Hasta 1.500 personas pasaban por La Luna un domingo cualquiera antes de que, el pasado marzo, el coronavirus cerrara sus puertas. Aunque los numerosos fieles que cada fin de semana peregrinaban a la mítica sala de fiestas de Cerponzóns pertenecen a generaciones muy diversas, son los más veteranos los que más la echan de menos. Y es que para el colectivo sénior, si el paraíso existe, no cabe duda de que está en La Luna.
Elvira Otero, de 67 años, es una de las que no perdonaba ni un fin de semana. "Sábados y domingos. Iba los dos días", precisa. Lo hacía en compañía de cuatro amigas, vecinas, como ella, de Ribadumia. Fueron ellas las que le descubrieron este lugar cuando ella residía en Suiza, donde vivió durante 32 años, y regresaba a Ribadumia durante las vacaciones. "Hace tres años volví definitivamente y, desde entonces, no fallo ni un día", cuenta entre risas.
¿Qué tiene La Luna? Elvira lo tiene claro: "Todo. La gente, la música, el personal... Nosotras nos turnamos para llevar el coche y no tienes ni que preocuparte por aparcar. Lo tienes todo ahí y todo es maravilloso".
Pero si para algo va a La Luna Elvira es para bailar. "¡Me encanta bailar: bachata, pasodobles, tango, mejicanas... lo que me pongan", afirma.
Pese a la fama que tiene la sala de fiestas como lugar de ligoteo, Elvira, que está separada, asegura que ese no es su objetivo. "En estos tres años ligué, pero solo de un día. No es a lo que voy. Yo voy a divertirme", recalca. Y vaya si lo consigue. "Te lo pasas genial. Conoces a gente de Vigo, de Cangas, de Ourense... Puedes volver cuando quieras. Nosotras solemos ir sobre las siete o las ocho y volvemos a las 12 cansadas de bailar. Después dormimos de maravilla", comenta.
Ahora, a falta de baile, ella y sus amigas han sustituido las visitas a La Luna por excursiones por Galicia. "Fuimos al Monte Pindo, a Pedra da Ra, en Ribeira, al Castro de Baroña,...", cuenta. Eso sí, si La Luna abriese, se acabarían las excursiones porque, subraya Elvira, "como La Luna no hay nada", pero "mejor que abra cuando tenga que abrir", aclara.
"AHORA NO HAY A DONDE IR". Mar López, de 59 años, no dudaba en recorrer cada domingo los más de 120 kilómetros que separan su pueblo, Cee, de Cerponzóns para bailar y bailar sin parar. "Yo me moriré bailando. ¡Lo echo tanto de menos! -dice con nostalgia-. Iba con mi amiga Concha, que es la que conduce, y nos lo tomábamos como un domingo de relax. Llegábamos a las ocho y media y hasta las doce y media o una estábamos bailando", añade antes de deshacerse en elogios hacia Álex, el DJ. "Me encanta, tiene una magia...", apunta. "Por no hablar de Jorge, el chico de la cafetería, que es un encanto. Todos allí lo son. Del uno a diez, yo a La Luna le pongo un 20", añade.
Aunque reconoce que hay gente que va "con intención de ligar", ella, al igual que Elvira, insiste en que lo suyo es bailar. "Por ello entiende que La Luna no se haya reconvertido en cafetería. Yo para estar sentada y escuchar música no iría. Lo mío es bailar. Se me van los pies. De hecho -destaca- adelgacé un montón de kilos bailando".
Pero en cuestión de poco tiempo, Mar se quedó sin ningún sitio en el que poder dar rienda suelta a su pasión. "Antes los viernes iba a Coruña, los sábados a Carballo y los domingos a La Luna. Los dos primeros cerraron y después llegó la pandemia y me quedé también sin La Luna. Ahora ya no se puede ir a ningún sitio -lamenta-. Tendré que bailar con la escoba".