A. Landín: "Filgueira me llamaba 'Rillote"

Trabajó toda su vida en Madrid, entre la Armada y el Tribunal de Defensa de la Competencia. Ahora vive en Pontevedra y se dedica a la etimología y origen de los topónimos
Amancio Landín.
photo_camera Amancio Landín.

«Yo vi cómo salían de la imprenta los periódicos cuando se imprimían en mi casa. Una mujer muy corpulenta hacía girar una manivela para ir imprimiendo cada ejemplar. La tenían contratada solo para hacer ese trabajo, era alta y fuerte», recuerda Amancio Landín en su casa de Pontevedra. El nieto del fundador de este periódico, allá por el año 1887, habla con lucidez a sus 96 años de su ciudad, de su vida y del olor a tinta que impregnó los primeros años de su infancia. Lo hace rodeado de libros, «a miña ferramenta», bromea, en el salón de la casa que se afanó en preparar para su retiro después de toda una vida trabajando en Madrid, primero en la Armada y después en el Tribunal de Defensa de la Competencia. Volvió a Pontevedra hace 20 años y con él se trajo toda una biblioteca sobre navegación y descubrimientos, su pasión, sobre la que ha escrito gran cantidad de obras.

Con 96 años, Landín guarda en su memoria detalles de la vida en la ciudad hace casi un siglo, lo que lo convierte en una especie de documento histórico andante. Su adolescencia llegó con la República y al terminar la Guerra Civil fue a la Universidad. Por ello, fue testigo de muchos acontecimientos históricos. Por ejemplo, recuerda el momento en el que se proclamó la II República, «en la calle la gente estaba quitando la bandera de España y colocando una republicana, a mis padres eso les asustaba un poco, porque era un símbolo que no conocían». Tampoco se olvida del momento en el que se retiró el retrato del rey de la pared de la Escuela Normal de Pontevedra. «Mi padre, que era profesor, mandó retirar la imagen y la guardó con respeto», recuerda.

Se crió en la calle que ahora lleva el nombre de su padre, Prudencio Landín, aunque la primera sede de Diario de Pontevedra estaba en la casa de sus abuelos. «Mi tía Sara era la correctora de pruebas y en su habitación había una trampilla que comunicaba con la imprenta. Por allí recibía las primeras copias de las ediciones y, estando todavía mojadas, las revisaba», cuenta.

RECUERDOS

Landín guarda en su retina imágenes singulares de los primeros años del siglo XX en Pontevedra. «En la Alameda había tres paseos: por uno caminaban los socios del Liceo Casino, por otro los del Casino Mercantil y, en el último, los miembros del Centro de Recreo de Artesanos. Nadie se atrevía a pasar de un paseo a otro porque esta ciudad era muy clasista», explica riéndose. En función de la época del año los transeúntes se decantaban por una u otra calle. Por ejemplo, la Alameda era para el verano y los Soportais para el invierno. Sin embargo, en primavera la calle de la Oliva era un hervidero. «Nos íbamos cruzando y nos saludábamos», explica. «Más tarde se puso de moda ir a caminar por el que ahora se llama el Paseo de Antonio Odriozola, lo llamábamos ‘la calle del chocolate’, porque estaba formada por unos adoquines negruzcos que parecían chocolate».

Aunque alguno de sus hermanos y uno de sus hijos se dedicó a la política, él nunca estuvo interesado en militar en un partido. «No es que me asquee la política, aunque alguna que otra náusea sí me ha dado», bromea. Landín no quiere renunciar a la ecuanimidad, y considera que al militar en un partido no tendría posibilidad de juzgar con honestidad a los gobernantes. «Por ejemplo, el Gobierno que tenemos en Pontevedra ha convertido la ciudad en el paraíso de los peatones y se lo valoro, aunque haya otras cuestiones de su mandato en las que no estoy de acuerdo», explica. Al mismo tiempo, el pontevedrés destaca la importancia de que el municipio de Pontevedra cuente con un asilo para personas dependientes y anima a los miembros del Gobierno local a volver a abrir un centro de este tipo.

Al hablar de sus desencuentros con la política del BNG en Pontevedra, Landín recuerda automáticamente a un profesor de Bachillerato con el que mantuvo el contacto durante años, «muy preocupado por sus alumnos, un hombre brillante, con un caudal bibliográfico irrepetible», Filgueira Valverde. Landín reconoce que no le gustó el rechazo que causó en las filas del BNG la elección de este personaje para ser homenajeado el próximo Día das Letras Galegas.

El pontevedrés delata su debilidad por el escritor que fuera alcalde de Pontevedra durante la Dictadura al recordar una de las anécdotas de su juventud. «Estábamos de excursión en Lisboa con Filgueira, yo quise meterme con él porque tenía un problema de dicción y le costaba pronunciar la ‘r’. Le dije: ¿usted cómo diría el perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón se lo ha cortado? Y me contestó muy rápido: o can do santiño non ten cola porque Moncho quitoulla». Chascarrillos como este le valieron a Amancio el apodo cariñoso de ‘Rillote’, que quiere decir algo así como ‘pillabán’, con el que Filgueira lo nombraba cariñosamente cuando le dedicaba alguno de sus libros.

Tras el instituto y la Guerra Civil, en la que solo participó con alguna ayuda puntual al bando nacional por su juventud, Landín se fue a Santiago de Compostela a estudiar Derecho, aunque en un principio quiso convencer a su padre para estudiar Bellas Artes en Madrid. «Me gustaba pintar pero, como suelen decir los padres, eso no tenía salida, así que me matriculé en Derecho y cogí algunas asignaturas de Filosofía y Letras. que me gustaba más», cuenta.

Su salón está repleto de cuadros que él mismo pintó. «Este es el último», explica mientras señala una de las pinturas. «A mí no me gustaba nada el derecho, pero era tan complicado que al final no lo pude compaginar con las otras asignaturas que había escogido y tuve que dedicarme por completo a lo que mi padre quería», explica. Reconoce que en los primeros años de su carrera no era un estudiante brillante, aunque llegó un momento de su vida en el que comenzó a preocuparse por su futuro, cuando conoció a la que luego sería su mujer, Asunción Jaráiz, «para mí Marujiña», interviene sonriendo. «Yo tenía muchas ganas de trabajar para casarme con mi mujer, por eso me afané en terminar mis estudios pronto y encontrar un trabajo».

Su trayectoria profesional comenzó pronto, en la misma Universidad, dando clases de Derecho Penal como ayudante de uno de sus profesores. «Era joven y tenía novia en Madrid, por lo que me dejaba solo dando clases muchas veces y eso me hizo aprender mucho». Después se mudaría a trabajar a Madrid con la Armada y, más tarde, pasaría a ser secretario y vocal del Tribunal de Defensa de la Competencia. Paralelamente a su trabajo, fue historiador naval y se dedicó a investigar los descubrimientos de los navegantes españoles en el Pacífico.

En la actualidad, Amancio Landín sigue entreteniéndose a base de satisfacer sus inquietudes. No sale de casa porque le cuesta caminar, pero todas las mañanas hace un poco de gimnasia y lee el periódico. «A veces la curiosidad me genera una especie de ansiedad y hasta que no resuelvo mis dudas estoy en un estado nervioso», cuenta. Por ejemplo, le gusta la etimología, es decir, el origen y variaciones de las palabras. También se ha obsesionado con los palíndromos, es decir, con buscar frases que dicen lo mismo leídas en ambos sentidos. «Pero eso tuve que dejarlo porque me volvía loco», bromea.

A quien no deja de nombrar es a su esposa. El próximo mes de julio se cumplirán 70 años de su boda, aunque ella falleció hace un año y medio. «Fuimos muy felices, estuvimos siempre muy enamorados, a veces incluso parecíamos una pareja de bobos, y lo digo sin ningún tipo de rubor. De nuestro amor nacieron 27 personas hasta ahora, entre hijos, nietos y bisnietos», termina orgulloso el pontevedrés.

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