La fe se impone al intenso calor en 'San Benitiño'

Miles de personas participaron en la romería del santo 'máis milagreiro'. La parte religiosa tuvo el contrapunto de la fiesta y la gastronomía, en forma de empanada, churrasco y pulpo
Procesión de San Bieito
photo_camera Procesión de San Bieito

«Eu tiña seis anos e vivía a 150 quilómetros de aquí. Tiña unha man chea de espullas e non había médico que atopara remedio. Miña avoa, de Lérez, díxolle a unha veciña: ‘se vas á romaría ofrécelle a miña neta a San Benito’. Algo ten que haber, porque as espullas desapareceron». Así lo cuenta Carmen, que llega al monasterio desde un municipio de la provincia cuyo nombre prefiere no desvelar, mientras refriega sus manos con el aceite bendecido y quemado, dicen que milagroso, que despacha una mujer en el salón parroquial. Algunos lo llevan envasado en frascos.

Desde que ocurrió aquello, décadas atrás, los padres de Carmen no faltaron a la cita con el santo y ahora «eu volvo na súa memoria». Carmen va más allá y se unta el cuello con el ungüento «por se acaso é bo para o tiroides». Ella está convencida de que «hai que ter fe, porque a fe move montañas».

Los más escépticos apuntan a que el remedio para los males de la piel (eccemas, verrugas...) radica en un ácido producido por el proceso de quemado del aceite, que originalmente es el convencional que se vende en el supermercado. De hecho, algunos fieles llevan las propias botellas como ofrenda. Otras opciones son exvotos, gallos o gallinas, que después se subastan. Los más convencidos del milagro concedido por el santo son más generosos con sus limosnas. Así se puede comprobar dentro del santuario. Numerosas personas abarrotan la zona principal para escuchar la misa solemne -la última de la mañana después de oficios ininterrumpidos desde las siete-, mientras otras entregan billetes para que dos voluntarias los prendan en el manto del santo a cambio de unas estampas. La siguiente parada es pasar por debajo del altar, al menos tres veces.

negocio. Y donde hay ocio no puede faltar el negocio. Alrededor del monasterio se apiñan decenas de puestos de todo tipo, desde los que venden rosquillas a los que despachan ropa y complementos, discos, embutidos, bacalao y pan. Incluso el famoso calendario Zaragozano, a cuatro euros, uno más que lo que piden los dueños de los ‘leirapárkings’ de la zona.

Abajo, en la playa fluvial, el Concello organiza la tradicional romería. La gran novedad de este año fue la sustitución de la mejillonada por empanada, debido a la toxina. «Haina de mexillón -se supone que en conserva-, de bonito e de carne. Está boísima», afirma una mujer mientras Os Gaiteiros das Rías Baixas amenizan la mañana. Bajo la gran carpa muchos adelantan el almuerzo a base de pulpo, churrasco y sardinas.

Protección Civil no tuvo constancia de ninguna incidencia salvo las habituales lipotimias. Eso sí, aseguran que hubo mucha más afluencia que otros años.

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