Ivan Durasevic, Nenad Ilic, Aleksandar Kavaia o Bosko Markovic son nombres que, a priori, no deberían decir nada en el panorama del narcotráfico internacional. En junio de 2019, estos cuatro ciudadanos serbios, con el apoyo de al menos dos samoanos, intentaron dar el golpe del siglo transportando 20.000 kilos de cocaína valorados en más de un billón, con b, de dólares, desde Sudamérica hacia Europa, sin contar con los gallegos. Lo que parecía una quimera hace algunos años ya se ha convertido en realidad.
A bordo de un portacontenedores, el MSC Gayane, consiguieron cargar mediante 20 viajes de lanchas rápidas las sustancias estupefacientes a lo largo de la costa sudamericana del Pacífico. Una singladura que partió de Perú y pasó por Panamá fue cortada abruptamente por la US Custom and Borders Protection en el estado de Pennsyvania, en el área metropolitana de Philadelphia. Allí hizo escala el buque, cargado con el mayor alijo jamás decomisado por la citada agencia de Estados Unidos. Su destino, el puerto más permeable de Europa, dominado con mano de hierro por organizaciones criminales de Europa del Este: Róterdam.
Durasevic declaró que había cobrado 50.000 dólares por el trabajo. Algún otro de los miembros de la tripulación también confesó el delito. El mayor alijo destinado a Europa jamás interceptado no era cosa de gallegos, que, aunque mantienen una importante cuota de mercado a la hora de introducir cocaína en el Viejo Continente, se han encontrado con un rival que comenzó trabajando a su lado y que se ha independizado, consiguiendo una capacidad operativa tal que le permite cargar la droga en origen y recogerla en destino saltándose a los narcotransportistas gallegos y en ocasiones, incluso adentrándose en la propia selva sudamericana para puentear a las mafias colombianas y venezolanas, dueñas de la materia prima en origen.
Serbios detenidos con 20 toneladas
Serbios, albaneses y croatas pugnan, al mismo tiempo, con marroquíes con pasaporte holandés por el control de dos zonas clave para el narcotráfico en Europa. Por una parte, el citado puerto de Róterdam y el de Amberes, al Norte; por otra, la ruta africana, tradicionalmente empleada para el transporte de polvo blanco por los gallegos y que ahora también se emplea para el tráfico de hachís, tal y como ha quedado acreditado en la macrooperación de los últimos días.
Los narcos de las Rías Baixas, por su parte, mantienen presencia estable en todas estas ubicaciones. En Sudamérica hay gallegos con capacidad para negociar los grandes alijos; en África hay narcotransportistas con infraestructura marítima para realizar el final del viaje desde las inmediaciones de Cabo Verde hacia Europa. En Bélgica y Holanda mantienen intereses. Sin embargo, su estilo es bien distinto al de sus nuevos rivales en el mar. Llevan a cabo grandes operaciones, como se ha visto recientemente, pero desde un segundo plano, intentando pasar desapercibidos. Y así les va bien, como han demostrado desde hace años. Sus armas siguen siendo los veleros y los mercantes (donde ahora tienen competidores) pero también los pesqueros, donde no tienen rival, y los semisumergibles, ambos con el apoyo de las planeadoras. Este sistema único sigue siendo productivo y seguro para ellos.
La llegada a Europa de veleros cargados de cocaína con tripulación gallega no es nueva (este mismo año han sido interceptados dos); tampoco es extraña en los últimos años la interceptación de navíos de esas características con serbios, búlgaros, croatas o turcos; lo que sí sorprende es el empleo de esas embarcaciones y de sus rutas para el tráfico de hachís. En este caso, se ha dado un cambio de escenario debido a la extraordinaria demanda en el Norte de Europa y su elevado precio. La presión de la Policía en Andalucía arrastra a los narcos hacia el Sáhara Occidental, Senegal e incluso Guinea, donde, además de seguir comerciando con cocaína (África ya no solo es un almacén, sino una lanzadera e incluso punto de destino, pues ya hay consumidores que se cuentan por miles), se han adentrado en el negocio del chocolate. El motivo es obvio: consiguen adquirirlo a 300 euros el kilo y llegan a venderlo a 5.000. El margen es bestial, y aunque el valor de los 1.000 gramos sea muy inferior al de la cocaína, también lo es en origen, lo que hace que con grandes alijos, los beneficios sean bestiales. Ello hace que la gran batalla se juegue ahora en varios escenarios.
La Policía Nacional destacó la colaboración internacional como el pilar básico para desmantelar una gran organización de origen búlgaro y con ramificaciones en toda España y en África que había tomado una ruta más propia de la cocaína y dominada históricamente por gallegos para intentar transportar alijos descomunales de hachís. Se trata de un negocio que va claramente al alza por los importantes beneficios que reporta, ante el creciente número de consumidores en los países en desarrollo.
Relacionado con lo anterior, la DEA y la Policía analizan la posibilidad de que se estén produciendo navegaciones transoceánicas desde África hasta Sudamérica para intercambiar hachís por cocaína. Se sospecha que una base de operaciones puede ser Brasil. Veremos si se confirma.