"Era y soy ludópata"

Durante 25 años Paco mintió y se endeudó por culpa del juego. Estuvo a punto de perderlo todo. Desde hace dos años y medio, gracias al grupo de autoayuda Galup y a su mujer, Carmela, es otra persona

Un jugador en una máquina tragaperras. BEA CÍSCAR. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Un jugador en una máquina tragaperras. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

Un "mentiroso", un "machista", un "puto cabrón". Paco no se anda con rodeos. Así era él hace poco más de dos años y medio y con la tranquilidad —y también la cautela— que le da empezar a ver la luz al final del túnel, lo reconoce. "Ahora todos me dicen que parezco otra persona", cuenta con orgullo este marinense de 49 años a quien no le importa aparecer en este reportaje con su nombre real, Francisco Acuña. "Era y soy ludópata. Los que me conocen lo saben", afirma. A su lado, su mujer, Carmela Piñeiro, asiente. Como ocurre con otras adicciones, ella fue la que sufrió la peor parte y la que, después de "25 años de desastres", lo llevó, "obligado", a las puertas de Galup (Grupo de Autoayuda Ludopatía Pontevedrés), con sede en Poio, y lo acompaña cada miércoles a las terapias. "Sin ella estaría tirado, sin trabajo y en la puta calle porque hasta me quitaban la casa", admite Paco con la franqueza que le caracteriza.

Su adicción al juego, principalmente a las máquinas tragaperras aunque también al bingo y toda clase de loterías, comenzó hace mucho tiempo. "Cuando me casé, con 19 años, ya estaba metido, pero siempre me controlaba", recuerda. Y es que con 12 años Paco, panadero de profesión, estaba trabajando, por lo que dispuso de dinero desde muy joven. "Primero se lo daba a mis padres y no me importaba porque era un niño, pero con 16 años, cuando empecé a querer salir, les entregaba solo una parte y la otra me la quedaba yo —rememora—. Una vez, en una de aquellas máquinas pequeñas que había en los bares encima del mostrador, mi compañero y yo, metiendo, metiendo, dejamos 4.000 pesetas y casi arrancamos la máquina". Lo que empezó como una diversión pronto se convirtió en un problema y durante el servicio militar en la Marina, destinado como panadero en Cádiz, llegó a "jugarse" todo el dinero que cobró tras perder varios dedos en un accidente.

Estando en la mili Paco se casó con Carmela y cuando regresó a Marín su adicción al juego no hizo otra cosa que aumentar. "Empecé a meter y a meter. A veces ya perdía la noción del tiempo. Mi mujer me mandaba al banco y lo gastaba todo, hasta 80.000 pesetas de aquella. Y después le decía que había dejado la libreta en el banco porque no la habían podido pasar. Así hasta que me pillaron", relata Paco. La que lo pilló, cómo no, fue Carmela, que entonces le dio un ultimátum: "O dejaba eso o cada uno por su lado". Paco aceptó y acató las normas que le impuso su esposa: ella iría a cobrar a la empresa e incluso le compraría el tabaco y él dispondría de 300 euros al mes para sus gastos.

"Llegué a cobrar 3.000 euros, Le daba 1.500 a mi mujer y el resto lo quemaba en diez días"

Aunque los 300 euros le volaban del bolsillo, así fueron tirando hasta que, hace aproximadamente diez años, Paco tuvo que hacerse cargo de las labores de reparto en su empresa, lo que supuso tener acceso a grandes cantidades de dinero en efectivo. Fue su perdición. "Cuando me daban el dinero ya estaba deseando ir al bar", asegura Paco. "Empezó a deberle dinero a la empresa, a la gente... Y todo eran mentiras —cuenta Carmela—. Tenía que pagar deudas y a mí me decía que el jefe no le pagaba". «Y si iba al taller y la reparación del coche me valía 300 euros, a ella le decía que eran 1.000 -apunta Paco-. Yo llegué a cobrar 3.000 euros al mes porque trabajaba de noche y de día, de panadero y de albañil, pero le daba a ella 1.500 euros y los otros los quemaba en diez días. Al final, como le decía que nunca cobraba, ella no me dejó seguir trabajando de albañil".

Sus mentiras llegaron incluso a una entidad bancaria, donde dijo que se había separado de su esposa para poder abrir una cuenta y solicitar un préstamo personal de 3.000 euros solo a su nombre. "Después me dieron una tarjeta Visa y también gasté todo el crédito disponible. Hice auténticas ‘vaqueradas’", reconoce Paco, que, para saldar todas las deudas que fue acumulando, pidió un crédito de 20.000 eurosal que ahora él y su esposa están haciendo frente.

Pero sus mentiras y las "barbaridades" que cometió a causa del juego no solo tenían el color del dinero, sino que Paco llegó a desatender a su familia. "Una vez me olvidé de recoger a mi hijo en Pontevedra. Estuvo sentado en la acera con la profesora esperando a que lo fuera a buscar y yo no me acordé hasta que me llamó ella —cuenta Paco con pesar—. Y cuando mi mujer estaba dando a luz a la niña, yo andaba por ahí... Fui al hospital, pregunté qué tal y me marché. Hice cada una... Llegué a agarrar a mi hijo del pecho y lo puse contra la pared porque yo consideraba que trabajaba y llevaba dinero a casa y que quienes me gorroneaban eran ellos.Tenía mi vicio y le echaba la culpa a los demás", admite Paco. "Una noche mi mujer tuvo que ir al hospital por un ataque de ansiedad", añade.

"Aunque ganara el premio grande me daba igual. Volvía a entrar todo en la máquina"

Aún a día de hoy, Paco no sabe explicar qué sentía cuando jugaba. "En ese momento no piensas en nada, ni en la familia, ni en que va a hacer y apoyarlo al cien por cien. Tiene que luchar y ser dura. No puedes ceder", subraya. Paco lo confirma y aunque recalca que él no da consejos, sí que tiene palabras para los que estén pasando por una situación similar: "Cualquier persona que se quiera rehabilitar tiene que tener mucha voluntad y no mezclar los problemas. Yo tuve que aprender a hacerlo porque cuando tenía un problema con la familia o en el trabajo me refugiaba en la máquina, ahora los soluciono hablando". Además de voluntad, Paco sabe que hay que tener paciencia y que la lucha no termina nunca. "Yo creo que si no voy a Galup vuelvo a caer. Hay gente que dice que al trabajar pierde la ansiedad, que están más entretenidos y se les olvida el juego, pero es mentira. Yo trabajo 20 horas y me levanto con la máquina metida. Aún a día de hoy, cuando tengo un pequeño problema me levanto con ansiedad. Por eso, para no caer, tengo que seguir yendo a Galup. Me hace falta", concluye. que te vean...Solo pensaba en jugar y jugaba hasta que se acababa. Aunque le sacara el premio grande a la máquina a mí me daba igual. Volvía a entrar todo para dentro, si no era en esa máquina era en otra. Mi cabeza me llevaba ahí. No sé explicarlo. Antes entrábamos a la una y media de la mañana y a veces yo me levantaba a las 12.30 para ir al bar a meter a la máquina.Me levantaba con una ansiedad negra y no me digas por qué", explica.

GALUP. Así las cosas, hace dos años y medio Carmela dijo basta y fue a su médico de cabecera a consultar el problema de su marido. Pensaba que un psicólogo podía ser la solución, pero el médico los derivó al psiquiatra. Aunque no sin esfuerzo, Paco aceptó ir. "Entré con él y menos mal porque ya empezó a contarle mentiras", señala Carmela. Finalmente, la psiquiatra les aconsejó ir a Galup. "La primera vez que fui, al escuchar las historias pensé que había gente que estaba peor que yo —recuerda Paco—. El primer día no dije nada. El segundo día, Javier (González, uno de los responsables de la entidad junto con Eloy Martínez) empezó a querer hablar conmigo, pero yo tengo un temperamento muy grande y tomaba todo a cachondeo. Hasta me echaron dos veces. Ahora reconozco que el problema era grave. Veo a entrar a gente nueva y digo ‘así era yo’".

Además de asistir a las terapias semanales, siempre acompañado por su esposa, Paco tuvo que acostumbrarse a llevar tan solo cinco euros en el bolsillo y a presentarle a Carmela todos los tickets para demostrar en qué los había invertido. "Todo el dinero que pasa por sus manos tiene que estar controlado —recalca Carmela—. En Galup al principio nos dicen que cuanto menos dinero lleven mejor y que después le vayamos dando según la economía y la confianza. A él al principio lo de los tickets le costó, pero ahora lo lleva bien". "Fue duro —interviene Paco—, porque no es fácil adaptarse a cinco euros después de llevar 300 en el bolsillo, pero ahora hasta llevo dinero de vuelta a casa. En un año nos ahorramos cinco o seis mil euros".

Aunque al principio Carmela derramó muchas lágrimas en las terapias, ahora también van disminuyendo, pero lo que se mantiene es su fuerza. "La que quiera que su marido o su hijo salga tiene que ser muy consciente de lo que va a hacer y apoyarlo al cien por cien. Tiene que luchar y ser dura. No puedes ceder", subraya. Paco lo confirma y aunque recalca que él no da consejos, sí que tiene palabras para los que estén pasando por una situación similar: "Cualquier persona que se quiera rehabilitar tiene que tener mucha voluntad y no mezclar los problemas. Yo tuve que aprender a hacerlo porque cuando tenía un problema con la familia o en el trabajo me refugiaba en la máquina, ahora los soluciono hablando". Además de voluntad, Paco sabe que hay que tener paciencia y que la lucha no termina nunca. "Yo creo que si no voy a Galup vuelvo a caer. Hay gente que dice que al trabajar pierde la ansiedad, que están más entretenidos y se les olvida el juego, pero es mentira. Yo trabajo 20 horas y me levanto con la máquina metida. Aún a día de hoy, cuando tengo un pequeño problema me levanto con ansiedad. Por eso, para no caer, tengo que seguir yendo a Galup. Me hace falta", concluye.

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