El cine, con franqueza

Inmediatamente al otro lado de la puerta que despide Galicia descansa Villafranca, sede del festival de fin de semana Cinefranca. Las que aquí se relatan son las aventuras y digresiones -parciales y viciadas-, de un espectador en visita fugaz a su última edición

TODAVÍA conserva la entrada de El corazón verde en el bolsillo de la cazadora. El viaje no era largo, pero el temporal y la drástica bajada de la temperatura anunciada en los boletines prometían algún que otro imponderable. A medio camino la nevada había sepultado lo que aún restaba en mi imaginación del verde ansiado. El fascinante poder de la nieve para embellecer cualquier estampa me recordó a una presentadora de televisión muy dicharachera. Hace años estuvo de baja por maternidad. Al regresar a su puesto de trabajo había perdido completamente su facundia y, lo que es peor, el interés por sus invitados y sus conversaciones. Se la traían tan al pairo que a menudo su mirada se quedaba suspendida en la nada, con esa vaguedad del jugador suplente a punto de ingresar en el terreno de juego cuando su entrenador le llama a su vera e intenta aleccionarle con un sinfín de instrucciones de las que hará caso omiso. El jugador jamás mira a la cara a su entrenador en esa situación: todos sus sentidos ya están dentro del campo, por mucho que asienta de forma mecánica a las apremiantes indicaciones. Por motivos que prefiero reservarme, unas lágrimas quisieron descolgarse por mi rostro, aunque no eran desalentadoras —si es que asumir una derrota puede reportarnos algún tipo de felicidad—.

Villafranca me recibió con paz y sándalo, pero con el tiempo justo para intercambiar un par de saludos y ocupar una butaca. Me aguardaba un incontestable Walter Matthau dirigido por Elaine May, también actriz principal del elenco. La presentadora del film, que, como es costumbre en Cinefranca, visionamos en versión original, hizo hincapié en la particularidad de un largometraje dirigido por una mujer en aquel ya vetusto 1971. El personaje encarnado por la polifacética May tiene un algo, tanto por analogía como por divergencia, con el que interpreta Isabella Rei en La tontita, rodada tres años antes en Italia y protagonizada por Ugo Tognazzi. Supongo que la simetría podría compararse con la que se experimenta al escuchar una misma melodía con armonías diferentes. Y, ya que hablamos de melodías, fue toda una sorpresa escuchar en pleno desarrollo de la trama a Matthau silbando —si no me equivoco— una parte de la Gimnopédie nº 1 de Satie. Se pregunta ahora uno si esa melodía estaba en el guión o el actor tuvo la libertad de escoger una de su agrado. Esos son los grandes misterios del celuloide que nadie se ocupará de resolver.

Hurgando en la memoria de las películas dirigidas recientemente por mujeres no puedo pasar por alto Un amor de juventud (2011) de Mia Hansen-Love y protagonizada por una conmovedora —y aquí el término se emplea de forma precisa— Lola Creton, una actriz que ya ha ganado el cielo con creces. Idénticos parabienes merece Claudia Llosa por la dirección de Madeinusa y La teta asustada, dos cantos sublimes. Lamentablemente no puedo opinar lo mismo de No llores, vuela, su tercer largometraje, una demostración de que ni el concurso de actores con mayor renombre, ni una historia a priori sugerente, son garantía alguna. Tampoco me dejó buen sabor de boca, sino todo lo contrario, El club de la lucha, la película con la que se abría la sesión de tarde en Villafranca. Es difícil comprender cómo puede emplearse tanto dinero en un despropósito semejante. Como buen cascarrabias salí de la sala pensando que una gran parte de la sociedad norteamericana está enferma. Pero esta vez no me sentí sólo como cuando, ante una aplastante mayoría de comensales degustando con alegría el botillo característico de la zona, pedí un pescado a la plancha. Me explico. El público de tan singular festival aplaude al finalizar la proyección, una sana costumbre que debería recuperarse y que, de alguna forma, sirve de termómetro para sondear la acogida de una obra. Por desgracia estamos ya demasiado familiarizados con esas risas enlatadas de las series televisivas que nos indican cuándo debemos reírnos, y que confirman la grave manipulación a la que nos vemos expuestos. Los aplausos que suscitó El club de la lucha fueron mucho más tímidos y febles que los registrados por El corazón verde. Estas cosas pasan, por fortuna, en espacios en los que, supongo, la elección de las películas es tan democrática como plural el gusto del respetable. El viaje de vuelta: coser y cantar.

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