Halloween o cómo reírse del miedo

Nunca una ingesta controlada de pánico fue tan divertida. ¿Por qué la noche de las brujas tiene tanto éxito? ¿Qué pasa cuando el susto y la carcajada van de la mano? Efe revela estos y otros misterios con la ayuda de los expertos.

Músculos en tensión, respiración entrecortada, ríos de sudor, pulso acelerado... El cuerpo humano se prepara para afrontar una noche no apta para corazones delicados, una fiesta importada de Estados Unidos, aunque de origen antiquísimo y europeo.

Para el psicoterapeuta Luis Muiño, Halloween está ya perfectamente integrado en la sociedad española. «No es una imposición de la cultura anglosajona. Son los propios niños -y no tan niños- los que te piden celebrarlo porque se lo pasan fenomenal. Apetece disfrazarse».

Y apetece pasar miedo. El susto activa una «respuesta del sistema nervioso ante una amenaza», precisa Jerónimo Saiz, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Alcalá y presidente de la fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental.

Al entrar en un estado de alerta activamos el «pensamiento divergente» que estimula la creatividad y nos permite asociar unos hechos con otros, añade Muiño.

«Vemos cosas más allá de la realidad, intentamos buscar conclusiones a partir de los pocos datos que tenemos», matiza. Esto quizá explica por qué a veces sentimos temor no solo por lo que está ocurriendo sino por lo que creemos que puede llegar a pasar, tal y como sugiere el doctor Saiz.

La oscuridad puede ser el trampolín de la imaginación. ¿Quién no ha pensado alguna vez que un psicópata está escondido detrás de las cortinas en plena noche? ¿Y qué hay del monstruo que nos acecha debajo de la cama? Pero el miedo irracional también puede ser divertido ...

Sobre todo, en la noche de los difuntos, la ocasión perfecta para liberar adrenalina y reírse a carcajadas después de cada susto. El pasaje del terror excita y estresa, pero tiene una gran ventaja: «No es real, lo que conlleva una sensación de control que puede reducir la ansiedad», señala Saiz.

«La película de miedo se acaba y la fiesta de Halloween también», agrega el psiquiatra. Hay margen de sobra para pasar «del pánico a lo cómico» sin tener que lamentarse.

En este sentido, Muiño se refiere al popular festejo como la caja mágica del pánico, «en la que entras y sales indemne habiendo pasado un poquito de miedo». O dicho de otra manera: asistimos a una «ingesta controlada de terror» que permite que la situación no se nos vaya de las manos.

Hay personas que generan mucho cortisol entendido como «la hormona que desasosiega», por lo que «no les compensa la adrenalina que liberan a cambio de todo el miedo que pasan», explica el psicoterapeuta.

Por el contrario, aquellos que adoran dar y recibir sustos se suelen quedar con la parte positiva. «Disfrutan con el estrés y necesitan adrenalina para sentirse bien. Son buscadores de emociones fuertes», puntualiza el doctor Saiz.

El terror resulta atractivo por ofrecer apertura a nuevas experiencias y sensaciones.

«No hay nada más estimulante que el miedo», algo que nos aporta tanto «alimento para el coco» como la sensación de «estar explorando algo desconocido sin reglas claras», apunta el psicoterapeuta.

La testosterona también tiene reservado su palco de honor en esta fiesta, calificada por Muiño como la ocasión perfecta para ligar. «Los sustos generan mucha testosterona. Si te llevas al chico o chica de turno a pasar miedo, los abrazos están asegurados».

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