Diario de viaje...

París bien vale una misa

Las pontevedresas Lucía Fiuza y Elisa Boullosa asistieron a la charla de Lores en la Sorbona. JOAQUÍN BARREIRO
photo_camera Las pontevedresas Lucía Fiuza y Elisa Boullosa asistieron a la charla de Lores en la Sorbona. JOAQUÍN BARREIRO

LORES SE puso en plan profe en la Sorbona. La Sorbona no es, como cree usted, una señora que se pasa el día sorbiendo, sino la que dicen es una de las universidades más importantes de Europa y por tanto del mundo. Aquí en Francia le llaman erróneamente Sorbonne. Pues en esta universidad tenía Lores programada una charla que ahora se llama masterclass, vaya usted a saber por qué. El evento estaba anunciado con la imagen de un rinoceronte, también por motivos que no comprendo.

La audiencia estaba compuesta mayoritariamente por alumnos y alumnas de un máster de los de verdad, no como los de Pablo Casado, creo que algo relacionado con economía urbana. Cinco minutos antes de empezar allí no había nadie. Yo esperaba que se suspendiera el evento para librar toda la tarde, pero cuando sonó la campana llegó el público en tromba. Por lo que supe después, el alumnado recibía unos créditos por asistir.

Así que los concurrentes empezaron desganados y bostezando, esperando que la cosa acabara cuanto antes, como yo. Lores empezó a hablar y la exconcelleira traductora iba haciendo su trabajo con solvencia, uno y la otra ajustándose al guion. Así fue hasta que llegó el turno de preguntas.

Una estudiante tuvo la mala idea de hacer la primera y ahí apareció el mejor Lores, el Lores desatado al que sus rivales no acaban de entender. Tendrían que hacer un máster sobre Lores. El hombre se vino arriba. La improvisación se le da mejor que los guiones. Le hacían una pregunta y contestaba a cuatro; se exaltaba y se relajaba; subía y bajaba el tono y exhibía todo su vocabulario corporal. Ponía en apuros a la traductora y la audiencia, en lugar de abuchearlo y sacarlo de ahí a patadas, empezó a sentir un interés inexplicable.

El público despertó y los bostezos se transformaron en algo muy parecido al entusiasmo. Cuando alguien le hizo ver por gestos que sus respuestas de diez minutos, que además empezaba en castellano y acababa sin darse cuenta en gallego, eran incomprensibles para el público e imposibles para la traductora, le dio lo mismo.

Se los ganó, y ése es el gran misterio de Lores. Si se presentara a la alcaldía de París, todos los presentes lo hubieran votado. Dijo cosas que nadie está muy acostumbrado a escuchar: que los alcaldes están para mandar, de ahí que sus periodos de gobierno se llamen mandatos; que no se puede gobernar para todo el mundo, pues no todos tienen los mismos intereses. Si uno quiere aparcar su coche en los Campos Elíseos, por ejemplo, no se puede gobernar para él, pues eso significaría no hacerlo para todos los demás.

El alcalde mantuvo en La Sorbona su habitual discurso aparentemente caótico pero realmente ordenado. París bien vale una misa y Lores ejerció de predicador desmelenado. Exhibió su carisma y lo hizo de manera natural. Uno de los mejores recursos del alcalde es ése: mostrarse como es, decir las cosas tal como le llegan a la mente sin pensarlas demasiado y mantener un discurso entre lo radical, lo incorrecto, lo ideológico, lo pragmático y lo posible.

Eso gustó y sorprendió a los estudiantes, que acabaron aplaudiendo hasta a la intérprete. Al acabar hubo colas para saludarlo y conocerlo, como si fuera una estrella del rock o un youtuber de moda.

Entre el público, dos chicas de Pontevedra que trabajan en París y se habían atravesado toda la ciudad para escucharlo, y un chaval de Boqueixón que se había enterado del evento por el digital de Diario de Pontevedra.

Ése es el Lores al que ningún adversario ha llegado a conocer. Por eso no hay quien le quite la alcaldía, porque es capaz de aparecer en un aula llena de estudiantes franceses y en una hora metérselos en el bolsillo a base de aspavientos, experiencia, frases contundentes y orgullo por su trayectoria. El carisma de Lores no es de los que se adquieren a base de ensayos y por eso es difícil de comprender. Quien lo infravalora comete un error de bulto.

Hay que nacer para eso. Lores se pone y se quita las gafas, alza su voz carrasposa, mueve los brazos como un molino y cuando uno se da cuenta está pidiéndole un autógrafo sin saber muy bien por qué. Las chicas pontevedresas lo explicaban con enorme sencillez, puede que un tanto perplejas: "A los estudiantes les gustó". Y a ellas también.

El propio Lores, diría yo, no tiene ni idea de cuál es su secreto. Es como el rinoceronte que utilizaron para anunciar su charla: sabe que es un tanque de la naturaleza pero no sabe por qué. Que nadie lo pueda explicar es su gran defensa. No se puede derrotar a un rival cuando es un animal político que actúa por instinto y al que no se conoce. No hay armas para eso. Nadie tiene una escopeta en Pontevedra para cazar rinocerontes.

Al acabar su charla, el alcalde cogió su bolsa de señora mayor y se puso a caminar a toda prisa bajo la lluvia. Lo hizo como si no llevara colgado del hombro el bolso de su bisabuela. Pues eso, que no hay quien lo entienda.