Levitación en Aracataca

"Visito la casa donde nació García Márquez. También es una referencia, un espejo que refleja otro espejo. La casa real estaba hecha ruinas en los años sesenta"
Un hombre con una careta de Gabriel García Márquez
photo_camera Un hombre con una careta de Gabriel García Márquez

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ENFRENTE DE la estación Remedios la Bella sale desnuda de un libro y empieza a levitar rodeada de mariposas amarillas. Me pongo en la magia de Cien años de soledad, recuerda las palabras inolvidables. ¿Te encuentras mal?, le preguntan a la muchacha solitaria y fantásticamente bella y ella comienza a levantarse como si no ocurriera nada.

Cada quince minutos pasa un tren de 120 vagones, que parece interminable, y lleva carbón a Santa Marta. La estación más que nada es un pórtico grande, donde se sientan seres solitarios a mirar pasar los trenes. Parece un cuadro de Edward Hopper. El tren nunca para en Aracataca.

Todo el mundo me dice que Aracataca es muy feo, que no hay nada que ver allí. A la gente le parecen bonitos los centros comerciales, las avenidas llenas de tiendas. Es un pueblo dormido, que parece fuera del mundo. Hasta los perros están todos dormidos. Las casas son bajas, algunas muy pintorescas, con pórticos en sombra tapadas por los árboles. Las calles no estaban pavimentadas hasta hace unos años. El agua en el grifo funciona cuando quiere. Hace un calor bíblico que me aturde. Gerald Martin, el biógrafo de Gabo, dice que es un pueblo en ninguna parte. Que una vez se quedó toda una noche bajo la lluvia, sentado en un banco de la plaza, para comprender a Gabo. Como no hay muchas luces, de noche el pueblo parece cerca de las estrellas.

Para mí tiene un encanto indudable. Paseo por el Camellón, que es un bulevar con bancos que sale de la estación. Con unas letras en cubos está escrito el nombre de Comala. Macondo llama a Comola como ciudad hermana en los muertos y los recuerdos. Como ciudades que vibran en el silencio.

Veo la marca del Cine Olimpia, el que puso el italiano Daconte en Cien años de soledad. Veo el almacén de la compañía bananera donde tenían que comprar los trabajadores. Veo Las Cuatro Esquinas, donde en la época gloriosa tenían sus tiendas los turcos. Veo la Casa del Telegrafista, donde trabajaba el padre de Gabo, que lo reprimió toda su vida como el padre de Kafka. Veo la iglesia de San José, donde bautizaron bastante tarde a Gabo. Veo unos billares enormes, que me recuerdan la película El buscavidas de Robert Rossen. Parecen recuerdos paradójicos de una época dorada.

Visito la casa donde nació García Márquez. También es una referencia de una referencia, un espejo que refleja otro espejo. La casa real estaba hecha ruinas en los años sesenta. Luego hicieron una reconstrucción bastante fiel a la original. Y en 2010 hicieron otra reconstrucción que muchos critican. Pero a mí me parece con mucho encanto y con unos textos muy sugerentes. En medio está el corredor de las begonias donde la abuela asustaba a Gabo hablándole de muertos y magias. Y a ambos lados están el cuarto donde el coronel fabricaba los peces de plata, la sala de recibimiento, el cuarto del olvido con un ejemplar ajado de Las mil y una noches.

Levantaron techos altos que no existían, hicieron como apuntes o resúmenes de las habitaciones. Parece que las habitaciones también levitaran, que fueran puras ideas. Lo que está como antes es el gigantesco ficus del jardín, que tiene siglos, donde ataron a Aureliano Buendía en Cien años de soledad. Y la cabaña donde vivían los criados, unos indios wayu que procedían de la Guajira.

En el barrio del Carmen está la tumba de Melquiades, el gitano que trajo el hielo a Macondo y que llenó de prodigios Cien años de soledad. El hombre que representa el asombro, el nomadismo, la levitación. Unas palabras recuerdan lo que decía Melquiades: todas las cosas están llenas de vida, hay que saber despertarlas. La tumba la levantó un holandés portentoso que se hizo llamar Tim Buendía. Estableció un alojamiento que se llamaba The Gipsy Residence, la Residencia Gitana.

Organizó unos recorridos para mostrar todos los lugares de Cien años de soledad. Promocionó el pueblo e hizo que apareciera en las mejores guías del mundo. Pero tuvo que marcharse a Los Ángeles. Su hotel no conseguía suficiente dinero y encima algunos del pueblo lo amenazaron. Para mí es como el Holandés Errante, un joven de 22 años y más de dos metros, que resucitó Macondo y tuvo que levitar a los pocos años.

Cuando voy hacia el pueblo veo muchos ríos que bajan de la Sierra Nevada de Santa Marta e infinidad de puentes con armazones de hierro. Tiene una magia increíble el recorrido, me recuerda Los puentes de Madison, la película de Clint Eastwood. Y veo las enormes extensiones de bananos que flanquean la carretera. Y en el pueblo abunda el agua. A veces el canal con sus puentecitos parece una ilusión de Venecia.

Una vez este pueblo fue Sodoma y Gomorra, uno de los más animados del mundo, había prostitutas francesas, llegaban todos los productos de la tierra, se encendía el fuego con billetes de banco. Era cuando se instaló la United Fruit Company y se acercaron infinidad de personas a aprovecharse del pueblo, "la hojarasca" de la que habló García Márquez. Los gringos vivían al otro lado de la vía del tren, en una ciudad separada con alambradas, donde damas inasequibles cuidaban sus jardines.

Al final la compañía dijo que no a los trabajadores que querían una mejora en sus condiciones de vida y hubo una huelga. Y un general hijo de puta ordenó disparar y rematar con bayonetas a cientos de obreros en Ciénaga y luego estableció el terror durante meses en Aracataca. José Arcadio Buendía salvó a un niño y viajó en el tren lleno de muertos en Cien años de soledad, antes de regresar a Macondo y contarlo todo tomando un café.

Comemos en El Patio Mágico de Dilia Todaro, que sabe muchas cosas de Gabo y sus libros. Le hablo de las piedras grandes que hay por todo el pueblo y me enseña el comienzo de Cien años de soledad, donde habla de piedras grandes como huevos prehistóricos. De modo que el pueblo era prodigioso y literario aun antes de inventarse la literatura. Dilia parece un personaje de Gabo, lleno de magia y animación. Sabe tantas cosas, inspira tanto entusiasmo.

En Aracataca también nació Leo Matiz, el fotógrafo preferido de Frida Kahlo. Al fondo del patio hay una foto gigantesca de Matiz, El pavo real del mar, es un pescado con una red al aire que hace la ilusión de un pavo real cósmico. También el fotógrafo tenía magia, también las cosas levitan en sus fotos. Dilia nos enseña sus obras, y sus obras también parecen literatura.

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