Sus estudios actuales se centran en la recuperación del suelo tras los incendios y el riesgo de erosión. ¿En qué consisten y qué conclusiones se desprenden?
Durante muchos años todos los esfuerzos de restauración tras un incendio se centraron en la restauración convencional dirigiéndose a la recuperación de la vegetación. Y sin embargo, seguían persistiendo los problemas del aumento de escorrentía, de erosión, de la pérdida del suelo y de contaminación de las aguas. Parecía que no encontrábamos una solución muy eficaz para eso. Este centro de Lourizán empezó a estudiar incendios en el año 1978. Eso es algo muy significativo porque hasta ese momento los grupos de investigación sobre incendios en España eran muy escasos. En el año 2006, que fue problemático en cuanto a incendios afectando a la costa de Pontevedra y A Coruña, empezamos la evaluación de la severidad del fuego en el suelo. Nuestra fuente de inspiración fue la costa de Estados Unidos. Con bastante diferencia de recursos frente a ellos hicimos dos cosas de manera simultánea: responder a la pregunta sobre cuál es la causa de las erosiones y qué es lo que hay que hacer para evitarla.
¿Y qué es lo que se debe hacer entonces en materia de prevención?
Descubrimos que hay incendios que no causan un aumento de la erosión y hay otros que sí. Y eso no depende de la especie que arda, no está relacionado directamente con un tipo de vegetación que es lo que mucha gente piensa, depende de las condiciones del incendio en sí. Por ejemplo, si son al final del verano, cuando el suelo está más seco y cuando la vegetación está acumulada y hay menos trabajos agrícolas en el suelo es cuando hay más severidad. Ese nivel de daño que se produce por el fuego es el que provoca que haya erosión. La clave de todo esto es conocer en donde tengo severidad alta para saber si se va a producir una mayor pérdida de suelo. Esa es la línea de investigación con la que seguimos trabajando. Tenemos una escala y la utilizamos en verano. Después la relacionados con un montón de propiedades del suelo. Ahora estamos trabajando para predecir cuándo se va a producir esa severidad y en mejorar la manera de identificarla. Nosotros no somos especialistas en teledetección, por lo que estamos trabajando con físicos de la Universidad de Valencia para ser capaces de mejorar nuestra capacidad de predecir y evaluar ese nivel de daño del suelo utilizando sensores remotos.
¿Cuáles son los pasos a seguir para la recuperación del suelo dañado tras un incendio?
Lo primero que hacemos es identificar dónde está la alta severidad. Lo hacemos con un método combinado usando satélite y muestreos de campo. Una vez localizado eso, hemos probado otras muchas técnicas como la siembra etc... Pero vemos que sólo cubriendo el suelo quemado se le protege de la erosión. En esos sitios que están quemados con alta severidad se aplica una cobertura de paja, aunque cualquier cobertura serviría. La idea es tapar ese suelo. La paja cubre mas cantidad de superficie con menos cantidad de material. Es una cuestión de logística y eficiencia. Estos resultados se están aplicando y esto tiene mucho mérito porque no hay ninguna otra Comunidad Autónoma que haya asumido esto. Extremadura y Aragón, entre otras, han empezado a copiarlo, pero ninguna tiene este método. Trabajamos con la Dirección Xeral de Defensa do Monte, que asumieron como propia la emergencia postincendio con nuestra ayuda. Depende de cómo transcurra el verano, se trata de un trabajo exigente, que precisa de una cierta rapidez de actuación, por eso nosotros hemos intentado hacer la evaluación de los sitios de forma rápida, sin perder rigor científico ni técnico para que las decisiones de gestión sean rápidas.
A la hora de evaluar el daño, ¿importa más el tipo de suelo que el número de hectáreas quemadas?
Es una combinación de todo. Hay sustratos que son más proclives a la erosión como los graníticos, mientras que la pizarra del norte de Lugo lo es menos. Ese es un factor, pero no es el único. Lo más importante es el nivel de daño del incendio. Puedes tener un incencio muy grande pero que la severidad sea pequeña.
¿Cómo se mide ese grado de severidad?
Tenemos dos escalas. Por un lado, está el daño en la vegetación que tiene tres niveles (bajo, moderado y alto). Cuando domina el color amarillo significa que hay una desecación de las hojas por el calor, pero sin arder, eso significa daño moderado, y es alto cuando el color que predomida es el negro. Una vez identificados esos tres colores en la vegetación, vemos el suelo con una escala de severidad de seis niveles, que van del negro al amarillo. En este caso, los negros indican una severidad baja, en la que la parte superior del suelo simplemente se ha carbonizado. Los tonos grises son los peligrosos porque se corresponden con un aspecto del suelo más ceniciento, que indica que el calor ha permanecido ahí mucho tiempo. Es similar a lo que vemos en una hoguera. Un fuego que pasa rápido casi no causa daños, el malo es ese fuego que permanece, que es lo que ocurre cuando hay mucha cantidad de biomasa. Evitar los incendios es muy difícil, porque tienen un origen antrópico muchos de ellos, pero sí podemos trabajar para que sean de baja y/o moderada severidad, que serán más fáciles de apagar y causarán menos daños.
¿Cómo se puede lograr eso?
Eso se consigue con planificación y con trabajos agrícolas haciendo que las masas forestales estén ordenadas y que no haya acumulaciones de biomasa. Lo que hay mucho en Galicia es un uso del fuego antrópico (cultural). En todo el noroeste peninsular hay un uso del fuego intencionado, una mayor acumulación de biomasa y eso hace que los incendios sean más severos. La solución a eso es muy complicada porque vamos hacia una sociedad de abandono rural. Hay que ser conscientes del riesgo del fuego a nivel social. Yo creo que es un error generalizar que todos los fuegos son catastróficos en el sentido ecológico. Hay fuegos que son importantes y eso es lo que hay que tratar de evitar y, si ocurren, reparar. Hay incencios que sí son graves y hay otros que no tanto, la clave es ver qué tipo de fuegos somos capaces de soportar.
En 2022 hubo grandes incendios en O Courel, Carballeda de Valdeorras y Boiro, ¿Llevan un seguimiento de la recuperación de esas zonas?
En el caso de Boiro, la recuperación de la zona incendiada está siendo muy buena y eso tiene que ver con las características de algunas especies vegetales que están adaptadas al fuego. Casi todas las plantas de monte bajo que tenemos en Galicia son rebrotadoras, eso hace que la capacidad de recuperarse sea muy rápida. Esto, en Boiro, unido a que la severidad fue moderada o baja del incendio, la recuperación está siendo buena. En O Courel hay un tipo de vegetación arbolada que no se va a a recuperar en un año ni en dos, la parte baja sí lo hará, y otras especies no se van a recuperar. Lo que hacemos desde Lourizán, en coordinación con la Xunta, es ayudar a seleccionar dónde hay riesgo de erosión y ese es el motivo por el que se actúa en unos lugares determinados.
¿Qué zonas tienen más riesgo de incendio actualmente?
Estamos teniendo lluvias deslocalizadas. El riesgo de incendios está basado en el estado de humedad de las plantas, que es muy variable, por lo que es difícil de predecir a largo plazo. En el aspecto meteorológico, este verano puede ser tan difícil como cualquier otro si tenemos en cuenta que aquí el 90% de los incendios son intencionados. En Pontevedra la biomasa ha aumentado porque campos que antes estaban trabajados ahora están cubiertos por la vegetación y eso es un riesgo. El territorio de hoy no es el mismo que hace 40 años y parece que las condiciones climáticas van a empeorar en un futuro. Debemos tomar conciencia de eso. El uso del fuego prescrito (quemas controladas) se debería trasladar al invierno.