El camino del cangrejo por la historia

Debemos la primera referencia al cáncer a los egipcios y su denominación, a los griegos. Los avances de la industria textil y la militar fueron claves para los tratamientos oncológicos

Gordon Isaacs, ante el acelerador. EP
photo_camera Gordon Isaacs, ante el acelerador. EP

No se sabe si lo compró o si lo robó, ni si era un verdadero especialista o un fino falsificador, pero el egiptólogo autodidacta Edwin Smith ha pasado a la historia bautizando un papiro con el que se hizo en 1862 en Luxor y en el que aparece la primera referencia al cáncer de la historia.

Se cree que contiene una recopilación de las enseñanzas de Imhotep, médico egipcio que vivió en torno a 2625 antes de Cristo, e incluye la descripción de 48 casos, 48 historias clínicas de fracturas y heridas. Entre ellas, la de un cáncer de mama, lo que da en llamar "un caso de masas abultadas". Para todos propone un tratamiento, bálsamos para quemaduras o leche derramada en los oídos de los pacientes neuroquirúrgicos, pero en ese, llegado al apartado titulado ‘Cura’, escribe: "No hay ninguna".

Para que el cáncer tuviera un nombre, sin embargo, fue preciso esperar a los griegos. Fue Hipócrates, el mismo que bautiza el juramento que hacen los médicos antes de comenzar a ejercer, el que le dio nombre: ‘karkinos’, cangrejo en griego, porque creía que el tumor, con los vasos sanguíneos inflamados a su alrededor se parecía a ese crustáceo, enterrado en la arena y con las patas en círculo. Sin embargo, a lo que Hipócrates llamó cáncer no es a lo que ahora se llama cáncer. Cangrejo era para él los tumores grandes, sólidos y visibles, como algunos de mama o cuello, y con independencia de si eran benignos o no. Un forúnculo o un ganglio inflamado recibía el mismo nombre.

Igualmente, de los griegos nos llega la palabra ‘onkos’, que da nombre a la especialidad que trata el cáncer, la oncología. ‘Onkos’ era una forma de denominar a algunos tumores porque significaba masa, carga o peso y así se concebía un cáncer, como un peso que debe cargar el cuerpo. Frente al lacónico reconocimiento de Imhotep de que no había nada que hacer ante la presencia de un tumor, un griego, Heródoto, describe en sus Historias, escritas en el 440 a.C., cómo la reina de Persia se encontró un bulto sangrante en el pecho, que le fue extirpado. Fue una cirugía exitosa y el historiador cuenta que Atosa sobrevivió.

Un bebé de siete meses con retinoblastoma fue el primer paciente en el que se probó un acelerador lineal de radioterapia

Si bien la cirugía se aplicó a los tumores accesibles y superficiales durante siglos, para encontrar otra forma de curar el cáncer sería preciso esperar mucho tiempo. Primero, para entender cómo funcionaba la enfermedad; después para conseguir que un fármaco atacase las células que crecían demasiado rápido sin arrasar con las demás. Para eso fueron fundamentales los avances en dos industrias: la textil y la bélica.

La primera fue tan boyante en Europa a finales del XIX y principios del XX que propició la formación de centenares de químicos, movidos por el negocio de crear nuevos tintes. Fue Paul Elrich, un joven químico alemán el que, buscando nuevos colorantes consiguió la especificidad molecular en una tintura, que discriminaba compuestos químicos en las células, uniéndose a unos y a otros no. Ocurría en 1915.

Dos años más tarde, la pequeña ciudad belga de Ypres fue bombardeada con proyectiles que contenían un líquido. Enseguida produjeron un hedor insoportable, un tufo a rábanos picantes, a una especie de mostaza, que provocó tos y estornudos primero, enseguida ceguera y finalmente quemaduras y muerte a dos mil soldados en una noche. En 1919, dos patólogos estadounidenses Edward y Helen Krumbhaar revisaron los casos de los supervivientes y detectaron que tenían la médula ósea arrasada, con un bajo recuento de glóbulos blancos. El gas mostaza era, a la vez, un veneno y un fármaco con afinidad específica, tal y como se recuerda en El emperador de todos los males, que se dirigía a la médula ósea en concreto y eliminaba solo un tipo de células. Nacía así la base para la quimioterapia.

La radioterapia, por su parte, nacería a mediados del siglo XX. Se considera a Gordon Isaacs, un bebé estadounidense diagnosticado con retinoblastoma (un tipo de tumor que afecta al tejido del ojo) su primer paciente. Una intervención le dejaría ciego y Henry Kaplan, pionero de la radiobiología, propuso utilizar un acelerador lineal, que se dirigiría al tumor sin dañar el tejido sano que lo rodeaba. Fue la primera vez que se utilizó en un paciente real.

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