Veintiún días sin salir ni a por el pan

Siguen a rajatabla las recomendaciones del estado de alarma y este viernes cumplen tres semanas confinados en sus casas. Son algunos de los mayores de la ciudad que han trasladado sus rutinas a sus hogares. Lo peor, no poder abrazar a los suyos
Dos niños conversan con sus abuelos mediante una videollamada. CABALAR (EFE)
photo_camera Dos niños conversan con sus abuelos mediante una videollamada. CABALAR (EFE)

Pasear al sol, encontrarse con sus amigos y, sobre todo, abrazar a sus nietos. Es lo que más echan de menos muchos de los mayores que permanecen confinados en sus casas desde el inicio del estado de alarma. Tres semanas hace que se encerraron en sus viviendas y desde entonces no han vuelto a pisar la calle. "Ni siquiera para ir a comprar a el pan", dice María, una pontevedresa de 79 años que vive en el centro de la Boa Vila. Como ella, alrededor de 4.500 mayores de 65 años viven solos en el municipio. El Concello, desde la Concellería de Benestar e Servizos Sociais, se ha puesto en contacto uno por uno para conocer su situación y las posibles necesidades que tienen. "Hemos hablado con todos, y luego hemos añadido esas llamadas a otras personas que pueden estar en situación de vulnerabilidad", explicó este jueves la concejala Paloma Castro.

Información
"Pongo la tele y la radio y allí donde hay música y alegría, me quedo"

María también recibió esa llamada, aunque en su caso sus hijos y sus nietas mayores, que viven cerca de ella, se encargan de llevarle todas las semanas la compra y se aseguran de que se encuentra bien. "Se la dejamos en el felpudo, pero no la vemos", explica una de sus hijas que de vez en cuando entra a verla. Lo hace con guantes y mascarilla y limpia con un paño empapado en lejía todos los pomos de las puertas. "No me paro ni cinco minutos. Tenemos todos los cuidados del mundo", dice. De hecho, ni siquiera han querido revelar su verdadera identidad en este reportaje precisamente para proteger a su madre "de posibles timadores que buscan a sus víctimas entre los mayores".

Antes del encierro, María llevaba una vida muy activa entre las clases de gimnasia, los paseos con sus amigas y las partidas de cartas. "No salgo ni al descansillo. Ahora hago las cosas de la casa, veo un poco más la tele que antes y hablo por teléfono con mis amigas y mi familia", señala. De hecho, para sentirse más acompañada enciende los dos televisores que hay en la vivienda y la radio "y allí donde hay música o algo de alegría, me quedo".

Videollamadas
"Hace poco mis hijas me compraron otro móvil y ahora puedo hablar con mis nietos y verles"

Esta abuela de Pontevedra cuenta que lo que más extraña son los abrazos de sus nietos. "Tengo 7 y muchas ganas de verlos a todos, ahora me han regalado un móvil que hace videollamadas y así puedo verlos al menos por la pantalla", dice.

María vive sola, pero otros muchos mayores pasan el confinamiento en pareja o junto a alguno de sus hijos. Todos comparten que no han pisado la calle en ningún momento, ni para pasear al perro, bajar la basura o comprar el periódico. De eso se encargan sus hijos. Además, hacen la compra por Internet o son sus familiares los que se la hacen llegar. Tienen claro que el confinamiento es cosa de todos. "Tantos días en casa se hace difícil, pero hay que tener fuerza de voluntad para acabar con esto entre todos", dice María.


Carmen Sánchez Martínez (89)

"Lo primero que haré cuando pase todo será conocer a mi bisnieta"

Carmen Sánchez MartínezCarmen Sánchez cumplirá 90 años este año y espera celebrarlos junto a sus dos hijos, tres nietos y su bisnieta Sofía, que nació hace solo dos días y a la que todavía no conoce. "Tengo muchas ganas de verla", dice mientras pasea por el pasillo de su vivienda en el centro de Pontevedra. Como el resto de las entrevistadas, lo que más añora en el confinamiento es la cercanía de sus seres queridos.

Carmen vive sola. Recibe la visita diaria de su hija, que le lleva productos frescos y comprueba que está bien. "Es médica y cuando viene lo hace con mascarilla y guantes, se queda al menos a dos metros de distancia de mí y apenas para unos minutos", relata resginada. "Tiene que ser así".

Antes del estado de alarma, esta pontevedresa, que durante casi veinte años fue secretaria de dirección de Gestión en Montecelo, iba habitualmente al gimnasio. De hecho, es la mayor de su clase. Quedaba con algunas amigas y disfrutaba de pasear por la ciudad. "Estoy bien. Ahora como mi asistenta tampoco viene, hago las cosas de casa, veo un poco la televisión, asisto a misa por la tele...".

Carmen asegura que lleva esta situación "con mucha angustia, sobre todo por la gente que se va", pero también con la esperanza de que la situación de alarma termine pronto. "Rezo todos los días por toda la gente que está sufriendo a causa del coronavirus", dice con la voz quebrada.

"Hablo mucho por teléfono, con mis hijos, con mis amigas... Hoy me volví loca para poder hacer la comida porque he tenido seis o siete llamadas, y mientras hablo voy dando paseos por el pasillo de mi casa para hacer algo de ejercicio", añade.

Confiesa que también le gusta leer, tanto la prensa como los libros que tiene en las estantetías del salón de su casa, aunque ahora le cuesta más hacerlo "porque tengo una catarata y por el momento no me puedo operar". Y aunque le gusta estar al día de lo que va ocurriendo, procura no ver mucho las noticias "para no angustiarme porque el otro día vi que en algunos sitios a los mayores de ochenta no les hacen según qué cosas y me quedé preocupada".

Carmen no falta a la cita diaria de las ocho en el balcón para aplaudir a los profesionales de la sanidad que lo están dando todo por las personas que están enfermas. "Aquí tendremos que quedarnos", suspira. Ahora que si algo tiene claro es que lo primero que hará cuando termine el confinamiento será conocer a su bisnieta y lo segundo comprarse un móvil "de los que se pueden ver fotos y vídeos".


Margarita Feijóo (80)

"Echamos mucho de menos las comidas de los domingos"

Margarita FeijóoCumple este viernes ochenta años y veinte menos su hija mayor. Margarita Feijóo no podrá celebrar este día como le gustaría, rodeada de sus tres hijos, nueve nietos y ocho bisnietos, "tengo dos más en camino", advierte, pero sabe que cuando la crisis del coronavirus termine volverán a juntarse como siempre.

La exconcejala socialista y su marido, Roberto Rey, tampoco han pisado la calle desde que se decretó el estado de alarma. Como mucho baja al portal a por el Diario de Pontevedra, deja un ejemplar en la puerta a su vecina y luego entra de nuevo en casa. "Me lavo las manos con agua y jabón y me echo el gel también", dice.

El día a día "lo llevamos bien", cuenta. "Yo lo llevo mejor porque mi marido es médico y viendo todo esto le gustaría poder ayudar, pero ya no puede". Margarita explica que su marido, que fue durante años jefe de Radiología del Hospital Provincial, a sus 82 años sigue estudiando medicina cada día, y está atento a cuanto acontece con el coronavirus.

Ninguno sale de casa. Hacen la compra por Internet y se la llevan a domicilio. "Yo hablo por teléfono con mi familia, a veces nos hacemos videollamadas. Echamos mucho de menos las comidas de los domingos", cuenta la exoncejala pontevedresa. "También camino al menos tres cuartos de hora al día aunque sea dentro de casa y además de hacer las cosas del hogar paso el tiempo calcetando ropita para los dos bisnietos que van a venir", relata.

Por supuesto tampoco deja escapar la cita de las ocho de la tarde para salir al balcón a aplaudir al personal sanitario. "El mérito lo tienen ellos", dice. "Me da mucha pena la gente que está trabajando, que se deja la piel, los médicos, enfermeros... pero también los empleados del súper, cuando me traen la compra siempre les digo que son unas campeonas", señala una de las mujeres que el 8 de marzo de hace dos años obtuvo el reconocimiento del Concello y de sus compañeros de partido con motivo del Día de la Mujer.


Concha Ocampo (66) y Emilia (92)

"Mi madre me dice que solo me falta meterla en la lavadora"

Concha Ocampo en su casa. DPEste viernes se cumplen tres semanas desde la última vez que Concha Ocampo (66 años) salió a la calle. Lo hizo junto a su madre, Emilia, de 92 años, para ir a rehabilitación, ya que recientemente habían tenido un accidente de tráfico y se encontraban en tratamiento. Hoy pasan juntas, junto al marido de la primera, este encierro en su casa en el barrio de Campolongo. "La suerte es que justo esa temporada mi madre estaba en casa, conmigo, si llega a estar sola no sé cómo lo llevaríamos", cuenta Concha.

"Tenemos la suerte de tener una terraza y un jardín, con lo que se lleva mucho mejor", explica esta pontevedresa jubilada que trabajó durante años en una entidad bancaria de la ciudad. "Esta situación me da más miedo y ansiedad por mi madre, que va a cumplir 93 años", señala. "En casa tomamos todas las precauciones, yo limpio todo con lejía o vinagre, e incluso usamos la máquina de limpiar piedra del jardín para desinfectar todo. Mi madre ya me dice que solo me falta meterla a ella en la lavadora", añade entre risas.

Concha no sale de casa ni siquiera para ir a la compra. De eso se ocupa su marido, relata, "porque yo tengo más riesgo y además saldría con mucho miedo. Yo paso todo el tiempo con mi madre y me preocupa que pudiera llegar a contagiarse".

En casa tratan de hacer ejercicio "subimos y bajamos escaleras" y mantenerse ocupados con las tareas del jardín. "Cuando hace sol procuramos salir un poco fuera. Lo que peor llevo es no poder estar con mi nieta, de once años", dice Concha. "Antes comía conmigo todos los días, ahora me llama todos los días y me pregunta: Abuela, ¿ya puedo ir a tu casa?", lamenta.

Mientras, su madre da pequeños paseos por la casa y habla por teléfono con el resto de la familia. "Llevamos 21 días, y no sabemos lo que va a durar esto, pero lo importante es que todos estemos bien. Esto te cambia la forma de ver las cosas", concluye Concha.


Carmen Blanca (84)

"No me pierdo el aplauso de las 20.00"

Carmen Blanca haciendo ganchillo en su casa de Marín. MBUno de los mejores momentos del día para Carmen Blanca es cuando llegan las ocho de la tarde y sale a la ventana de su casa. Es el reencuentro con los vecinos, aunque solo se saludan con la mano "porque la calle es ancha y quedamos lejos", pero siempre hay alguno que se anima a cantar o pone música y es un momento alegre.

Esta marinense de 84 años de edad cumple 21 días sin salir de casa. Vive junto a sus dos hijos aunque procuran estar poco juntos porque ellos salen a trabajar fuera de casa. Ellos se encargan de hacer la compra.

Lo peor, dice, es tener a los nietos lejos. "No podemos vernos, claro. Tengo un nieto de nueve años que es la alegría de la casa, nos dicen que es mejor así y yo prefiero aguantar y sufrir sin verle, que ponernos en riesgo. Ya vendrán tiempos mejores", dice al otro lado del teléfono.

 Nunca en mi vida viví nada parecido –explica– ninguna situación se parece a esta. Hubo épocas muy complicadas en el pasado, como lo del 36. Mi padre era maestro y le quitaron la escuela, pero de todo aquello tengo un vago recuerdo".

Carmen dedica varias horas del día a una de sus aficiones, hacer ganchillo, la televisión le hace compañía y sigue las noticias aunque confiesa hacerlo mucho menos que al principio del estaod de alarma. "Procuro no verlas mucho porque me deprimo, porque veo que no hay mejoría y hay muchas personas enfermas", cuenta.

Concienciada con la situación, hace un llamamiento a la gente para que haga caso a las autoridades y se queden en su casa. "No es una situación fácil para nadie, pero tenemos que hacerlo, tenemos quedarnos en casa porque si no esto no se va a terminar nunca".

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