DIARIO DE UN CONFINADO

Los juegos de los niños

Proc/JFIF/EFE-Calidad:Excelente
photo_camera El Congreso, este miércoles, casi vacío en la sesión de control al gobierno. EFE

11:35
Despierto con la portada de El Mundo. Se trata del cadáver de una persona recién fallecida por coronavirus. No ofrece información, no explica nada que no sepamos ni ilustra una noticia. Es amarillismo puro, del peor. Los medios se han enfrascado en una guerra por la venta en quioscos. Ahora que los ingresos por publicidad se han derrumbado porque prácticamente no hay actividad económica, la batalla se libra en las calles. Pero no todo vale. También es cierto que hablamos del medio que mantuvo durante años la absurda teoría de que los atentados del 11-M fueron cosa de ETA cuando ya estaba más que demostrado que era un crimen cometido por radicales islamistas, o sea, que tampoco debiera extrañarnos más de la cuenta la publicación de esta foto. Siempre se puede ir un peldaño más hacia abajo. El Mundo es un periódico deleznable, siempre lo ha sido, pero la deriva que está tomando últimamente, con columnistas como Javier Negre, condenado en firme por inventarse una entrevista y que no ha escrito una verdad en su vida, o Jorge Bustos, jefe de opinión, un muchacho cuyas opiniones son tan parciales como antiguas y que llegan a rozar el golpismo, llevarán al periódico que fundó Pedro J. a la irrelevancia. A tiempo.


15:00
Comemos una sopa mexicana que borda mi señora y que la hace siempre que le insistimos demasiado, que es una delicia, y Rodri Scott y yo lo que quedó de la empanada de pulpo de ayer. Gran empanada. La venden en A Devesa, por si la quiere probar, cosa que sugiero que haga en cuanto pueda. Después de comer me levanto y me mareo casi hasta el desmayo. Me ocurre a veces últimamente, que estoy sentado divinamente y al levantarme pierdo el equilibrio. ¿Por qué? No lo sé, pero es fastidioso. Lo mismo tengo un tumor en el coco y yo aquí como si nada.


18:50
Otra siesta apoteósica. Despierto y me pongo a trabajar como un trabajador. Tengo poco más de dos horas para entregar dos páginas. Menos mal que había dedicado la mañana a preparar una de ellas, que usted leerá el sábado en este mismo periódico. Afortunadamente me gusta este trabajo y nunca me duele hacerlo ni me cansa, pero no me deleita escribir contra el reloj.


19:15
Veo por el aire la sesión de control y el posterior debate parlamentario. Qué poca calidad de políticos tenemos, pienso yo. Cuánta mala gente. Cuánta improvisación por parte de unos y cuánta mala baba por parte de los demás. Parecen niños en un recreo jugando con una pelota a un deporte sin árbitros, sin reglas y sin nada de nada. Ataques inmundos y defensas endebles. No reconozco a qué juegan. Mientras cada día mueren cientos y cientos de ciudadanos y ciudadanas, los líderes pierden el tiempo en insultarse, en sostener lo contrario que el día anterior y en hacer declaraciones altisonantes para lograr veinte segundos de radio o televisión. Con contadas excepciones, nadie está a la altura de las circunstancias. Actúan como si estuvieran debatiendo en un concello sobre si poner un contenedor de basura en un cruce. Se arrojan los cadáveres a la cara. Qué bajísimo está el nivel, qué pena. No veo a un sólo estadista poniendo propuestas sobre la mesa. Nadie en el Gobierno que lleve el timón con rumbo fijo a algún destino; nadie en la oposición ofreciéndose a arrimar el hombro. No se me ocurre nada más inoportuno que hacer campaña con una pandemia. Pues resulta que todos esos que vociferan tienen su cuota de responsabilidad: unos porque han gestionado las residencias de ancianos que han muestro por centenares; otros porque han tenido las competencias en Sanidad en las diferentes comunidades que gobiernan; y otros porque gobiernan España entera. Todos están perdiendo el debate porque en lugar de buscar soluciones buscan culpables. Allá ellos.


20:00
Se me echó el tiempo encima y no pude salir a aplaudir más de medio minuto. Como siempre, me saluda mi vecinito, ése al que los padres le están enseñando la lección de su vida aunque él no lo sepa. Se está extendiendo el debate sobre si a estas alturas en las que los niveles de contagios decrecen notablemente, sería conveniente que los niños salgan a a pasear aunque sea unos minutos y acompañados de un adulto. No soy técnico, pero creo que sí. Creo que mi vecinito y tantos niños y niñas lo están deseando. Por otra parte, la infancia asimila las rutinas y quizá el pobre está convencido de que pasará la vida entre cuatro paredes. Si las cosas se hacen bien, si les ponen unos guantecitos y una mascarilla, sería bueno que salieran aunque fueran quince minutos a disfrutar del sol, a patear charcos o a perseguir a una paloma. Es que si la cosa dura, como está previsto, habremos robado a esos niños buena parte de su primera infancia, Para un niño o una niña de dos años, robarle dos meses de sus vidas es como robarnos a usted o a mí tres o cuatro años. Búsquese una fórmula, por favor, que son niños.