"Transmitir su pasión mediante la riqueza expresiva de sus colores", eso es justamente lo que hacía Carmen Domínguez. La pintora, nacida en Pontevedra en la década de los 50, perdió la vida en abril de 2021, dejando un gran legado: su obra. Dos años después de su fallecimiento, el Museo de Pontevedra rinde homenaje a esta artista a través de una exposición que lleva el título de Carmen Domínguez. Cor, sempre cor, y que está comisariada por su hijo, el también pintor Kike Ortega. Esta se inaugurará hoy y estará disponible hasta el próximo 11 de julio.
¿Qué se va a poder ver en esta muestra?
El nombre de Cor, sempre cor es porque Carmen Domínguez, donde realmente encontró su punto fuerte, fue con el color. Ahora mismo es mucho más fácil ser artista o ser pintor en el sentido en el que tienes muchas opciones para encontrar referentes. Internet te ofrece mil opciones, viajar es mucho más fácil, asistir a galerías y a ferias de arte... pero antes no. Mamá empezó a ir a clases de Aramburu, y empezó con un tipo de pintura más clásica, pero a partir de ahí fue observando distintos ismos, fue tocando otros palos, como el simbolismo o el informalismo, y llegó un momento donde se encontró con el arte abstracto, que fue donde encontró su fuerte, el color, que se convirtió en su lenguaje propio. Mi madre se basaba en la fuerza del color para poder expresarse. Después, a mediados de los años 90, fue cuando empezó con la abstracción y empezó a meter elementos más puntuales, más simbólicos, para que esa abstracción fuese más fácil en la lectura del gran público.
La exposición está formada por 26 pinturas. ¿Con ellas se hace un recorrido por la vida de Carmen Domínguez o pertenecen a una única época?
Casi siempre cuando se hacen exposiciones en los museos, se suelen hacer exposiciones de distintas etapas de los artistas. Nosotros no hemos querido hacer esto porque no teníamos tiempo de ir a recuperar toda la obra que tenía mamá vendida. Lo verdaderamente bueno para mí de esta exposición es que hemos sido capaces de montar una muestra con 26 obras solo con los fondos de la propia artista. Obra que mamá tenía en el taller, que o bien no habíamos vendido, o bien no quisimos vender, y, con todo eso, hemos hecho esta exposición. Tenemos cuatro etapas. Hay un cuadro que se titula El Mercado, que es de cuando ella estaba en esa etapa precubista, aún no había entrado en el abstracto. Después hay tres cuadros de una segunda etapa que es más oscura, porque es cuando mamá se fija más en el informalismo y ahí ella abandona el color. Y luego ya el resto de la exposición es de los años 90, que es cuando ella se convirtió en la gran pintora que fue. Aquí el color es el protagonista absoluto. Probablemente a ella le gustaba el color porque ella era así, una persona alegre, optimista, disfrutona... La última etapa es de cuando mi madre tenía más de 60 años, que se enamoró aún más de su Galicia, y sobre todo de los otoños gallegos. Trajimos cinco obras de esta parte, y en ellas se muestra cómo ella quería dar a entender lo bonito que es el bosque gallego y cómo incide la luz en los bosques.
Esta es la primera vez que se le hace un homenaje tras su fallecimiento.
Sí, y eso hay que agradecérselo al Museo de Pontevedra. A mí me da rabia que mi madre haya tenido que morirse para hacerle una exposición tan buena como esta, pero siempre pasa lo mismo, los buenos nunca son profetas en su tierra, y eso es una pena, es una pena que alguien se tenga que morir para que se le reconozca. Deberíamos proteger a los nuestros, a los que hacen tierra porque Pontevedra tiene un montón de talento. Tenemos gente como Manel Loureiro, como Manuel Jabois, como Rafa Latorre o como Xabier Fortes.
¿Cree que su madre estuvo lo suficientemente valorada?
No, no. Es cierto que estuvo valorada por su público, por su gente, pero luego en el resto no, fue alguien muy querida en la ciudad, pero, por ejemplo, las instituciones se olvidan siempre de valorar a la gente de aquí. Hay gente que sabe manejarse en esos ámbitos, pero mi madre no sabía. Aunque, en este caso, yo tengo que echar aquí una lanza a favor del Museo de Pontevedra, porque cuenta con una directiva joven con ganas de hacer cosas, y eso siempre hay que valorarlo.
Cuando estoy en el taller, no hay ni un solo día que no piense ojalá ella estuviese aquí
¿Cómo influyó su madre en su propia obra?
Yo estudié arquitectura pero nunca me olvidé de que yo me había criado en un taller. Yo siempre iba allí a ayudarla, pero no a pintar. Cuando estaba acabando la carrera, fui combinando mis estudios con ir al taller con ella y ahí fue cuando ya me empecé a dedicar a esto profesionalmente. Después mi madre y yo colaborábamos mucho y eso era maravilloso, poder compartir tu trabajo con alguien de mucha confianza a la que le puedes decir cosas que no le dirías a ninguna otra persona. Esas son cosas imprescindibles que cuando las pierdes, es un horror. Yo ahora estoy en el taller y no hay ni un solo día que no piense ojalá estuviese aquí. Pero entre nuestras obras no hay similitudes, yo quise escapar de eso y decidí desde un principio que no iba a hacer color, al contrario de ella, porque sería un desastre. Cuando ella murió, sí que pensé en utilizarlo, pero de momento no me apetece.