"Estoy cansada de hablar solo por teléfono, antes era libre"

Las limitaciones a la movilidad dificultan que María pueda ver a sus dos hijos
María González, de 80 años, en la puerta de su edificio. GONZALO GARCÍA
photo_camera María González, de 80 años, en la puerta de su edificio. GONZALO GARCÍA

Pasear por su barrio todas las mañanas, ir a la compra tranquila o asistir a las clases de memoria en Cruz Roja. Eso es para María González la libertad. "Ahora todo es por teléfono y estoy cansada, antes yo era libre". La mujer, de 80 años y que vive sola, reconoce que el aislamiento se le está haciendo difícil durante el último año y se emociona al recordar los meses confinada. "No bajaba ni a hacer la compra, le decía a mi hija por teléfono lo que necesitaba y ella me lo encargaba en el súper para que me lo trajesen", cuenta. "Ahora es algo mejor, bajo a dar mis paseos y salgo para lo necesario. A la cafetería no voy porque veo que la gente no está muy concienciada y a mi edad los que cogemos eso no nos salvamos", comenta.

María González tiene dos hijos y una nieta, pero no viven en Pontevedra y las restricciones de movilidad complican el contacto. "Me dieron una tableta en la Cruz Roja para hacer ejercicios y juegos y mi nieta me explica por teléfono cómo funciona", cuenta mientras recuerda que sus hijos la llaman tres o cuatro veces al día. "Pero no es lo mismo, por teléfono no te comunicas igual", se queja.

En este tiempo, incluso tuvo que pasar por una cirugía. "Entonces mi hija pidió un permiso para venir y pasar unos días conmigo", cuenta. Las cosas han cambiado un poco en las últimas semanas, cuando María pudo recibir la visita de su hija y su nieta, que coincidió con el día en que le pusieron la primera dosis de la vacuna. "Veo que esto se va a arreglar, no será como antes y tardaremos tiempo todavía, pero por lo menos no estamos encerrados como al principio", explica.

María cuenta que, al estar sola, ha adquirido la costumbre de hablar consigo misma. Si tiene un problema, se da consejos en voz alta. "Yo me resuelvo las cosas contestándome y parece que por lo menos hablo algo", cuenta entre risas. Lo que también le anima los días es el trabajo junto a Cruz Roja. "La verdad es que hay que reconocer que hacen una labor buenísima, a mí me dan ejercicios para hacer y luego me dicen lo que está mal para corregirlo, tengo una tableta para hacer gimnasia... y me tratan muy bien", cuenta con ganas de volver a las actividades presenciales.

Sobre sus amistades, dice que se mantiene en contacto a través del teléfono. "Mi móvil es básico y no sé hacer videollamadas, pero ya desde el confinamiento iba llamando por teléfono a mis amigas porque tampoco podíamos hacer otra cosa. En persona no quedo con nadie, solo cuando bajo a pasear para moverme, si me encuentro con alguien conocido, lo saludo, pero nada de cafeterías, porque veo el jaleo y ya me asusto, veo que no hay miedo", explica. Su turno para recuperar cierta normalidad llegará con la segunda dosis.

No bajaba ni a hacer la compra, le daba la lista a mi hija por teléfono y ella se encargaba de que me lo trajesen a casa

Soledad: 90.900 personas viven solas en la provincia
Uno de cada cuatro hogares de la provincia es unipersonal, alcanzando la cifra de 90.900 personas que viven solas, según la Encuesta continua de hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE) para el año 2020 publicada esta misma semana.
De la totalidad de hogares en los que vive una sola persona, la mitad (48%) se corresponde con personas mayores de 65 años y, en la inmensa mayoría (83,3%) son mujeres. La mayor esperanza de vida femenina es una de las explicaciones de este fenómeno, según el cual la soledad no deseada en la tercera edad tiene rostro de mujer.
Según el INE, de las personas que han perdido a su pareja en la comunidad gallega, 100.400 viven sin compañía, siendo 83.300 mujeres y 17.100 hombres.

291.500
A nivel gallego, el número de personas que viven solas roza las 300.000, lo que supone el 10,8% de la población de la comunidad. De ellos, 137.800 son personas mayores. Este dato contrasta con el de hace solo cuatro años, en 2016, cuando el número de personas de la tercera edad que vivían solas era 121.600, lo que constata un aumento de la soledad entre las capas de población de mayor edad.

El otro efecto secundario de las vacunas: romper el aislamiento de los mayores

Las personas mayores están cansadas, tienen miedo y acusan un deterioro cognitivo y emocional derivado de meses de aislamiento. Tras más de un año de pandemia, si hay algo que pone un punto de esperanza a su situación es la vacuna. "Se nota la ilusión por vacunarse, la mayoría de nuestros usuarios tienen ya la primera dosis y con la segunda su vida va a cambiar", cuenta la técnica responsable del programa de Mayores en Cruz Roja Pontevedra, Emilia García.

El chute de esperanza que trae consigo la inmunización es superior a los posibles miedos que puedan surgir ante las informaciones relativas a los riesgos de las vacunas. Sin embargo, recibir la doble dosis no es sinónimo de volver a la normalidad tal y como se entendía antes de la pandemia, pero quienes trabajan con personas de la tercera edad apuntan a la urgencia de recuperar cierta actividad presencial.

Cruz Roja, que colabora con la Xunta en su programa de atención a personas mayores, ha implementado otros mecanismos para mantener el contacto. "Les llevamos ejercicios de memoria a casa para que los hagan o también los realizamos por teléfono, pero están cansados de los métodos de trabajo que implican distancia", explica Emilia García. "Son un colectivo con mucho miedo a contagiarse pero, al mismo tiempo, que acumula ya una gran fatiga por la situación", cuenta. Del mismo modo, en la ONG detectan casos de personas mayores que se han acostumbrado al sedentarismo de los últimos meses. "Ellos son conscientes de que dejar de participar en las actividades no es bueno para su salud, pero les cuesta volver". 

Además, otro de los aspectos en los que han tenido que poner el foco los voluntarios de Cruz Roja es en la importancia de que las personas mayores sigan pasando los chequeos médicos que les corresponden. "Como la sanidad está saturada, tienen miedo y el médico de cabecera solo atiende por teléfono, tenemos que hacer mucho hincapié en que no dejen pasar las consultas", cuenta García.

La soledad es mayor entre mujeres viudas, que han cuidado de sus familiares o maridos y sin núcleos de amistades fuertes

El aislamiento de las personas mayores se agrava cuando viven solas. "Tenemos mujeres que han dedicado su vida a cuidar a sus maridos y familiares y ahora se han quedado viudas y no tienen grandes amistades, solo compañeras de las actividades con las que no tienen mucha confianza. Esos casos los tenemos localizados para llamarlas más a menudo", apunta García.

Para vencer a la soledad, Cruz Roja mantiene el contacto con más de medio millar de personas mayores en la comarca. "La mayoría de ellos no tendrían problemas pudiendo contar con el apoyo puntual de sus hijos, pero ahora mismo, con los cierres perimetrales y el riesgo de contagio no pueden recibir esas visitas", explica.

Además, en los últimos meses, la ONG ha repartido tabletas entre sus usuarios más mayores para poder realizar videoconferencias. "Han aprendido a usarlas y les encanta poder verse entre ellos, que solían participar en talleres de manualidades o memoria, después de tanto tiempo", explica.

Cruz Roja no ha podido recuperar todavía su actividad presencial. En su lugar, presta servicios de apoyo social (una necesidad que se ha disparado con la pandemia), acompañamiento en el cuidado de la salud y ayuda a domicilio en casos de personas que necesitan apoyo con gestiones del día a día, como ir al cajero.

Comentarios