Zambullirse en baños de historia, una excelente alternativa al sol y la playa

La zona monumental de Pontevedra es la principal elección de los visitantes para conocer un poco mejor el origen de la ciudad y sus principales atractivos etnográficos y culturales
Estatua en honor a Ravachol. GONZALO GARCÍA
photo_camera Estatua en honor a Ravachol. GONZALO GARCÍA

El verano llegó hace ya más de un mes a las Rías Baixas, pero sus días aquí -aunque este año esté siendo más excepción que norma- no siempre están envueltos en los rayos del sol y las altas temperaturas propias de la estación. No todas las tardes sirven para ponerse morenos y, en muchas noches, la cerveza fría se toma solo por gusto y no también por necesidad. Pontevedra, claro, no es una excepción. 

Sin embargo, en la ciudad siempre hay planes alternativos para esos días en los que no puedes bañarte en la ría ni ducharte con las nubes. Hoy, con su centro histórico como protagonista, venimos a contaros una serie de historias que se esconden tras algunos de sus monumentos y que, pese al valor arquitectónico que estos ya tienen por sí mismos, podrían servir para verlos desde otra óptica. Una más curiosa, la de sus -posibles- porqués. Una que sirva para que los días de niebla en verano se nos hagan menos grises.

La primera de estas historias se da en la Praza do Teucro. A veces, y este es un pecado que incluso cometemos más los nativos que los visitantes, tendemos a conocer al dedillo el nombre de todas nuestras calles y no el porqué de estos. Teucro, quizás para algunos, pueda ser un buen ejemplo de ello. 

El hombre que también bautiza al equipo de balonmano de la ciudad, se cuenta, fue un arquero griego que incluso, según algunas lenguas, llegó a estar dentro del Caballo de Troya en tiempos de guerra. La mitología griega lo emparenta como descendiente directo del Rey Telamón y hermano de Ayax el Grande. 

Algunas lenguas aseguran que Teucro, mitológico arquero griego fundador de la ciudad, llegó a estar dentro del caballo de Troya

Y su relación con la ciudad no es menos legendaria: en la obra de Claudio González Zúñiga, médico, historiador y alcalde de Pontevedra, se señala al arquero como fundador de la capital de provincia. Lo hizo, cómo no, llegando a la ría tras una larga odisea, una actividad muy propia en los griegos de la época. 

Fundador o no, el guerrero griego bien puede presumir desde quién sabe dónde de tener una maravillosa plaza a su nombre, rodeada de una gran riqueza heráldica propia de los siglos XVII y XVIII. Y también de un equipo de balonmano, claro.

El siguiente alto en el camino de hoy nos lleva, no muy lejos de la plaza, a la Casa das Campás, una de las más antiguas de la ciudad. Nacida en el siglo XV y reconvertida actualmente en la sede del Vicerrectorado de Vigo, su fachada de arcos góticos y sus dos labras heráldicas no son lo único que encierra esta histórica construcción. 

La casa también esconde el rumor de ser el refugio del pirata pontevedrés Benito Soto, en quien dicen que se inspiró Espronceda para su famoso poema sobre tan llamativo oficio. El bucanero, capitán del Burla Negra, fue ejecutado en 1830 por las autoridades británicas en Gibraltar; cuando a sus -no tan- tiernos veintinco años de edad se dice que contaba tras sus espaldas con 75 asesinatos y diez asaltos a otros navíos. Una historia, mucho más extensa que estas líneas, que sin duda podría haber acabado en superproducción de llegar a las manos de Hollywood. 

La última parada de esta nubosa tarde, que no por ello menos interesante, tiene lugar en el monumento al Loro Ravachol, quien protagoniza el divertido relato que se esconde tras su estatua. El alado, cuya fecha de defunción se usa como efeméride para cerrar la semana de Carnaval en la ciudad,  perteneció al farmacéutico Perfecto Feijo y se convirtió en un símbolo de la ciudad por su desenfrenada verborrea. 

Fue este singular carácter, y frases tan célebres como "se collo a vara" o "aquí non se fía", las que le valieron su conocido nombre: inspirado en el anarquista francés François Ravachol. Quién sabe si, aguzando bien el oído, su estatua aún nos pueda trasladar el eco de una de esas citas con las que tanto amenizó los albores del siglo XX. Y con las que, según dicen, acabó por convertirse en el loro más famoso del mundo.

Estos tres relatos, algunos con bases más fehacientes que otros, son solo una pequeña muestra de todas las historias que se ocultan tras los monumentos del casco histórico de la ciudad. Relatos cuya miga da para mucho más pan que el de estos renglones y que, tanto en la escrita como sobre todo en la tradición oral, siguen perviviendo pese al paso de los años. Y qué mejor que en una tarde nublada.

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