Cuarenta años de amistad con Antonio Biempica

El fallecimiento de Antonio Biempica, exdirector de Caixa Rural en Pontevedra y miembro de la primera corporación democrática en el Concello de Pontevedra, conmocionó este jueves a la clase política local ► El historiador Xosé Fortes, compañero de corporación de Biempica, rememora en este artículo aquella etapa y la amistad que les unía
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photo_camera Antonio Biempica. DP

Lo malo de ir cumpliendo años no es sólo la pérdida de vitalidad y los achaques, sino los amigos que van desapareciendo a nuestro alrededor dejando un paisaje humano desolado.

Esta vez el que nos ha abandonado es Antonio Biempica. Con él se van cuarenta años de amistad regados por aquella alegría que le caracterizaba y por su optimismo desbordante. Porque Antonio trataba de ver siempre, y hacernos ver a los amigos, la botella medio llena. No puede uno recordarlo sin la sonrisa optimista que iluminaba su rostro franco.

Nos conocimos a mediados de los setenta. El acababa de estrenarse como director de Caixa Rural, en el edificio del antiguo Café Moderno, y yo, recién expulsado del ejército, trataba de aprender a dirigir una revista infantil y juvenil: VAGALUME.

En Vagalume nos sobraban ideas, y teníamos una amplia panoplia de colaboradores y dibujantes infantiles. Lo único que nos faltaba era dinero. Y fuimos saliendo a los quioscos durante dos años gracias a una cuenta de crédito de Caixa Rural que llegó a ser millonaria, sin que Biempica nos apremiara jamás. Yo sabía lo que se arriesgaba aunque él no me lo dijera, por lo que me alegré tanto como él cuando Pío Cabanillas nos concedió una subvención de un millón trescientas mil pesetas de la época, que nos permitieron abandonar los números rojos.

Luego coincidimos en el Concello, en la primera corporación democrática, en la que me estrené como teniente de alcalde y presidente de la Comisión de Urbanismo. Antonio formaba parte de la misma y puso su granito de arena, y su 'sentidiño', cuando redactamos el protocolo de los expedientes para acabar con la lacra de las infracciones urbanísticas. Pasados dos años el alcalde me cesó en aquel cometido nombrando en mi lugar a su compañero de UCD, Antonio Biempica, pero he de decir, en honor a la verdad, que lejos de ser menos exigente que yo mantuvo los mismos criterios que había mos elaborado, por lo que en aquellos cuatro años no hubo arbitrariedad en la concesión de licencias. Años después aquellas normas se harían más elásticas, pero ni él ni yo estábamos ya en la Corporación.

En años posteriores compartimos vinos y comidas, y tardes cargadas de amistad y optimismo, porque donde estaba Biempica no había lugar para el pesimismo. Compartimos incluso algunos proyectos, proyectos fracasados, sin asomos de tirantez entre ninguno de los componentes de aquel singular grupo, al que Antonio bautizó. En el fondo lo que nos unía era una alegría juvenil y primaria que Antonio alimentaba con su optimismo. Una alegría que siempre terminaba desbordando en torno a un buen cocido o menú marinero en los restaurantes famosos de aquellos años.

Todavía recuerdo como si fuera este jueves aquella paella en Lapamán en la que justo cuando acababa de servir a los múltiples comensales bajo la viña comenzó a caer un inmenso aguacero. Todos corrimos a refugiarnos al salón, con los ventanales abiertos, para ver en directo sentados en la terraza aquel diluvio. Los truenos fueron tan intensos que los murciélagos que habitaban el bajo, todavía sin dividir ni cerrar, entraron en el salón provocando griteríos femeninos. Los de Sita eran los más llamativos. Tenía un enorme miedo a que se le enredaran en el pelo.

Tengo en mi despacho la foto que nos hicimos frente al viejo Concello con motivo de los cuarenta años de toma de posesión como concejales. Ya faltaban muchas caras como Daría, Queizán, Cifuentes…, pero aún éramos quince. Biempica está a mi lado, con la sonrisa de siempre. Se nos ve cara de satisfechos. Creo que algo más a los de izquierda (Isidro, Chano, Alfonso Rivas, Pilar), a excepción de Celestino, serio como siempre, pero a lo mejor son apreciaciones mías, porque Tilve tiene también una sonrisa de oreja a oreja.

Tu mujer y tus hijos, y quizá tus nietos, te echarán mucho de menos, porque eras la alegría en persona y eso nunca se valora hasta que se pierde. A los amigos también nos cuesta decirte adiós, amigo Antonio, pero me tranquiliza que donde quiera que vayas, que no puede ser mal lugar porque jamás hiciste daño a nadie, nunca te abandonará el optimismo ni la sonrisa.

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