Varios puntos de vista

Mercadillo regulado sí, pero en A Verdura

Hosteleros y vendedores de antigüedades coinciden en que es necesario reclamar al Concello de Pontevedra una normalización de los puestos instalados en la feria de los domingos, pero rechazan su traslado a la Rúa da Serra
Algunos de los puestos instalados en la feria que se celebró este domingo en la Praza da Verdura
photo_camera Algunos de los puestos instalados en la feria que se celebró este domingo en la Praza da Verdura

Rosa llegó este domingo al bar Os Maristas con una hora de antelación porque sabía de sobra lo que se iba a encontrar. Antes se molestaba en discutir con ellos, pero ahora dice que ya se lo toma a broma y les pide que, por favor, levanten las mantas y le hagan sitio para poder entrar en su local. Esto lo cuenta mientras le da vuelta a la tortilla en la sartén para que no se le queme, que es domingo y hay muchos clientes en la barra. "Mira, antes era unha cousa, o mercadiño de antigüidades, todo ben ordenado, pero agora, isto? Isto é un asco. Parece mentira que unha cidade como Pontevedra, con tantos premios, teña o mercadiño desta maneira", explica. La semana pasada, cuando se produjo una disputa entre un hostelero de la Praza da Verdura y algunos vendedores del mercadillo dominical, a Rosa le dejaron tiradas unas botas y algunas prendas de ropa debajo de las mesas que tiene en la terraza. "Unha porquería". Y no solo eso, "os contedores estaban a tope de roupa, non sei ata que punto nos beneficia isto aos hostaleiros", critica.

UN ANTES Y UN DESPUÉS. Rosa lleva 26 años con su negocio en la Praza da Verdura y antes no abría ni un solo domingo. Cuando se puso en marcha el mercadillo eso cambió, porque venía gente, y ahí sí que se notaron las ganancias. "Agora eu creo que a xente ata ten medo a vir. Quen se senta aí, en medio de toda esa trapallada? Está todo tirado polo medio, para camiñar tes que pisalo, bérrante...". Un empleada que antes trabajaba con ella, más de una vez le tenía comentado que a las cinco de la mañana, cuando volvía a casa, ya los había que estiraban los plásticos para coger sitio en la plaza.

"Isto é un asco. Parece mentira que unha cidade como Pontevedra, con tantos premios, teña o mercadiño desta maneira"

Rosa mueve otra sartén que tiene al fuego y comenta que "o domingo pasado, antes de marchar eu sobre as dúas, xa estaban eles coas furgonetas dentro da praza para recoller todo, e nós non podemos nin entrar cos coches".

Victoria Durán también anda apurada de la cocina a la barra y de la barra a la cocina. Es hora punta y hay que sacar el pincho en la tapería Os Carballos. Se acerca un momento y dice que esa era la esencia, "a de un mercadiño de antigüidades. Pois que os separen, pero que a este o deixen aquí".

Vuelve a la cocina y sale cinco minutos después. "Nesta vida collemos todos. Nós temos que convivir con eles e eles con nós, pero perdeuse a esencia completamente". Victoria señala que sí que es verdad que, en la actualidad, el espacio se queda pequeño, "montan tantos no chan que xa non se pode nin pasar, pero que deixen aos que poñen as mesas e que aos outros os manden para a rúa Serra".

Durán cree que esta es la solución idónea para que la zona no pierda vitalidad y que ninguna parte se vea perjudicada : "Así, é que é perfecto. Se levan o rastro para a rúa Serra, as persoas que aquí poñen os seus postos no chan, teñen alí toda a rúa para estender os seus artigos, estirar as mantas e vender o que queiran. A quen lle guste comprar diso que vaian por alí e que na Verdura queden os postiños que teñen mesa e que están máis ordenados. Porque si que é certo que a cousa dexenerou moitísimo nos últimos anos".

 "Nesta vida collemos todos. Nós temos que convivir con eles e eles con nós, pero perdeuse a esencia completamente"

El debate también está en la calle, concretamente en una de las esquinas de A Verdura. Un grupo de personas habla delante de un puesto sobre los incidentes de la semana pasada y comenta que "vale que la situación es la que es, pero a veces los de los bares se creen que la calle es suya solo porque pueden poner la terraza. La calle es de todos".

Cruzar la plazoleta se hace a ritmo lento entre libros de segunda mano, candelabros relucientes, espejos restaurados, láminas de pintura y relojes de antaño. Pero también pisando la manga de una camiseta amontonada junto a otras prendas de ropa, entre calzado sucio, juguetes de las fiestas, altavoces viejos y alguna aspiradora, mientras los comerciantes lanzan un grito intermitente de "¡barato!".

Uno de los vendedores no tiene cambio para darle a un cliente, le dice que se tomé un café, que cambie el billete y que vuelva, que eso que pide vale 30 euros, pero que lo de al lado se lo deja a 30 céntimos.

Comentarios