Diario de un confinado

Hospital

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photo_camera Imagen de sanitarios en el centro de salud de A Parda, este viernes, agradeciendo las muestras de cariño. RAFA FARIÑA

10:00
Empieza mi día como cualquier otro desde que estamos en prisión domiciliaria. Quién me iba a decir que los derroteros por los que siguió me llevarían a un mundo insospechado.


11:00
Ajeno al contubernio que se cierne sobre mí, sigo mi rutina diaria. Desayuno mis pastillas de colores, veo las últimas noticias y entro en mi cuchitril para ver qué escribo.


13:30
Me dan la noticia. Un complot formado por mi señora, mi hijo y mi hermana, me trae al Hospital de Montecelo a pesar de mis enérgicas protestas. Ya dije aquí hace dos o tres días que a veces me mareaba cuando me ponía en pie de forma súbita, lo que en opinión de mi familia es síntoma de muerte inminente. Me dejo hacer, me meten en urgencias y el personal sanitario me encarama sobre una camilla. Luego me sacan sangre y me hacen placas, no sé si de los pulmones, del corazón o del mismísimo pipí.

Ni se me ocurre preguntar, porque estando entre médicos es mucho mejor confiar y dejarlos hacer.


15:00
El hospital está bastante lleno, lo propio en estas fechas. Primero tengo la sensación de que el personal deambula sin rumbo, como hormigas paseando por un jardín matando el tiempo. Luego, observando, observando, comprendo que todo ese caos está perfectamente organizado. Todo el mundo sabe a dónde va y a qué.


17:00
En la camilla de al lado hay un señor que se llama Félix. Félix cree que es el único paciente de todo Montecelo y el más importante de Galicia. Cada vez que ve pasar a alguien pregunta por sus resultados y cuándo lo van a sacar de ahí. Yo le digo que tenga paciencia, que los médicos y el resto del personal sanitario están que no paran.


17:30

Curiosamente, ni médicos, ni enfermeras ni auxiliares, ni el resto del personal dan la menor muestra de histerismo, y eso sí es heroico. Se saludan al cruzarse, aprovechan un segundo libre para comentar asuntos personales y vuelven a sus tareas sin perder el tiempo.


18:00

Lo mío no guarda relación alguna con el coronavirus. Los pacientes de la pandemia están en otra planta, supongo. Aún así hay personal que no para de desinfectarlo todo una y otra vez. Pienso que no me importaría que me dejasen ingresado un par de días. No lo creerá usted, pero se respira buen ambiente.


18:20
Justo después de escribir esto viene un médico y me dice que sí, que me dejan aquí hasta mañana. Pues me lo tomo la mar de bien. Resulta que a mi cuerpo le faltan dos elementos indispensables en la vida de un calvo: sodio y potasio. Me introducen en una habitación y me enchufan en vena una bolsa de potasio. No sé qué son el sodio ni el potasio. Deben ser algo así como el incienso y la mirra, cosas que uno nunca echa en falta pero deben estar siempre ahí, entre nosotros.


20:00

Observo a mi alrededor y hay algo que llama poderosamente mi atención: los hospitales deben ser los únicos lugares donde la gente no aplaude al personal sanitario. Si lo piensan, es absurdo. Aquí es donde más nos escucharían.

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