Tocados pero no hundidos: mayores en tiempos de pandemia

La covid puso a los mayores en el centro de la diana. Pero no solo su salud corre peligro, también su ánimo. Con la suspensión de los viajes del Imserso, los centros y asociaciones cerrados o con una oferta limitada y la reducción de las reuniones sociales, sus opciones de ocio son escasas. ► La petanca, las corales o simplemente caminar son para muchos una tabla de salvación
Grupo de petanqueiros. GONZALO GARCÍA
photo_camera Grupo de petanqueiros. GONZALO GARCÍA

Después de toda una vida dedicada a trabajar, tras la jubilación disfrutaban, por fin, de un merecido descanso y del nuevo mundo que habían construido tras quedar libres de responsabilidades y ocupaciones. Ahora la pandemia de covid-19 lo ha destruido todo. Y es que no solo se ha llevado por delante la vida de miles de ancianos, también ha desbaratado todas sus rutinas y les ha privado de buena parte de las actividades de ocio de las que disfrutaban. Con la suspensión de los viajes del Imserso, los centros sociocomunitarios y asociaciones culturales cerrados o con una oferta limitada y la reducción de las reuniones sociales a su mínima expresión, muchos mayores están condenados al aislamiento. La situación es especialmente grave en un país como España, donde el 19,3% de la población (nueve millones de personas) tiene más de 65 años, un porcentaje que en Galicia se eleva al 25,3%.

"NOS CAMBIÓ TODO". Para los pontevedreses Carlos Roel (72 años), Laudina Campo (84), Pilar Barcia (76), Miro Álvarez (82), Ramón Gómez (85), Francisco Roel (67) y Dolores Tilve (75), la petanca es ahora su tabla de salvación. En algunos casos, la única. Por eso, siempre que el tiempo lo permite, se dan cita en las pistas situadas entre Montero Ríos y el Pazo Provincial. "Estamos mejor aquí que en casa", explica Carlos Roel, el "delegado" de este grupo de petanqueiros perteneciente al centro sociocomunitario de la Alameda que lleva alrededor de una década jugando.

Dos de los jugadores de petanca. GONZALO GARCÍAAunque Carlos cuenta con otras vías de escape como la pesca, la micología o la pintura, la petanca para él es "el 90% de la vida". "Yo soy el fundador del equipo, yo me rompí la cabeza con Carmela (Silva), yo monté estas dos pistas, yo las limpio todos los días, compro la tierra, organizo los trofeos...", detalla este pontevedrés que durante 51 años trabajó como auxiliar de farmacia en Pontevedra y, durante un tiempo, tuvo también un centro de jardinería en Samieira.

Liderados por Carlos, en la era precovid el equipo integraba a una veintena de personas. "Ahora algunos no vienen por miedo o porque no quieren sus hijos", comentan con comprensión los siete miembros que, armados con un metro y potentes imanes recogebolas, se ven las caras (ahora siempre cubiertas con mascarillas) en la pista en una soleada mañana de octubre.

Laudina, que desde que enviudó, hace cuatro años, vive sola, es de las que no falla a la cita, máxime ahora que el coronavirus le ha privado de todas sus aficiones. "Yo antes de la pandemia, además de jugar a la petanca, iba a yoga, a gimnasia y a dos coros (Santa María y San Roque). Ahora, como también me tengo que operar, solo me queda la petanca y andar", afirma al tiempo que reconoce que, tras la llegada de la covid-19, el "ánimo" ya no es el mismo. "Nos afectó. Yo no me encuentro como me encontraba", señala.

"Pero aquí hay que venir -insiste-. Viviendo sola esto es todavía más importante". Y es que Laudina no es de estar parada. "Yo trabajé desde los 14 años en una tienda de comestibles en Pontevedra. Trabajé hasta que me retiré, y trabajé mucho. Por eso creo que estoy aquí -cuenta entre risas-. Salía por la mañana con mis cuatro hijos al colegio, dejando ya mi casa terminada, y estaba hasta la noche en el negocio. Además me gustaba y la gente era encantadora. Entonces, cuando me faltó eso, busqué otras cosas. Ahora con la pandemia nos cambió todo", lamenta.

Aunque los peores meses fueron los del confinamiento, Laudina tampoco estuvo quieta. "Caminé de delante para atrás, hice gimnasia, ponía la televisión con música y me movía. Además, fregué toda la casa de arriba a abajo con lejía, pero no es lo mismo", recalca.

También Pilar y su marido, Miro, coinciden en que la pandemia lo ha trastocado todo. "A nós cambiounos moito a vida. De todo o que faciamos antes, agora só facemos isto (jugar a la petanca). Dános a vida -asegura Pilar-. Boto de menos as viaxes do Imserso e a ximnasia que faciamos no estadio a través do centro sociocomunitario, pero agora non podemos. Antes tamén xogabamos ás cartas todas as tardes no centro e agora tampouco se pode. Quédanos a petanca -reitera-. É o único sitio onde vamos. É de pena". 

Además de divertirse y hacer ejercicio, la petanca les permite disfrutar de la amistad. "Nós temos este grupiño. Vimos para vernos porque, despois, moitas veces pola tarde xa non saímos polo pánico que temos. Nós estamos moi preocupados e parte do tempo pasámolo na casa. Vir aquí é a nosa forma de levantarnos porque se non levántaste ás tantas. Así, aquí facemos exercicio, estamos ata as doce e pasamos o rato. Cando hai mal tempo xa nada. Aínda que ás veces preferimos pasar frío que non vir. Temos ganas de que acabe todo isto pero está moi feo", apunta Pilar.

Miro, su marido, también recuerda con nostalgia los viajes del Imserso. "Todos los años íbamos: a Benidorm, a Torremolinos... Era un cambio de aires. Conocíamos a más gente y lo pasábamos estupendamente. Estábamos en nuestro ambiente. Ahora la petanca es lo único que nos queda -subraya-. Y cuando viene mal tiempo, ya hay que meterse en casa y es un aburrimiento".

Leer la prensa por la mañana en el Centro Sociocomunitario de la Alameda y jugar la partida por las tardes son otras de las cosas que la pandemia le ha robado a Miro. "Para nosotros es una cosa increíble, como si nos cerraran una puerta a la vida -explica-. Yo me dediqué a la hostelería. Tenía un bar restaurante y ahí estuve sujeto todo el tiempo. Ahora que estaba libre me cierran la puerta".

Ramón, un deportista nato, es otro de los que se resiste a quedarse quieto. "Yo trabajé durante 30 años en Elnosa y jugué muchos años al fútbol sala. Lo dejé a los 52 años porque había gente joven, pero todavía me apetecía jugar. Después estuve cinco años jugando al cachibol. Lo dejé porque me dijo el médico que no me convenía porque tenía que correr mucho", cuenta. Ahora, con 85 años y todavía mucha energía en el cuerpo, el coronavirus no le frena. "Además de jugar a la petanca, salgo a caminar porque durante el confinamiento cogí tres kilos y ahora tengo tripa, que nunca tuve", precisa.

Francisco Roel es, con 67 años, el benjamín del grupo. Después de toda una vida al pie del cañón ("fui ferretero, trabajé en impermeabilización, tuve un comercio de manualidades..."). se jubiló hace cinco años y, gracias a su hermano Carlos, descubrió la petanca, aunque el menor de los Roel, al igual que su hermano, tiene también otras vías de escape con las que hacer frente a las limitaciones impuestas por la pandemia. "Yo suelo ir al monte con mi hermano, a las setas. También voy con mi mujer a respirar oxígeno a la aldea, que tenemos una casita. Y los fines de semana voy a ver los partidos de veteranos porque el fútbol me gusta mucho. Además, soy manitas y en casa hago muchas cosas con tallas de madera. Aún no empecé con las excursiones, ni voy a los centros", precisa.

En esta mañana de octubre, Dolores es la última en llegar. Una revisión en Montecelo a causa de un cáncer de mama que le diagnosticaron hace dos años tiene la culpa, pero, pese a todo, no falta a la cita con la petanca. "Soy invencible", dice con una gran sonrisa y un claro deje argentino. "Yo vivo en Poio grande, pero me fui con 17 años a Argentina. Hace ya 21 años regresé", explica.

"Antes jugábamos todas las santas tardes a las cartas y todas las mañanas aquí a la petanca. Ahora esto es lo que nos queda y nos da la vida -comenta respecto al impacto que ha tenido en sus vidas el coronavirus-. Mantenemos las distancias, nos ponemos el gel, la mascarilla... Yo llevo jugando unos seis años porque la petanca engancha. Además -recalca-, nosotros somos muy amigos y esto también es una manera de vernos y estar juntos. Yo antes también iba a bailar. Iba por la calle y me decían adiós, bailarina. Lo mío era bailar y bailar y eso lo echo mucho de menos. También iba a excursiones, viajes... Ahora trato de caminar y venir aquí. Eso es todo lo que hago. Yo vivo sola. Por eso esto es mi vida. Tengo miedo, pero qué se va a hacer. Esto no se va a ir porque tengas miedo, hay que afrontarlo", afirma con determinación y sin que le abandone la sonrisa.

Ensayo d ela Coral Bellas Helenes. RAFA FARIÑACORALES. Otra afición que engancha a muchos mayores y que también se ha visto afectada por la pandemia es el canto, aunque algunas corales ya han vuelto a los ensayos, eso sí, tomando todas las precauciones posibles. Es el caso de la Coral Bella Helenes que, además, ya ha cantado en dos misas. "Estamos ensayando solo una vez a la semana y por voces. Una hora los tenores y sopranos (diez personas) y otra los contraltos y los bajos (once personas). Además, las cosas de tocar, como el órgano, solo las toca la directora y las sillas se desinfectan" -explica la presidenta de la agrupación, Ana María Baqueiro.

"Estuvimos casi tres meses sin cantar. Fuimos la primera coral que suspendió los ensayos. Ahora había que volver porque se estaban volviendo locos -apunta-. Y es que la coral es más que cantar, luego salimos, tomamos el café... Aunque -lamenta Ana María- mucha gente por miedo dejó de venir. Todo depende de lo que digan los hijos y el miedo es libre".

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