Camino a la normalidad

De ayudas y fiestas

2020053014273721210
photo_camera Imagen de este viernes de las playas, a más de 30 grados en las primeras horas de la tarde. RAFA FARIÑA

ESTOY totalmente en contra de las altas temperaturas, un problema endémico y estacional que nadie se ha propuesto solucionar. Por eso, porque hace demasiado calor, no salí este viernes a celebrar el ingreso mínimo vital que aprobó el Consejo de Ministros. Con ese ingreso pasa como con todo en esta vida: se oponen a él quienes no lo necesitan y creen que nunca lo necesitarán. Les molesta que con sus impuestos se pague algo de lo que nunca disfrutarán, como si recibir una ayuda social fuera el sueño de cualquiera.

Paguita, le llaman algunos; sueldo Nescafé, dicen otros. No lo dicen para despreciar a quien lo impone, sino a quien lo recibe. Son esos que piensan que los pobres lo son porque lo merecen. Porque no supieron construirse una vida de ensueño, de chalets con piscina y vacaciones en cruceros de lujo. Lo que se llama insolidaridad.

Hace un par de días me contaron el caso de un conocido mío, de familia bien, que ha tenido mala suerte en la vida. Mantiene a su familia con la poca ayuda que sus padres y sus suegros le pueden ir dando. Estaba rezando, me dijeron, para solicitar esa ayuda porque la necesita con desesperación. Hace diez años, cuando las cosas le iban bien, hubiera despotricado contra cualquier ayuda social. Luego las empresas familiares fueron mal y cerraron y él anduvo deambulando por la vida laboral a base de contratos precarios y sueldos indignos. Nadie está libre de que la vida le pegue un vuelco. Lo ideal sería que nadie necesitase un ingreso mínimo vital, pero lo justo es que se le dé a quien lo necesite. Son vergonzosas las colas en los bancos de alimentos o en los comedores sociales. Dotar de dignidad a quien lo necesita es lo menos que puede hacer cualquier sociedad decente.

Muchos de los que están contra esta medida también estaban contra la sanidad pública hasta que necesitaron un respirador para sobrevivir. Me recuerdan al barón Danglars, aquel millonario a quien el conde de Montecristo ordena secuestrar y mientras lo tiene encerrado en una mazmorra lo arruina vendiéndole comida a precio de oro. Un vaso de agua, tantos millones de francos; un muslo de pollo, otros tantos millones, y así hasta que lo deja sin un céntimo antes de liberarlo.

1.050 euros es lo máximo que va a recibir una familia de cuatro personas o más. Con eso se malvive o se sobrevive. Nadie se hará millonario con esa ayuda y todo aquél o aquella que la reciba buscará un trabajo porque, frente a lo que piensan los detractores de esta ayuda, el Estado español no está conformado por unos pocos ricos y un hatajo de vagos vividores. Se trata de una medida transitoria para ayudar a una persona o a una familia a salir del paso mientras le surge una oportunidad laboral. Y por mucho que lo celebremos, no es gran cosa. Una persona que viva sola percibirá 465 euros. No es para echar las campanas al vuelo. En una ciudad como Pontevedra, donde el coste de la vida es relativamente barato, da para compartir un piso con otras cuatro o cinco y pagarse la comida. Para no vivir en una caja de cartón y pedir limosna, vaya. Negar eso es peor que liderar una secta satánica.

Si el calor continúa, seguiré confinado, pero esperaré para celebrarlo a que se celebren as Festas de Verán, que vienen siendo lo que de toda la vida eran de A Peregrina. Nunca supe por qué le cambiaron el nombre, ni lo sabré. Yo quiero mucho a los del BNG y soy un gran detractor de las tradiciones, pero llamar Festas de Verán a las de A Peregrina es como ir a un restaurante, pedir un solomillo de buey y esperar a que te sirvan una tapa de mejillones. Cuando una cosa tiene un nombre, pues tiene un nombre. A mí tampoco me gusta la palabra churro, pero si un churro se llama así y me quiero comer uno, pues pido un churro.

Dicho lo anterior, celebro que el Concello haya buscado la manera de celebrar las fiestas. Lo han hecho, por lo que he leído, con habilidad, espallándolas por el municipio para evitar aglomeraciones, buscando músicos locales y con un programa adaptado al momento que vivimos. Pues bien hecho. También alegra saber que aunque de forma más bien silenciosa, los concelleiros y concelleiras de Lores no hayan pasado el confinamiento tumbados a la bartola, que ya empezábamos a preocuparnos. Pues allí estaremos, celebrando las fiestas, se llamen como se llamen, y celebrando también que el Gobierno de España haya sacado adelante algo que era de justicia. Fíjese usted con qué torpeza logré ligar el ingreso mínimo vital a las fiestas pontevedresas. Normalmente uno debe elegir un tema, pero hay momentos como éste en el que hay que hablar de dos cosas importantes y se divide el espacio como buenamente se pueda.

Pues bien por el ingreso mínimo vital y un 10 al Concello por encontrar una fórmula magistral para reinventar las fiestas, a las que en adelante yo llamaré Festas de verán da Peregrina.

Comentarios