Los últimos moradores del Pazo de Lourizán

José Carlos Otero relata la vida de su familia en la edificación anexa al que fue el palacio de Montero Ríos, unos años que transcurrieron entre "buenos recuerdos" y "cierto aislamiento"
La familia Otero en el exterior del Pazo de Lourizán cuando residía en la finca. CEDIDA
photo_camera La familia Otero en el exterior del Pazo de Lourizán cuando residía en la finca. CEDIDA

Desde que la Deputación de Pontevedra y la Xunta anunciaron que han iniciado el proceso para transferir el Pazo de Lourizán a fin de que el Gobierno gallego lo rehabilite y le dé un nuevo uso, el interés por este edificio, uno de los palacios más emblemáticos de las Rías Baixas, se ha multiplicado.

Son muchas las personas que han querido volver a admirar su belleza y conocer su historia. Cualquiera que navegue un poco por Internet sabrá que el Pazo ha tenido distintos usos, desde que en el siglo XV fue habilitado como granja hasta que en el XIX el político Eugenio Montero Ríos lo convirtió en su residencia y lugar de veraneo o en el año 1940 la Deputación lo compró para ceder luego su uso a los diferentes centros de investigación y enseñanzas forestales que han ido desarrollando su actividad en esta finca. Pero, ¿quiénes fueron sus últimos residentes? La respuesta hay que buscarla, precisamente, en esos centros y en testimonios como el de la familia Otero, que habitó durante décadas una de las edificaciones anexas al propio palacio.

                      Arriba, la familia Otero en el exterior del Pazo de Lourizán cuando residía en la finca; a la derecha de estas líneas, visita del grupo "Los Brincos" en el invernadero; y a la izquierda, José Carlos Otero frente al palacio.
Visita del grupo Los Brincos en el invernadero. CEDIDA

Tal y como explica José Carlos Otero López, "la Escuela de Capataces Forestales se inauguró en 1954, creada por Fernando Molina. En esta escuela contrataron a mi padre, Francisco Javier Otero García, como profesor y administrador de la finca, y en 1956 se incorporó mi madre, Carmen López Gallego, como funcionaria de la Escuela Superior de Ingenieros de Montes desempeñando las funciones de ama de llaves y gobernanta, y ambos empezaron a vivir allí. En 1958 también nos trasladamos a esa residencia mis hermanas Maica y Beti y yo, que por entonces tenía siete años. No fuimos hasta ese momento porque inicialmente el director del centro, Fernando Molina, era reacio a que hubiese niños, pero al final autorizó que fuésemos a vivir con nuestros padres". De hecho, en este inmueble unido al Pazo de Lourizán nació en 1960 su hermano pequeño, Francisco Javier.

                      Arriba, la familia Otero en el exterior del Pazo de Lourizán cuando residía en la finca; a la derecha de estas líneas, visita del grupo "Los Brincos" en el invernadero; y a la izquierda, José Carlos Otero frente al palacio.
José Carlos Otero frente al palacio. CEDIDA

Según añade, "entonces solo vivíamos allí el director en una parte y nosotros en otra y más tarde se incorporó un vaquero para cuidar el ganado que había. Además, en verano venían alumnos a realizar prácticas a estos centros forestales y dormían allí mientras duraba su estancia en Lourizán. Asimismo, en una parte del propio palacio vivían becarios del Centro de Investigaciones Forestales". "Había unas 20 habitaciones de alumnos y cuatro de profesores, un comedor y sala de estar de profesores y un comedor de alumnos; la vivienda del director, que ocupaba una parte importante; nuestra vivienda, una gran cocina industrial, cuatro grandes despensas, una lavandería y ocho o diez baños", relata.

Cuando José Carlos Otero se casó, su mujer también empezó a trabajar en Lourizán. "Al fallecer mi madre en una operación a la que tuvo que ser sometida, la que entonces era mi mujer asumió las tareas de ama de llaves y gobernanta y, al ser convocada la plaza, accedió a ella de manera definitiva. En 1995 nos separamos y yo me vine a vivir a Pontevedra, pero ella y nuestro hijo se quedaron viviendo allí. Ella se jubiló hace solo unos años", explica.

"Primero mi madre y luego la que fue mi mujer fueron durante años las gobernantas y amas de llaves del inmueble", explica José Carlos Otero

Otero, que fue profesor de la Facultade de Ciencias da Educación y director del colegio de Campolongo, señala que "la nuestra fue la última familia que vivió en el Pazo de Lourizán" y por eso lamenta que "ahora que está cerrado, se esté deteriorando", si bien el Centro de Investigaciones Forestales continúa desarrollando en esta finca una destacada labor de reconocido prestigio.

En lo que respecta al propio palacio, si finalmente la Deputación le transfiere su titularidad a la Xunta, falta que esta se encargue de rehabilitarlo y darle una nueva vida para ponerlo en valor como se merece.

Vivencias de infancia y juventud
En esta residencia tan especial transcurrió la infancia de José Carlos Otero y sus hermanos, "un tanto solitaria y aislada, porque no podíamos traer a amigos ni teníamos vecinos". De esos años recuerda que "los suelos estaban construidos de diferentes maderas que formaban dibujos y estaban tan encerados que, para no rayarlos, nuestra madre nos hacía ir en zapatillas con unos paños en las suelas". También le viene a la mente que «los pasillos eran enormes y al caminar por ellos crujían y por la noche esos ruidos imponían», aunque no daban tanto miedo como "el desván, donde estaba la maquinaria del gran reloj de la fachada principal del palacio, o los subterráneos. Eran sitios tan lúgubres que le servían a nuestros padres para amenazarnos con encerrarnos en ellos si nos portábamos mal y, lógicamente, les funcionaba de maravilla". 

A donde no accedían nunca los niños era "al que fue despacho de Montero Ríos, ni a las salas en las que estaba el herbario del Padre Merino, o las colecciones de insectos, de maderas...". 

Un patio de juegos único 
Pero no todo era temor o prohibiciones. "Nuestro espacio de juegos era el Patio de la Fuente, jugábamos al escondite en el invernadero y en el hórreo... Era un lugar muy bonito y especial. Todavía recuerdo que había frescos en las paredes, el mobiliario, la capilla de San Francisco que inicialmente tenía de todo para celebrar misa, pero ya en nuestra época se deterioró mucho por falta de uso... Yo mismo preparé las oposiciones a Magisterio estudiando en la gran mesa de piedra que hay al lado del palacio", cuenta. "Y cuando venía alguna personalidad a Pontevedra, siempre la llevaban a conocer este enclave. Fue el caso del grupo Los Brincos o de varios deportistas". 
Además, ya en la adolescencia "era el sitio perfecto para llevar a los ligues, porque había muchos rincones en los que perderse". 

Mientras residían allí, su madre y otros trabajadores se encargaban del mantenimiento del inmueble y, a medida que fueron cumpliendo la mayoría de edad, José Carlos y sus hermanos también comenzaron a trabajar en el CIF de Lourizán. "Al cumplir los 18 años, yo empecé como bibliotecario y luego como administrativo. Estuve 15 años hasta que lo dejé cuando aprobé la oposición de Magisterio", apunta.

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