En enero de 2015, en el marco de la operación que sirvió para desmantelar la organización criminal que supuestamente lideraba Rafael Bugallo Piñeiro, O Mulo, los agentes del Greco Galicia de la Policía Nacional se cobraron una pieza de caza mayor: el colombiano Jorge Iván Salazar Castaño. Los investigadores sostienen que este individuo era el dueño de los 1.200 kilos de cocaína que viajaban hacia Galicia a bordo del Coral I, pero no solo eso. En aquel momento estaba considerado el narcotraficante más importante de cuantos estaban operativos en Europa y uno de los más poderosos del planeta. No en vano, el Departamento de Justicia de Estados Unidos había dictado contra él una orden internacional de búsqueda y captura al considerarle el líder de un entramado con capacidad para introducir toneladas de cocaína en Europa vía África a través de una flota de aviones de su propiedad y de los sobornos que había conseguido llevar a cabo en Liberia, donde contaba con la connivencia de gran parte de las autoridades locales.
Salazar Castaño, que falleció por causas naturales cuando se hallaba en prisión a la espera de responder por ambos asuntos (el de O Mulo y el de Liberia), contaba con el apoyo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), cuando aún no se habían desmilitarizado. Su persona de confianza en su país era Marcel Acevedo Sarmiento, que fue detenido y extraditado a Estados Unidos por estos hechos. En su país, el presunto socio de Rafael Bugallo Piñeiro disponía de una flotilla de aeronaves de distinto tamaño que, de forma clandestina, partían hacia África cargadas con toneladas de cocaína y cuyo destino final sería Europa. La organización gestionaba la salida de la droga desde su propio país y también desde Venezuela y Panamá, donde, según el citado Departamento de Justicia norteamericano, también disponía de zonas para el despegue de las aeronaves.
En Monrovia, Salazar contaba con varios colaboradores con poder para permitir los aterrizajes. Para las posteriores operaciones marítimas contaba con al menos un experto marinero ghanés que aportaba embarcaciones, según las investigaciones de la DEA, y de un compatriota suyo. Ambos efectuaban largas travesías por el Atlántico para llegar con la cocaína hasta África, que hacía de puente en los posteriores alijos dirigidos a las costas gallegas, como el atribuido a la red de O Mulo.
Para cerrar el círculo, Salazar también tenía en nómina a un piloto de aviones, el ruso Konstantin Yaroshenko, que sería detenido en el marco de la investigación que sirvió para desmantelar la organización criminal a cargo de Estados Unidos, donde cumple una condena de 30 años de prisión.
Pero la droga que llegaba a África occidental no solo tenía como destino Galicia, sino también Norteamérica. Ello hizo que la DEA tomase cartas en el asunto en una investigación que fructificó pocos meses más tarde.
HIJO DE LA PRESIDENTA. Para acabar con la red corrupta que Salazar había conseguido instaurar en Liberia para la entrada de cocaína en aviones, los especialistas antinarcóticos de Estados Unidos contaron con el apoyo de Fumbah Sirleaf, el hijo de la entonces presidenta del país Ellen Johnson Sirleaf, premio Nobel de la Paz en 2011 y que en 2005 se había impuesto en las elecciones presidenciales al exfutbolista George Weah.
Varios agentes infiltrados fueron decisivos para desmantelar la organización. Sin embargo, el papel del hijo de la presidenta fue determinante, después de que los narcos le ofreciesen 1,6 millones de dólares para que permitiese la entrada de un gran cargamento de cocaína. Además de hijo de la dirigiente, Fumbah era el jefe de la Agencia de Seguridad Nacional del país, blanco perfecto para unos sobornos que, al parecer, habían funcionado durante años en el citado país y en otros de su entorno.
Dos agentes encubiertos acompañaron al hijo de la presidenta como infiltrados para permitir tres alijos con entregas controladas, desmantelar la organización y arrestar a sus responsables.
Sin embargo, y pese a los esfuerzos de la DEA y de la Policía Nacional, a día de hoy África continúa siendo un continente en el que resulta casi imposible investigar a los narcotraficantes. La corrupción de las autoridades locales permite que se haya convertido en la gran lanzadera de la cocaína que llega a Europa.