Maíz para las palomas

Los hosteleros piden que se prohiba alimentar a las palomas en Pontevedra

Se quejan de que las aves rompen al menos dos piezas de vajilla al día y su reposición les ocasiona costes de hasta 180 euros al mes
Las palomas se apropian de las terrazas de Pontevedra
photo_camera Las palomas se apropian de las terrazas de Pontevedra

Las mismas palomas que juegan y son alimentadas en la Praza da Ferrería por niños y transeúntes provocan enfado entre los hosteleros. Son unas vecinas más de la ciudad pero, para muchos, son seres non gratos en Pontevedra. "En muchas ciudades europeas está prohibido darles de comer y en Pontevedra debería tomarse la misma decisión", contesta tajante Costa Lima, de la cafetería La Nata (Curros Enríquez) cuando le preguntan por las soluciones para que las palomas no se apoderen de la terraza del establecimiento.

La superpoblación de aves, especialmente palomas y gaviotas, afecta sobre todo al sector de la hostelería, que pelea a diario contra estas aves para evitar los destrozos en los locales. Las aves permanecen en las cornisas de los edificios para acechar cuando los clientes se van y hacerse con su botín: los restos de comida. Sin embargo, su aleteo provoca que se caigan al suelo vasos y otras piezas de vajilla que acaban hechas mil pedazos. "Como mínimo se me rompen tres piezas, ya sean vasos, copas o teteras, cada día y eso me supone un gasto mensual de entre 170 y 180 euros", cuenta Costa Lima. Según explican quienes regentan establecimientos de hostelería en la ciudad, el problema se agrava porque hay gente que alimenta a las aves en la Praza da Ferrería. "Yo creo que si la gente no les diese de comer la cosa mejoraría mucho, porque ellas están acostumbradas a eso, a recibir comida de todo el mundo", cuenta Rosa, de Os Maristas, que ya ha visto en más de una ocasión cómo las aves entraban hasta la cocina de su establecimiento mientras ella trabajaba. "A veces estás aquí, trabajando y ves una sombra. Es una de ellas entrando hasta la cocina en busca de comida", se queja.

Además de llevarse por delante buena parte de la vajilla de los locales, las palomas y gaviotas amenazan a los transeúntes con sus excrementos. "Tuve que colocar una piedra en el soportal porque si no se colocaban allí y, literalmente, defecaban sobre las mesas de los comensales", se queja Rosa de Os Maristas. Las cacas de las palomas no solo molestan a quienes se le caen encima, sino que, además, cuando están en el suelo, provocan que los transeúntes se resbalen y, en ocasiones se caigan, tal y como denuncia Rosa de Os Maristas.

Ante este panorama, algunos tratan de tirar de ingenio para alejas a las palmípedas, pero luchar contra ellas no es fácil. "Hubo una temporada en la que tuvimos un búho artificial en la terraza para que las asustase, pero no funcionaba porque están totalmente domesticadas, acabaron por apoyarse en el búho", comenta el responsable de La Nata.

La mejor opción es estar atento cuando se levantan los clientes. Lo explica, Sandra, que trabaja como camarera en el bar El Baúl de la Praza da Verdura. "No hay ninguna solución, lo único que puedes hacer es estar atenta para salir corriendo a recoger las mesas una vez que se levanta la gente", dice. También Diego, camarero en el Restaurante Rúas hace sus carreras hasta las mesas para evitar destrozos. "A lo mejor estás uno o dos días sin que rompan nada pero, al día siguiente, se cargan cuatro vasos", explica.

Más allá de las carreras y los aspavientos para alejar a las palmípedas, los hoteleros se quejan de que no pueden actuar contra ellas. "No podemos hacer nada más, porque están acostumbrada a todo y nada les asusta", cuenta Costa Lima. "Otro tipo de soluciones, que no sea apartarlas o colocar búhos artificiales, tendrá que ponerlas el Concello", añade.

MAÍZ PARA LAS PALOMAS. Al otro lado de la polémica están quienes alimentan a las palomas, una costumbre que, según los hosteleros, contribuye a la superpoblación. En los dos kioskos de la Praza da Ferrería hay a la venta bolsas de maíz para dar de comer a las aves. Cada una cuesta 35 céntimos y, en una tarde de domingo, su dueña puede despachar hasta 30 bolsas. "Aquí no le molestan a nadie, es un entretenimiento", explica Fina, que regenta uno de los kioskos de A Ferrería.

Fina defiende que las palomas estuvieron en la Praza da Ferrería "toda la vida". "Yo llevo 22 años en este kiosko, rodeada de palomas, dicen que transmiten enfermedades pero yo estoy viva, así que tan perjudiciales no pueden ser", explica.