La vida tras los muros de Santa Clara

La aquisición del convento por parte del Concello abre una nueva puerta a la historia de la Boa Vila que permitiá conocer la evolución arquitectónica del monasterio, su papel en la economía de la ciudad y la realidad de las mujeres que lo habitaron 

Cruzar el portón de Santa Clara supone adentrarse en un espacio que ha permanecido cerrado a la ciudadanía durante ocho siglos. "Non é un monumento máis", advierte la guía al comienzo de la visita. Recorrerlo implica escuchar el silencio que acompañó al convento desde su fundación en el año 1.271.

Fuera llueve. La piedra es fría y la humedad se siente en los pies y las manos. Huele a cerrado, la madera del suelo cruje y las paredes supuran.

Nada más adentrarse en el convento de Santa Clara y subir los diez escalones de la portería, uno puede reconocer en la pared el torno en el que durante décadas la ciudadanía ha dejado huevos para pedir que la congregación rezase por un día de sol.

Privilegios: Adermás, el convento de Santa Clara gozó durante siglos de privilegios reales que le eximían del pago de grandes tributos y del conocido como 'yantar real' 

El hueco es lo suficientemente pequeño para que no quepa una persona y no exista contacto físico a uno y otro lado de la pared. En todos los puntos del convento que tienen conexión con el exterior se ha instalado un torno similar o unas verjas dobles pensadas para evitar huidas, explican los guías, "que nin cheguen a tocarse". Es el caso del cajón que se encuentra en la pared del fondo de la iglesia y por donde las clarisas entregaban a los curas sus ropajes.

"Nos colábamos por un cajón enorme que había debajo del torno donde se pasaba la ropa que ellas planchaban, almidonaban y bordaban para ver si averiguábamos algo", recordaba el que fuera hijo del sacristán y la mandadera del convento, el pontevedrés Tino Piay, que vivían en la casa anexa al mismo, en un artículo publicado el 18 de mayo en este periódico.

La curiosidad de aquel niño al que asustaban aquellos hábitos completamente cerrados, le costó algunas bofetadas entonces. Y es que el misterio siempre rodeó la vida monacal.

La compra del convento por parte del Concello de Pontevedra por 3,2 millones de euros permitirá no solo incorporar el cenobio al patrimonio municipal, sino además abrir una nueva puerta a la historia de la Boa Vila. 

"Poderemos estudar a evolución da construción do convento e esta permitirá coñecer a historia da comunidade das clarisas, que está en consonancia coa súa posición económica e social en Pontevedra", explica Leo González, guía de la empresa Trivium.

Salón del coro: policromado y de gran belleza requería al menos de dos monjas para que sonase 

Clausura. "Déjalo todo y lo hallarás todo. La llevaré a la soledad y te hablaré al corazón. Toma tu cruz y sígueme" son las frases inscritas sobre la puerta de acceso al convento.

Las visitas que proyecta el Concello dan una primera pista de cómo pudo ser el día a día de las inquilinas del conjunto monumental. Entre la oración y las labores como la costura o la elaboración de mermelada de manzana entre otros, en las décadas más recientes y mientras las vocaciones garantizaban la continuidad de la congregación.

"Na sala de costura pasaban bastante tempo porque tiña uns ventanais que permitían que entrara o sol", señala el guía.

En los últimos años solo tres religiosas habitaban los rincones de Santa Clara, aunque hubo momentos en los que se contabilizaron hasta 53. En los años sesenta, recuerda Piay, se hacían grandes selecciones entre las aspirantes que optaban a una vida de recogimiento y austeridad.

Entonces se les despojaba de todas sus pertenencias como signo de renuncia y se les rapaba el pelo al cero. Recuerda Piay que caminaban con chanclas abiertas elaboradas por ellas mismas y sin calcetines.

Cuando todos callan no se siente nada de fuera, las paredes de piedra de ocho metros de alto lo impiden. Verjas, muros y tornos descartaban cualquier contacto entre las mujeres que habitaron el convento y el exterior.

Las verjas que cierran las pequeñas ventanas y que se observan desde los jardines revelan dónde están las celdas donde durante siglos durmieron las clarisas. Son signos de la clausura de quienes entregaban su vida a la oración. También la pequeña puerta en la verja tras la que escuchaban la misa -crate férrea- por donde recibían la comunión.

"A visión da clausura desde o noso punto de vista actual parece terrible, pero entre os séculos XVI e XVIII era unha saída bastante digna para as mulleres das clases altas", subraya Emma Gutiérrez, otra de las guías de la visita que recuerda que las únicas opciones que tenían aquellas mujeres eran el matrimonio, entendido como una vía para ascender socialmente o un pacto en el que ellas eran moneda de cambio o la clausura en un convento.

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"Aquí tiñan un mundo propio no que elas se organizaban e doutra maneira podías ter unha vida cun matrimonio que nin querías. Aquí, as descendentes de familia nobre tiñan bastante liberdade que doutra maneira non podía ser", subraya Emma Gutiérrez.

Además, el convento de Santa Clara gozó durante siglos de privilegios reales que le eximían del pago de grandes tributos y del conocido como 'yantar real'. Esta era la obligación que tenían las distintas órdenes de recibir y dar de comer al rey y todo su séquito cuando visitaban el lugar. Además, en tiempos de conflictos bélicos entre distintos reinos, la orden podía escoger a veinte hombres de la villa que les ayudaban en las tareas de mantenimiento del convento.

Recorrido. De la iglesia al coro, la sala de oraciones o el claustro. Durante el recorrido por algunas de las estancias de Santa Clara, los guías relatan que la vida en el convento solía ser una reproducción no exacta de lo que ocurría en el exterior.

También existían clases. La abadesa y la vicaria y las archiveras ocupaban los lugares principales en la sala de oración, después se situaban las monjas del coro y finalmente, las prodecentes de familias menos pudientes que eran las criadas. Esta diferencia se suprimiría a partir del Concilio Vaticano II.

En uno de los pasillos se puede observar una pequeña puerta con tres cerrojos. Era el archivo del convento donde se guardaban los documentos que recogían los privilegios y otros objetos de valor. Se cerraba con tres llaves, una de las cuales portaba siempre la abadesa, las otras dos las tenían dos monjas diferentes, de manera que el archivo nunca se podía abrir si no estaban las tres juntas.

En el salón del coro, en el que solo permanece la sillería, llama la atención un gran órgano ibérico -con tubos verticales y horizontales- policromado y de gran belleza que requería al menos de dos monjas para que sonase. Faltan de cada una de las estancias los crucifijos, los cuatro retablos de la iglesia y elementos ornamentales que la orden se llevó con ella tras dejar el convento, en 2017.

La visita guiada descubre una parte más moderna en la que se ha instalado ascensor, se han cambiado los suelos y las puertas, para comodidad de las pocas monjas -de avanzada edad- que quedaban y que ya solo utilizaban las instalaciones más próximas a la sala de oraciones a donde acudían a rezar varias veces al día.

Los jardines del convento: un bosque en el corazón de la ciudad

Los jardines del convento: un bosque en el corazón de la ciudad 

Desde la terraza del claustro, se puede contemplar los jardines de Santa Clara. Alrededor de los muros que separan el cenobio de la Boa Vila asoman edificios que lo rodean desde la plaza de Barcelos y la calle Perfecto Feijóo.

Las voces y las risas de los niños que juegan en la plaza también llegan a los jardines que custodian el monasterio y en muchas ocasiones los balones de fútbol también caían en el conocido como el bosque de Santa Clara.

Algunos aún duermen en las bodegas. Enormes muros de hasta ocho metros de alto separan la vida de la ciudad de la tranquilidad de la finca de 12.000 metros cuadrados del convento. Los jardines albergan también tesoros históricos que ahora verán la luz, como la fuente de la huerta, situada frente al claustro del convento, que data del siglo XVIII.

La pieza estaba coronada por una imagen de Santa Clara; el pozo de agua, junto a la capilla del bosque con una imagen de la virgen policromada. Castaños, manzanos, olivos o naranjos son algunas de las especies que se alzan en este espacio verde, así como algunas cepas centenarias. Las clarisas elaboraron su propio vino durante décadas.

Siguiendo el camino de los jardines se llega a la bodega del cenobio, que cuenta con su propio lagar para hacer el vino, y que hoy en día conserva hasta nueve barriles de distinto tamaño. Además de la huerta de las clarisas y el bosque, en un ala del jardín reposa un pequeño cementerio. Se reconocen hasta 15 lápidas sin nombre. Bajo tierra descansan los restos de más de sesenta monjas que habitaron el convento en su día.

Una historia con muchas incógnitas 
La iglesia de Santa Clara data del siglo XIV pero se desconoce cuántas ampliaciones ha sufrido a lo largo de su historia. El coro se añadió más tarde, en el sigloXVII y el claustro es posterior. Estudios sobre la época moderna del complejo monacal concluyen que el 51% de los gastos del convento son asignaciones de las monjas. En tiempos de esplendor llega a haber 70.000 clarisas en toda Europa.

El trigo era el cereal básico con el que recaudaban las rentas entre los siglos XVI y XVIII. Visitas Las puertas de Santa Clara volverán a abrirse los días 18 y 19 para que la ciudadanía pueda visitar los jardines, sin cita. En enero habrá visitas regulares, con guía. Incripciones en: santaclarapontevedra.gal.

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