¡Teruel, te esperamos!

Hace 50 años Ángel Teruel logró uno de los triunfos más recordados en Pontevedra, con 5 orejas y el rabo

El torero Ángel Teruel, en 1970. CAMILO GÓMEZ
photo_camera El torero Ángel Teruel, en 1970. CAMILO GÓMEZ

¡Teruel, contamos contigo! Fue el grito unánime de la afición pontevedresa ante el mal juego ofrecido por el ganado en la primera corrida de la feria de La Peregrina de 1968. El público tenía en mente la nueva presencia que cuatro días después tendría uno de sus ídolos de aquella época, el torero Ángel Teruel, y le alentaba con ese clamor a volcarse en su segunda tarde en el coso sanroqueño. Poco se podía imaginar el respetable que a la conclusión de ese festejo el torero se iba a retirar con un histórico bagaje de cinco orejas y un rabo, tras enfrentarse a tres oponentes, los dos toros de su lote más un sobrero que le regaló al público.

La crónica del día siguiente firmada por Banderillero, el inigualable Pedro Rivas, nos sitúa ante un escenario de nubes y fina lluvia que no hacía presagiar lo que instantes después iba a suceder. "Lucidas, brillantes y espectaculares fueron sus faenas al primer toro (dos orejas) o al sobrero (dos orejas y rabo) pero también fue importante su lidia al segundo (oreja), por las complicaciones que este presentaba. Lo que motivó la concesión de una oreja por parte de la presidencia, ya que el público había dejado de solicitar el segundo apéndice y que el cronista sí consideró que merecía, motivando las siguientes palabras: "Es posible que algunos espectadores no estén de acuerdo con esta apreciación mía. Naturalmente que sí, pero los grandes matadores de toros, los toreros con vitola de figura, los que se llevan la pasta y no los que se quedan en el escaparate de Mantequerías leonesas, se ven, se estudian y comprenden los toros difíciles, o los que presentan dificultades. Y el Ramos Matías del escándalo, las tenía y muy serias".

Un escándalo que venía dado por la petición del público para que se cambiase al animal por la pérdida repetida de las manos delanteras y la resistencia del presidente de la corrida por llevarlo a cabo.

SOBRERO. El torero todavía tenía mucho que demostrar ante las cinco mil personas que ocupan las localidades de la plaza de toros. 3.500 en la zona de sol y unas 1.500 en sombra, en tarde presidida por el comisario-jefe de Policía, don Oscar Montero. El toreo de Ángel Teruel al sobrero que se convirtió en su tercer toro de la tarde y concedido por la gracia del presidente significó en palabras de Banderillero "una de las más bellas páginas que se han escrito sobre el ruedo, no sólo de nuestra plaza de toros, sino de cualquiera de las muchas que pueblan el suelo español", y es que la faena transcurrió por los cauces de una "profundidad inconmensurable, armónica, ajustada a los viejos cánones y reglas del toreo, adelantando la pierna contraria, sacándose con suave movimiento de la muñeca y la muleta, el toro de la faja; acariciando el toro con la franela, sin ahogarlo".

Irrumpía así el torero madrileño en la historia de la plaza de toros de Pontevedra con una tremenda fuerza bajo el apoderamiento de la casa Dominguín, propietaria del coso pontevedrés. A partir de aquí la relación del torero con nuestra ciudad ha sido muy intensa siendo uno de los toreros favoritos de la afición, un agradecimiento que el diestro convirtió en regalo al entregarle a la Virgen Peregrina uno de sus trajes para que con él se le confeccionase un manto.

Este éxito llevó a que unos días después se anunciase un encierro del matador con seis toros en la plaza pontevedresa el 31 de agosto, algo que no se llegó a producir. Pero Pontevedra había vivido ya una de esas tardes que se fijan en los libros de historia y que nos lleva a entender la plaza de toros como un cofre lleno de relatos, de recuerdos que forman parte de la historia de la ciudad a través de la fiesta taurina.

En aquella tarde Ángel Teruel compartió cartel con Manuel Cano El Pireo y Juan josé, pero ellos no tuvieron suerte. El primero, un torero sin confianza, que dio en ambas actuaciones una vuelta al ruedo para recibir la ovación del público. Mientras, el segundo, un torero calificado como de la escuela palomolinarista, no aprovechó al último de la tarde, "una pera en dulce". Pero aquel día la gloria estaba reservada para un grande del toreo, para un grande de nuestra plaza: Ángel Teruel. El torero al que esperamos siempre.

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