Las planeadoras de la cocaína cabalgan de nuevo por Galicia

Un alijo de 200 millones de euros en la Ría de Arousa son palabras mayores
Javi la guardia civil interviene 2 lanchas cargada con droga en o grove
photo_camera La Guardia Civil interiene dos lanchas en O Grove. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

En 2020, en plena ebullición de las plataformas televisivas, un tiempo en el que la ficción y la realidad se entremezclan de forma cotidiana, las imágenes de una persecución en la que un helicóptero y varias lanchas acechan a una planeadora cargada de fardos de droga no son ajenas a nadie. Hubo un tiempo en el que las rías gallegas, lugar elegido por las organizaciones criminales transnacionales que dominan el narcotráfico para la introducción de la cocaína en Europa, eran el escenario habitual de carreras mortales entre las bateas en las que las fuerzas de seguridad intentaban controlar la entrada de tabaco, primero, y de hachís, después. Quienes ya peinan algunas canas recuerdan que si iban por las mañanas a según qué playas de las Rías Baixas, era fácil hacer acopio de cajetillas para toda la semana.

Esas imágenes, de lo más propicio para productos televisivos en prime time, parecieron desplazarse al Sur. Las gomas del hachís, que ahora se incautan un día sí y otro también (estado de alarma aparte) tomaron el foco mediático, que no el relevo, de las actividades de narcotráfico en España. En Galicia, mientras, los experimentados y multimillonarios emporios de la cocaína apostaban por superlanchas de más de 20 metros. El hallazgo de la Patoca y sus siete motores varada en A Guarda en 2008 fue solo una advertencia. Siete años después, en 2015, la Policía le intervino a Rafael Bugallo, O Mulo, un prototipo capaz de cargar varios miles de kilos que incluso llevaba aparejos de pesca ficticios.

La escondía en una nave de Cabana de Bergantiños, con salida directa al mar. En 2018, la Brigada Central de Estupefacientes halló una réplica de la Patoca (muy superior técnicamente) y dos superplaneadoras más en los astilleros O Facho, en Cambados. Su único destino posible era la recepción de grandes cantidades de cocaína en altamar. Eran tiempos en los que los narcos gallegos debían asegurar hasta el extremo cada uno de los alijos que introducían en Europa, pues la oferta en origen (la selva colombiana) era limitada. Por ello, apostaban por invertir en infraestructura naval para minimizar riesgos, lo que les permitía acudir al encuentro de quienes transportaban la droga desde Sudamérica a puntos muy lejanos, más allá de Azores, por el Norte, y de Cabo Verde, por el Sur.

La cocaína llega a las puertas de Galicia tal y como hacían en su día el tabaco y el hachís

El escenario, sin embargo, ha cambiado. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) iniciaron a finales de 2016 su desmilitarización, lo que propició que se dedicasen de forma casi exclusiva a un negocio que ya conocían bien: la producción y elaboración de cocaína. Los cultivos se multiplicaron hasta el infinito, no solo en el país, sino en los cercanos Perú y Bolivia. Paralelamente crecía el poder de grupos criminales dedicados a la exportación, con el clan del Golfo o el cártel de Los Soles como dos de las organizaciones más productivas a la hora de dar salida a miles de kilos de polvo blanco hacia los dos principales mercados: Estados Unidos y Europa.

Al mismo tiempo, en los últimos años han irrumpido con una fuerza inusitada nuevos actores. Bandas criminales procedentes de Serbia, Albania, Bulgaria, Turquía, Kosovo, Rusia o Croacia ya están afincadas en Sudamérica. Y no temen a los colombianos. Al contrario. Les hacen la competencia en sus narices. Existen datos fiables que acreditan que los gallegos ya no solo negocian con sus socios de toda la vida, con quienes compartían, además de otros lazos inquebrantables, la afinidad idiomática. En 2020 ya establecen acuerdos para la introducción de los fardos en suelo europeo (un trabajo para el que nunca han tenido competencia) con individuos con los que no les une prácticamente nada. Solo el afán por enriquecerse rápido y sin pensar ni un momento en la salud del resto de ciudadanos.

A todo ese escenario se añade un elemento no menos relevante: la banalización de las consecuencias que acarrea el contacto con las sustancias estupefacientes, tanto del tráfico como del consumo, ha hecho que cada vez sean más las personas que se acercan a ellas. Así lo acredita un estudio de la UE, que, tomando como referencia análisis en aguas residuales de las principales ciudades, constató un incremento del consumo en los últimos tres años que supera el 100 por cien en muchas de ellas.

El ejemplo más cercano, Santiago de Compostela. Fue precisamente en el corazón de Galicia donde fue detectado por vez primera, a principios de febrero, un ciudadano peruano afincado en Barcelona, José Oswaldo T.A., que debía llevar algún tiempo operando en las Rías Baixas. El Equipo de Delincuencia Organizada y Antidroga (EDOA) de la Guardia Civil de Pontevedra y la Unidad de Delincuencia y Crimen Organizado (Udyco) de la Comisaría de la Boa Vila tienen argumentos para pensar que se trata del notario de la organización sudamericana que pretendía introducir, con el apoyo de los lancheros gallegos, cuatro toneladas de cocaína a través de la ría de Arousa. E intentaron hacerlo siguiendo el método más antiguo. El que ya empleaban sus abuelos en las descargas de azúcar, café o tabaco. Mediante dos pequeñas lanchas del tamaño de una zodiac con los motores pintados de negro, aventurándose a 80 millas de las costas y regresando en plena noche, cruzando los dedos ante la posible presencia de las autoridades y en pleno confinamiento.

Sospechan que el alijo pudo ser gestado por históricos de O Salnés

En 2020, ante la colosal producción de cocaína al otro lado del Atlántico y la reciente presión ejercida por Estados Unidos para asfixiar a los narcos, la situación se ha vuelto incontrolable, y el mercado europeo adquiere cada vez un mayor peso.

En 2008, la Policía Nacional supo de la presencia de El Almacén, un barco fantasma fondeado en un lugar que no pudieron concretar cargado con 20.000 kilos de cocaína que fue descargando poco a poco en distintas embarcaciones. Doce años después, las Fuerzas de Seguridad sospechan de las actividades de un velero de 30 metros que realiza una labor muy parecida, sirviendo de puente entre quienes exportan las sustancias desde Sudamérica y quienes las reciben en Galicia. La embarcación, que fue interceptada, remolcada a un puerto pontevedrés y revisada de arriba a abajo pocas semanas antes del confinamiento, volvió a hacerse a la mar. Desde entonces, nadie sabe donde se encuentra. Tampoco se descarta que esté hundido en el fondo del mar después de entregar un alijo valorado en 200 millones de euros. Tal vez los 3.700 kilos incautados en la ría de Arousa hace un par de semanas. Tal vez otros tantos que lograron colar por ese o por otros puntos.

Nadie sabe lo que sucede en el agua mejor que los que están al volante de las lanchas que persiguen a los narcos. Y ellos dicen que el panorama actual resulta imposible de controlar. Si, como se ha acreditado, los transportistas pueden recoger varias toneladas de cocaína a menos de 100 millas de las costas gallegas, la vigilancia de las incontables rutas de entrada es una quimera. Más aún si utilizan pequeñas zodiac de poco más de cinco metros, como sucedió en la madrugada del 28 de marzo.

EL DESENLACE. Una operación como la de esa noche no se veía desde 2007, cuando el Servicio de Vigilancia Aduanera interceptaba las dos lanchas de Ramiro Vázquez Roma, también de Cambados, en la playa de Mourisca (ría de Pontevedra) y en Porto Meloxo (ría de Arousa). Entonces, igual que en esta ocasión, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tenían la información sobre la llegada de las lanchas. Y el desenlace fue similar.

El peruano afincado en Barcelona que viajó a Santiago de Compostela en el mes de febrero (utilizaba el AVE y se desplazaba vía Madrid) volvió a aparecer por Galicia semanas después, justo antes del confinamiento. No se pudo confirmar que, en ese tiempo, supervisase la entrada de otro cargamento, pero nadie se atreve a descartarlo. En sus manos fue hallado un documento que acreditaba su condición de notario. Era el que sabía cuándo había partido la embarcación que transportaba el alijo y quien tenía los cálculos del tiempo que tardaría en recorrer el Atlántico, de Oeste a Este, hasta el punto pactado para encontrarse con las lanchas rápidas. También era el que llevaba el teléfono satelital, imprescindible para establecer contacto desde altamar con los responsables del operativo en Sudamérica y en Galicia.

El Edoa y la Udyco de Pontevedra investigaban desde hacía algún tiempo a varios grupos gallegos afincados en su mayor parte en O Salnés y en el Sur de la provincia que presuntamente se dedicaban al pertrecho de lanchas rápidas para operaciones de narcotransporte, no solo en Galicia, sino también en el Estrecho. Esas pesquisas les llevaron a solicitar la implantación de dispositivos de seguimiento en algunas de ellas, con el fin de tener un control sobre sus actividades. Así, a mediados del mes de febrero, cuando José Oswaldo ya había establecido contacto con una gran organización criminal afincada en O Salnés (que aportaría lo necesario para la introducción y recepción del monumental alijo), un avezado policía salió de la ciudad del Lérez para asegurarse de que la lancha que vigilaban estaba preparada para salir al mar.

Se sigue la pista de varios sospechosos en fuga

El agente, que pudo llegar hasta el lugar del que procedía la señal de aquella planeadora (atribuida a Jesús M.V., detenido dos días después), pudo fotografiar la lancha semirrígida pintada de rojo que semanas después serviría para introducir en la ría de Arousa 72 fardos de cocaína. Los indicios recabados por los investigadores sirvieron para detectar varios movimientos más de la embarcación sospechosa, pero no fue hasta las cinco de la madrugada del 27 de marzo cuando activaron las alarmas. Galicia estaba viviendo una situación de la que ya venía advirtiendo la Brigada Central de Estupefacientes: los grandes clanes de la ría nunca se han parado. Es más, en 2020 son más poderosos que nunca.

Ocho horas más tarde, sobre las 13.00, la lancha ya había llegado al punto en el que otra embarcación (se piensa que un velero, pero tal vez un mercante o incluso un semisumergible) le esperaba con los fardos. Cerca de cuatro toneladas de extrema pureza fueron cargadas a 80 millas de la ría de Arousa. Era imposible que una zodiac pudiese transportar semejante cargamento. Una segunda goma, que, según se supo después, se hizo a la mar desde un astillero clandestino del río Ulla, llegó al punto para compartir el peso de la mercancía. Una y otra fueron avistadas a las 2.50 de la madrugada del día 28 por el helicóptero Argos III. Los ojos del Servicio de Vigilancia Aduanera ya estaban sobre los narcos, que se quedaban sin muchas opciones. A las 3.10, las cámaras del Sistema de Vigilancia Exterior (SIVE) que gestiona la Guardia Civil tenían el material suficiente como para emitir un informe en idéntico sentido: dos planeadoras se dirigían hacia la ría desde el Oeste de Sálvora cargadas hasta los topes de lo que parecían fardos de cocaína. En ese momento ya estaban desplegados el helicóptero de la Guardia Civil y las lanchas Águila I y Águila V de Aduanas. A las 3.40, ambas entran en la ría de Arousa y se separan.

La que había partido del río Ulla se llevó consigo al helicóptero, cuyo hostigamiento acabó por empujarla hacia la playa de O Barreiriño, en O Grove. En ella viajaban tres personas. Una de ellas consiguió fugarse. Las otras dos fueron detenidas a unos 300 metros de la playa tres horas después, sobre las 7.00. Uno de ellos era César R., de A Illa de Arousa. El otro, el notario José Oswaldo, que no logró eliminar los múltiples indicios que le vinculan con lo sucedido.

Un vecino de Aguiño se topó con fardos en la playa, una estampa cada vez más habitual

Al mismo tiempo, al Norte de la ría se producía una persecución que recordó a las que se reproducen en la ficción. La lancha roja, la que partió de Tragove, empezó a lanzar fardos al mar en la zona de Airós, cerca de Ribeira, mientras sorteaba los polígonos de Bateas. Los narcos, que en muchos casos poseen títulos de motonáutica, necesitaron atravesar Os Castros y Palmeira para dejar atrás al Águila V, la lancha de Aduanas con base en Vilagarcía, que tuvo que conformarse con recoger los 72 bultos de cocaína tras perder de vista a la planeadora. Los malos se jugaron el cuello y, en esta ocasión, pudieron escapar. A costa, eso sí, de deshacerse de la droga.

La lancha roja fue hallada horas después, vacía, muy cerca del lugar del que partió, en Cambados. Los narcos pretendieron navegar río arriba a través del Umia, pero la bajamar dejó a la zodiac embarrancada, lo que les obligó a huir. En relación con esta embarcación fue detenido Jesús M., a quien atribuyeron en un primer momento su pilotaje. El cambadés presentó su coartada. Al igual que los anteriores, ingresó en prisión de forma preventiva.

Mientras, en tierra, cerca del galpón de Jesús y cuando se producía la persecución, la Policía identificaba a dos individuos a bordo de una Partner con la parte de atrás vacía. Llevaban ropa oscura y guantes de trabajo. Estaban a varios kilómetros de sus domicilios en pleno confinamiento. Eran más de las tres de la madrugada. Sin embargo, y aunque uno de ellos era muy conocido por sus antecedentes por narcotráfico, tuvieron que dejarles ir. Aún no había caído la droga. Un mes después están en busca y captura. Por la mañana, en una playa de Ribeira, un hombre que paseaba a su perro se encontró con más fardos, algunos de ellos abiertos, que entregó a la Policía. La Guardia Civil halló algunos más.

El alijo, valorado en más de 200 millones de euros, se saldó con el arresto de varias personas en A Guarda, algunas con antecedentes. Sin embargo, al frente de la operación está, según se cree, alguien mucho más importante. Un capo que se perseguía desde la operación Mito por estar al servicio de Sito Miñanco.

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