campolongo la describe como "tranquila". "Tan tranquila que resulta aburrida -recalca-. Me veo rodeado de gente muy mayor, de 80, 90 y 100 años. Echo de menos las novias, la diversión... Yo fui muy discotequero. Me gustaba mucho el baile. En Navidad me gustaba ir a las salas de fiesta con los amigos...". Ahora se tiene que conformar con las fiestas de cumpleaños que se celebran una vez al mes.

"Aunque no es lo mismo, porque la sangre es la sangre, ahora la familia es la que tenemos aquí"

Lola Pazos, marinense de 94 años, ingresó en la residencia en 2014. Aunque tiene siete hermanos, está "cada un nun sitio" (Cartagena, Canarias...) y no la pueden visitar. Sí acude regularmente una sobrina ("a única que vén"), pero como en su casa "non pode pasar a silla de rodas", Lola tendrá que vivir las fiestas en Campolongo, donde, dice con resignación, "me adapto". A 2023 le pide "paz para o mundo enteiro, para min que vou pedir?".

Emilio Contán, con 102 años, es uno de los más veteranos de la residencia. Nacido en Santa María de Xeve recorrió muchos lugares (Estados Unidos, Alemania...) y vivió parte de su vida en Barcelona, donde regentó un taller. Allí, en la Ciudad Condal, residen sus hijos, Emilio y Rosa. Él, desde hace tres años, lo hace en Campolongo, donde también pasará las fiestas. "Aquí estoy muy contento. Lo pasamos bien. Me entretengo mucho. Nunca estoy parado: leo el periódico, busco cosas en internet en la tablet que tengo...", cuenta Emilio que, de vez en cuando, también recibe la visita de un amigo, José Manuel. A 2023 solo le pide poder seguir "pasándolo bien".

A estas alturas de la partida, pocos se atreven a pedir más. Ni siquiera compañía o un poco de cariño, deseos que en estos tiempos parece tan utópicos como la paz mundial.

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