El botellódromo pontevedrés se salva de la ley 'mordaza'

La nueva modalidad de botellón: tú el alcohol, nosotros lo demás

El nuevo método reúne a cientos de jóvenes que pagan por poder beber en locales acondicionados para ello. La alternativa cobra cada vez más fuerza en localidades que sancionan el botellón con multas de hasta 600 euros
Jóvenes esperando la apertura de la Sala Jackson
photo_camera Jóvenes esperando la apertura de la Sala Jackson

A finales de los noventa el llamado botellón, catalogado por muchos como fenómeno social, llegó a Pontevedra. Muchos no entendían el motivo de aquellas reuniones juveniles más allá del culto al alcohol, mientras otros comenzaron a quejarse, con razón, por los estragos que estas quedadas nocturnas causaban en sus hogares. Los residentes en la zona monumental amanecían sin haber pegado ojo entre restos de cristales e historias bañadas en licor, episodios que se repetían todos los fines de semana y que se prolongaron durante casi dos décadas.

Pilar Señoráns, presidenta de la asociación de vecinos de Santa María, relató en una entrevista concedida a este periódico en enero del año pasado cómo el Campillo se convirtió a inicios del 2000 en un oasis perfecto para la práctica que convertía sus noches en un verdadero calvario. «Yo sabía que aquello iba a ir a más, teníamos que pedir permiso para entrar en nuestras propias casas y pasar con el coche era imposible».

En el verano del año 2008 las agrupaciones vecinales lograron la prohibición del alcohol en las calles pontevedresas y el Concello habilitó el botellódromo en el Recinto Ferial, conocido por albergar la práctica hasta la actualidad. De esa manera Santa María recuperó su tranquilidad, y la que sigue siendo presidenta de la asociación confirma la inexistencia de quejas vecinales a día de hoy.

"La verdad es que ahora es una zona tranquila, no registramos ningún problema", puntualiza Javier Torro, actual párroco de la basílica de Santa María la Mayor. El religioso, que oficia misa en la iglesia desde hace tres años, dice no reconocer en la actualidad los problemas que había antaño y contra los que luchó incansablemente Jaime Vaamonde, anterior sacerdote, fallecido en el 2013. "Excepto en momentos puntuales como peñas, la gente respeta bastante el entorno del templo", señala el cura haciendo una valoración positiva de estos tres años.

EL NUEVO BOTELLÓN. Muchos jóvenes pontevedreses, los cuales han crecido yendo al que llaman de manera casi nostálgica ‘recin’, han terminado encontrando una alternativa a éste, que en ciertos momentos se convierte, debido a la meteorología o su lejanía, en un lugar no apto para todos. El botellón, por así decirlo, ha evolucionado en algo más tranquilo para vecinos, autoridades o incluso el propio personal de limpieza de la ciudad del Lérez.

De ello se dieron cuenta muchos pubs de la zona vieja de Pontevedra, y hace unos años empezaron a ofrecer servicios de botellón a pequeña escala. Estos sitios facilitan vasos y hielo a los interesados en hacer botellón, que llevan su propio alcohol al establecimiento, además de los refrescos con el que lo mezclan, por un precio que oscila entre los 3 y los 5 euros. Los jóvenes, contentos, ahorran dinero y saben lo que van a beber. Los empresarios satisfechos vuelven a tener gente. Los vecinos, por su parte, no tienen quejas de momento.

CONTRATACIÓN. Además hay otro colectivo beneficiado, los jóvenes que trabajan temporalmente en los locales. El perfil del trabajador es el de estudiantes que buscan sacarse un dinero en verano para poder afrontar los gastos del curso que viene. Iciar Rubio, alumna de segundo año de Periodismo en Santiago de Compostela, es una de las seis relaciones públicas que trabajan para al botellódromo Shop & Drink, situado en pleno Sanxenxo. Trabaja tres días a la semana entre tres y seis horas y su labor se centra en conseguir que el mayor número de personas entren en la discoteca. "Conseguimos llenar el aforo del local casi siempre", comenta sobre su actividad, que le proporciona los ingresos suficientes como para afrontar el pago de su matrícula universitaria.

Otro trabajador, en este caso de la pontevedresa Sala Jackson, es Alejandro Villaverde, estudiante de Enxeñería en el CUVI, que al igual que Iciar, dedica el sueldo que gana a pagar sus gastos universitarios. "Es un alivio económico para mis padres", dice. Es el encargado de preparar el espacio para recibir a los clientes, así como de sentarlos y preocuparse de que todo salga bien. Afirma que es muy difícil encontrar prácticas relacionadas con sus estudios, "además, no en todas las prácticas se paga y no está mal el dinero para hacer frente a los pagos de mis estudios", remata Alejandro, que lleva todo este curso trabajando en el ocio nocturno.

Comentarios