Pontevedrando...

Empezando por el principio

Desde la antigüedad, la ciudad del Lérez dio prioridad a los peatones sobre los vehículos
Gente paseando por la rúa Virxe do Camiño. RAFA FARIÑA
photo_camera Gente paseando por la rúa Virxe do Camiño. RAFA FARIÑA

Escuchaba yo una entrevista que le hicieron en la Ser al concelleiro Demetrio Gómez Xunqueira sobre el consabido Modelo pontevedrés. Debe ser aburrido, a pesar de la pasión con la que nuestros concelleiros exponen nuestro ejemplo, contar una y otra vez lo mismo desde el principio. En Pontevedra ya lo tenemos superado y no nos hace falta, que todos sabemos de qué va la cosa, pero por ahí adelante siguen pidiendo con asombro detalles sobre cómo empezó todo.

Le cuento: que se sepa, todo empezó en época del Imperio Romano allá por el S. I, probablemente mientras Jesucristo predicaba sus rollos hippies. Por aquel entonces se redactó la Tabula Heracleensis, también llamada Lex Iulia Municipalis. Se trataba, por así decirlo, de una serie de ordenanzas que regían aspectos de la vida diaria de las ciudades, grandes o pequeñas. Puede usted leer si lo desea un artículo publicado por Carmen López-Rendo en el que da cuenta entre otras cosas de la regulación del tráfico de carretas y carros por las calles y de su convivencia con los peatones. Estos vehículos solamente podían circular de noche, pues durante el día los peatones tenían absoluta prevalencia. Las únicas excepciones se daban en carros o carretas destinados a prestar servicios públicos, como recogida de basuras. En principio estas medidas sólo afectaban a vehículos con ruedas, pero en diferentes correcciones posteriores fueron aplicadas también a caballos y cualquier otra montura, léase mulas o burros.

De eso hace más de dos milenios, fíjese usted. Durante la Edad Media debió perderse memoria de la Tabula Heracleensis, pues no se conoció su existencia hasta que en el S. XVIII se encontró una copia. No obstante, como es lógico, cada ciudad reglamentaba el tráfico y siempre se hacía en beneficio del peatón. Por lo general, el tráfico de transportes no era muy diferente a nuestras zonas de carga y descarga. Se entregaba la mercancía en el comercio de turno o en una plaza determinada y el vehículo se largaba inmediatamente. Las calesas o cualquier otro tipo de aparato de pasajeros sólo podía entrar para ir directamente a una cochera. No estaba permitido el aparcamiento en ningún punto de las ciudades ni en sus arrabales.

Era habitual que los carros, nuestros camiones de hoy no pudieran entrar en las ciudades. Ocupaban demasiado espacio y destrozaban los enlosados si los había, o se atascaban en el lodo cuando llovía. Esperaban fuera, trasvasaban la mercancía a vehículos más pequeños y ligeros, cobraban y vuelta a casa. En muchas ciudades, por supuesto en las más transitadas por peatones, quienes iban a caballo debían descabalgar y llevar al animal "por los morros", es decir, de las riendas a paso de peatón. Es probable que en nuestro Archivo Municipal se guarden diferentes normativas que nos permitirían conocer cómo se resolvía ese asunto en Pontevedra, pues es de suponer que siendo la ciudad más poblada de la Galiza medieval la normativa fuera estricta.

Lo que hemos hecho en Pontevedra no fue otra cosa que recuperar el sentido común 

Mucho más adelante, en 1758, se redactó en el Estado español el primer reglamento de obligado cumplimiento referido a la circulación de vehículos y animales en todas y cada una de las ciudades. Se mantenía la obligación vigente en muchos lugares de llevar al caballo a paso de peatón. Contravenir esa norma suponía una multa sustanciosa y una pena de diez días de cárcel por muy caballero que fuese el jinete. En los siguientes años las normas fueron adaptándose, en todos los casos para proteger al peatón. En muchos países ya se había hecho y en otros se hizo en los años posteriores, para unificar medidas de rango estatal. Hacia 1800 o poco más, al menos en Europa y en América todos los países tenían una normativa que contemplaba la regulación del tráfico de vehículos con la finalidad de proteger al peatón.

No existieron zonas de aparcamiento en calles ni plazas de ninguna ciudad del mundo hasta la llegada de los motores. Por alguna razón inexplicable, dos mil años de regulaciones y buenas experiencias saltaron por el aire y lo que siempre había valido para un caballo o una carreta dejó de valer para una moto o un coche. Todas las ciudades apostaron por el coche dejando a los y las caminantes como ciudadanos de segunda, privados de su espacio público natural y sometidos a la dictadura del motor. Las zonas ya construidas se habilitaron para el paso de vehículos y las nuevas se construyeron con la finalidad de meter el mayor número de coches posible. En cosa de medio siglo o ni eso, toda la experiencia adquirida desde los tiempos del Imperio Romano hasta bien entrado el S. XX se mandó a feír espárragos.

Lo que hemos hecho en Pontevedra no fue otra cosa que recuperar el sentido común perdido durante esas décadas y salirnos de la espiral de locura en que estábamos todos metidos sin que nadie sepa muy bien por qué. Hoy por hoy, salvo en Pontevedra y otras ciudades que tienen la inteligencia de seguir nuestro ejemplo, los peatones por el mundo adelante siguen sufriendo el dominio irracional de la dictadura del automóvil. Y así es como empezamos por el principio.

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